Rosario Green

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La Celac: ¿una OEA sin el Norte?

sábado, 31 de diciembre de 2011
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Vale la pena recordar que Centroamérica estuvo marcada en la década de los 80 del siglo XX por guerras civiles en El Salvador, Guatemala y Nicaragua (incluido el apoyo estadounidense a “la contra”), y una auténtica desconfianza respecto a quién podría ser un árbitro imparcial y constructivo a la vez, para encontrar solución a estos problemas.

Por ello, el 4 de enero de 1983 los ministros de Relaciones Exteriores de México, Colombia, Panamá y Venezuela decidieron constituir el denominado Grupo de Contadora y trabajar unidos para coadyuvar a la pacificación de Centroamérica.

Si bien este Grupo no alcanzó una fórmula de paz aceptable para todas las partes involucradas, proveyó el sustento de los Acuerdos de Esquipulas I y II, en los que Centroamérica aceptó el Acta de Contadora para la Paz y la Cooperación, y tomó la estafeta para prolongar los esfuerzos iniciados por el cuarteto original y continuados en el ámbito del Grupo de los Ocho, al que se habían incorporado Argentina, Brasil, Perú y Uruguay, y que más tarde se convertiría en el Grupo de Río (GRío), formalmente constituido en esa ciudad el 31 de diciembre de 1986, como un mecanismo de diálogo y concertación de América Latina, con el aval de todos los países iberoamericanos, Cuba incluida, y con una representación rotativa del Caribe angloparlante.

En su seno se tomaban las decisiones por consenso y, en diversas ocasiones, fue el espacio ideal para tratar y resolver problemas entre sus miembros. Con altas y bajas, como suele ocurrir en toda organización multinacional, el GRío funcionó durante prácticamente un cuarto de siglo hasta que, como una muestra más de su carencia de política exterior hacia América Latina, el gobierno mexicano decidió ponerle fin, proponiendo en su lugar una alternativa no sólo utópica sino ideada sobre las rodillas: la unión de los 33 países latinoamericanos y caribeños en una nueva entidad: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, (Celac).

Una especie de OEA sin Canadá y Estados Unidos, pero también sin estructura, ni sede, sin cuotas, ni muchos otros elementos indispensables para el funcionamiento de una organización de carácter internacional.

La pregunta indispensable es: ¿para qué? El GRío podría seguir coexistiendo con la OEA, manteniendo su carácter de grupo informal y, por ello, flexible, sin confrontarse con el país más poderoso de la Tierra, Estados Unidos, y con Canadá, que se había asociado de manera voluntaria al esquema regional.

Otro cuestionamiento tiene que ver con la congruencia de que los países caribeños de origen inglés, miembros de la extensa Commonwealth, que agrupa a un total de 54 naciones, pertenezcan a un sistema de esencia netamente ibérica.

Imaginar siquiera que la Celac es una concesión a quienes siempre hemos dudado de la independencia de la OEA, que tiene su sede en Washington, DC, resulta un poco ingenuo y hasta desconocedor de la situación por la que desde hace años atraviesa este último organismo.

Para empezar, el grueso de los países no paga sus cuotas o la hace con mucho retraso. En segundo lugar, la OEA se mantiene sobre todo gracias al aporte de países que no son miembros de pleno derecho, como los europeos o algunos asiáticos, los cuales condicionan el uso de los recursos entregados a su aplicación a proyectos puntuales, de manera que al final del día se hace más lo que quieren otros que nosotros.

Por último, me animo a preguntar ¿se puede desairar a Estados Unidos, cuando tantos países de América Latina tienen acuerdos de libre comercio y en otras muchas materias con esa nación? ¿Prescindir de ese país en el papel nos hace menos dependientes de él? ¿Se trata de dar la impresión de que existe una Latinoamérica unida, cuando hoy se encuentra fragmentada por razones ideológicas y económicas? ¿No será mejor reforzar a la OEA, cumpliendo con las cuotas a fin de que no sea el dinero “ajeno” el que acabe dirigiendo los proyectos? Después de todo la OEA es parte de un sistema más amplio, el de Naciones Unidas, y ya probó algunos aciertos.

Sería fundamental que sus miembros se preocuparan un poco más protocolizando algunos documentos a los que la organización ha dado luz, como la Carta Democrática, para convertirla en un instrumento vinculante.

Proponer nuevas configuraciones multinacionales, sin reflexionar profundamente acerca de su pertinencia y viabilidad, es un gesto inútil que busca hacer creer a los mexicanos que tenemos vocación y acción latinoamericanas, cuando ni siquiera contamos con una política exterior con rumbo.

 

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