Guillermo Hurtado

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Un Consejo para humanidades y ciencias sociales

viernes, 10 de febrero de 2012
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Hay un Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (Conacyt) y un Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). ¿Por qué no hay un Consejo Nacional para las Humanidades y las Ciencias Sociales? La respuesta es que las humanidades y las ciencias sociales se hallan dentro del área de atención del Conacyt.

Sin embargo, en la respuesta está el problema. Si bien se ha logrado diseñar una política de Estado para la ciencia y la tecnología, no hay nada equivalente para las humanidades y las ciencias sociales.

A pesar del desarrollo del enfoque interdisciplinario, no podemos soslayar las diferencias que existen entre los métodos y los fines de los pares ciencia/tecnología y humanidades/ciencias sociales.

Es por ello que el programa, no siempre explícito, de concebir al segundo par desde los criterios del primero conlleva peligros. Digamos las cosas como son: las humanidades y las ciencias sociales no están —nunca han estado— en el núcleo básico de prioridades del Conacyt.

A todo el mundo le queda claro que sus políticas de fomento y sus criterios de evaluación no siempre son los más adecuados para las humanidades y las ciencias sociales.

Demos un ejemplo: la publicación de artículos en revistas internacionales es algo que se toma muy en cuenta para la evaluación de la investigación dentro del Conacyt, sin embargo, en las humanidades y las ciencias sociales no pocas veces es preferible publicar libros enteros o ensayos en revistas nacionales.

Pese a las buenas intenciones de algunos funcionarios, las quejas justas de los humanistas y científicos sociales no siempre han sido escuchadas.

El problema es estructural y se remonta al origen mismo del Conacyt.

La solución no es remendarlo, sino reconocer que nos hace falta un nuevo instrumento estatal para el impulso de las humanidades y las ciencias sociales.

¿Por qué el Estado debería apoyar de manera específica el cultivo de las humanidades y ciencias sociales? Cualquier consideración seria de esta interrogante pronto llegará a la conclusión de que los objetivos del desarrollo de las humanidades y las ciencias sociales no pueden reducirse a los que tenemos para impulsar a las ciencias formales, las ciencias naturales o las tecnologías.

Podría decirse que, a diferencia de la química, la medicina o la ingeniería, la historia, la filosofía o la sociología no tienen un impacto directo en la alimentación, la salud o la vivienda de los mexicanos.

Sin embargo, esto no significa que el Estado no deba impulsar su estudio y difusión. Los beneficios de las humanidades y las ciencias sociales son acaso menos tangibles que los de las mal llamadas “ciencias duras”, pero no son menos importantes.

Las humanidades y las ciencias sociales fortalecen el desarrollo de los individuos y elevan la calidad de vida de las comunidades. Además, cuando son adoptadas de manera correcta y legítima en el discurso de un Estado, le son de suma utilidad para su política interna y externa.

Sin embargo, tal parece que al Estado mexicano no le queda claro la importancia de las humanidades y las ciencias sociales. Un ejemplo fue la medida tomada por la SEP en 2009 de eliminar el área de humanidades de la educación media superior.

Aunque el error fue corregido a medias —gracias a la presión de la comunidad filosófica— no parece que el Estado tenga interés en promover la enseñanza de las humanidades.

Resulta difícil de creer que un país como el nuestro, en el que la crisis de valores ha tocado fondo, la asignatura de Ética se elimine de los planes de estudio.

La creación de un Consejo para las Humanidades y las Ciencias Sociales daría un impulso más razonado y eficiente a los estudios que se realizan en esas áreas y promovería las nuevas investigaciones que requiere el país.

Respondo dos objeciones que pueden plantearse a la propuesta. La primera es que crear un nuevo organismo supondría mayor gasto en burocracia. Mi respuesta es que si el nuevo organismo se administra de manera eficiente no tendría que gastarse más, pero que aunque así fuese en el corto plazo, la inversión se justificaría en el mediano plazo por los resultados obtenidos.

La segunda objeción es que separar a las humanidades y las ciencias sociales del Conacyt complicaría el apoyo a algunos proyectos de investigación interdisciplinarios.

Mi respuesta es que podrían planearse proyectos conjuntos entre el Conacyt y el nuevo organismo para impulsar el trabajo interdisciplinario. La consideración de esta propuesta requeriría de un diálogo del más alto nivel académico y de la mayor sensibilidad democrática entre los humanistas y los científicos sociales mexicanos.

No se trata de exigir parcelas o de dividir a la comunidad académica. Lo que se busca es que las humanidades y las ciencias sociales tengan la plataforma adecuada desde la cual puedan crecer y servir de mejor manera al país.

 

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