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La crisis que no cede

sábado, 4 de febrero de 2012
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El desmoronamiento generalizado de la esperanza puesta en el progreso es quizá lo que mejor refleje la crisis actual en la que estamos inmersos. El progreso, medido en función exclusiva del crecimiento económico, se convirtió en el gran mito providencial del capitalismo occidental.

Concluyó el Foro de Davos y, salvo la fascinación fotográfica que generó en algunos, de esta gélida reunión de los más ricos sólo queda la incertidumbre de cómo o cuándo vamos a salir de una crisis que agobia a Europa, pero nos afecta a todos.

Por cierto, en el Reporte Global sobre la Competitividad que anualmente publica ese Foro Económico, entre los 142 países enlistados este año, México aparece en el lugar 76 en lo relativo a la innovación; en el 61, en cuanto a disponibilidad de tecnologías modernas; en el 73, en lo que concierne a infraestructura; en el 79, en lo referente al gasto en investigación por parte de las empresas, y… ¡en el 107!, en cuanto a calidad del sistema educativo.

Nada estimulante, pues. Cada vez son menos quienes dudan que la crisis se agrava con la globalización, como resultado del desorden desenfrenado del sistema financiero internacional y con el desempleo masivo que alcanza ya dimensiones pandémicas.

Sería imparcial e incorrecto, sin embargo, no advertir que la globalización también ha inducido una oleada democratizadora en distintos países y ha permitido, entre otros, la revalorización de los derechos de la mujer y del hombre.

Además, la participación ciudadana, a través de diversas organizaciones sociales globales tales como Amnistía Internacional o Greenpeace, representa hoy, en buena medida, la conciencia de la humanidad.

Por otro lado, resulta difícil aceptar que, como han dicho algunos de los expertos que acudieron puntualmente al cónclave, haya sido la hipertrofia del crédito la que precipitó la crisis económica mundial, iniciada en el ya lejano 2008.

Que una población empobrecida por el encarecimiento desmedido decida mantener su nivel de vida a través del endeudamiento no parecería, a simple vista, ser razón suficiente.

Simultáneamente tuvieron que concurrir muchos otros factores entre los que destaco, a manera de ejemplo, la especulación de ese capitalismo financiero con las materias primas.

El hecho, lamentable pero ineludible, es que hoy muchos de los cimientos sociales de las democracias occidentales están en riesgo. Se consumen recursos escasos para satisfacer a mercados insaciables, y se sacrifican las condiciones de vida de millones de personas que desbordan los flujos migratorios por la miseria en la que viven.

La ecuación es compleja, no hay duda. Alan Greenspan, ex director de la Reserva Federal de Estados Unidos, se ha referido a las finanzas mundiales como “un barco ebrio, desconectado de las realidades productivas”.

Si se considera quién es el autor de tal diagnóstico, pues hay más de un grano de razón para preocuparse. De las diversas dimensiones de la crisis menciono brevemente cuatro.

La primera es la crisis urbana, que se expresa sobre todo en megalópolis asfixiadas y asfixiantes, donde proliferan enormes guetos de gente pobre, mientras los guetos de los más ricos se protegen con muros y bardas electrificadas.

Dos. En el mundo rural la gran crisis es la sequía, pero también lo son los monocultivos industrializados degradados por los pesticidas y la ganadería industrial productora de alimentos contaminados por hormonas.

Ahí está el clembuterol como muestra. Tres. Las religiones, divididas y desgastadas por conflictos internos, pero que, con el apoyo de algunos gobernantes, lanzan sus embates contra el laicismo, el único capaz de sostener los principios de la libertad de credo y la convivencia respetuosa, fraternal.

Cuatro. Todo lo anterior, por supuesto, repercute en la crisis de la política, la cual, más allá de su ideología, ha mostrado su incapacidad para afrontar con imaginación y con mayor eficiencia la complejísima trama de una crisis que no cede.

Hace casi medio siglo, el destacado psicólogo social y humanista alemán Erich Fromm, quien trabajó y publicó parte de su obra en México bajo los auspicios de la UNAM, escribió en su célebre ensayo Sobre la desobediencia, que ésta “puede ser el comienzo de la razón” y que “ hay que aprender a decirle que no a los poderosos”.

Las recetas que nos han ofrecido los artífices del Foro Económico Mundial de Davos han mostrado reiteradamente su pobre eficacia terapéutica contra la crisis que, en buena medida, ellos mismos propiciaron o, por lo menos, permitieron.

Es tiempo, pues, de decirles que no, que ya no. Hay que buscar una nueva opinión facultativa y entrar en razón. Ha llegado la hora de la justa resistencia, de la no resignación frente al supremo mandato de quienes no han mostrado sensibilidad alguna a las necesidades sociales.

El ex presidente Lula, de Brasil, organizaba un Foro Social alternativo al de Davos. Era una forma inteligente de resistencia que llegó a tener una gran convocatoria.

No se peleó con los mercados, ni con los inversionistas, ni con el capital. Tampoco se subordinó a ellos. Encontró un buen equilibrio, fue un gobernante exitoso, y es un hombre querido en su país e internacionalmente respetado.

Valga recordarlo en estos tiempos de una crisis que, al menos por ahora, no cede. *Presidente de la Asociación Internacional de Universidades

 

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Opinion

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Juan Ramón de la Fuente