Antonio Navalón

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Lo que mis ojos ven, lo que mi corazón siente

miércoles, 18 de abril de 2012
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Una buena campaña no hace a un buen candidato, y mucho menos a un buen presidente. Hace mucho tiempo que quienes observamos lo que pasa en la política descubrimos que no basta con tener razón, además hay que saber hacerla triunfar.

La campaña de Enrique Peña es todo lo vacío y colorista que al parecer es 51% del país, según las encuestas, y sin que esto suene a insulto.

Pero hay que reconocer que lo más peligroso de Peña es que su campaña va demasiado bien. Sin que esto signifique estar de acuerdo con él, o que piense que será un buen presidente, ni siquiera un buen candidato, es tan descomunal la distancia de la técnica mercadotécnica entre su campaña y la de cualquier otro candidato que resulta sorprendente.

Salvo el caso de Quadri, la campaña priísta está resultando brillante por la ausencia total de contenidos y compromisos concretos, en la que ni siquiera Peña debate consigo mismo.

Para sostener esto una pequeña muestra: las redes sociales. Lo que de verdad vayan a representar o no en esta elección no lo sabemos. Muchos pensamos que resulta increíble que el mismo sistema que puede acabar con dictaduras de 30 años pueda servir a un candidato que no se está comprometiendo a nada pese a su slogan, pero que ha sabido utilizar el medio.

Lo cierto es que en YouTube hay una sección creada por la esposa de Peña Nieto titulada Lo que mis ojos ven y lo que mi corazón siente.

Millones de personas observan a La Gaviota en un planteamiento tan sencillo como una cámara que la sigue y que va haciendo una descripción emocional, sin ninguna elaboración, de aquellas cosas que le sugieren en el recorrido por toda la república de los mítines y los encuentros de su marido y sus seguidores —iba a decir o detractores, pero, si lo puede evitar, Peña nunca va a un sitio donde haya un detractor—.

¿Cuál es la diferencia? ¿Será La Gaviota? El gran diferenciador son los millones de personas que lo siguen, a diferencia de cualquier actividad de sus competidores políticos.

¿Significa esto que me he vuelto peñanietista? De ninguna manera. Pero así como sigo echando de menos saber qué quiere hacer con el país, más allá de decir que el pueblo sabe que se compromete y cumple, significa que desde el punto de vista de técnica electoral son con mucho los mejores.

Sin embargo, un exceso le puede resultar mortal. Están creando un tornado tan superior que da la impresión que más que correr por la presidencia de México lo hace para obtener la presidencia del Universo, y además sin ninguna competencia y, desde luego, sin ninguna autocrítica.

Siempre he sostenido que lo mejor del peñismo es Peña. Por ello no me produce ningún contraste ni sorpresa que él está firme en sus promesas, sin embargo, hay algunos de los fijos, los que están haciendo el milagro, los que dirigen con mano de hierro el cuarto de guerra, por ejemplo, el coordinador de campaña y el de relaciones políticas, que se mueven y se comportan, no como los asesores de campaña del candidato, sino como si ya fueran los secretarios de Gobernación y de Hacienda.

Mientras, sólo un peligro: esto más que un paseo militar es una carrera en la que da la impresión que los priístas van en un bólido mientras que los otros candidatos van en carretas, lo cual quiere decir que llegarán antes, pero que en caso de accidente el destrozo será mortal.

¿Será que somos un país en que predomina lo que ven nuestros ojos y lo que nuestro corazón siente? ¿Hasta para elegir presidente prescindimos de reflexión? ¿El fondo no importa? ¿Basta con que no sea desagradable a los ojos para que tenga derecho a gobernarnos, maltratarnos, robarnos y engañarnos? No creo que los pueblos tengan los gobiernos que merecen, pero es cierto, como descubrió el conferencista David Konzevik, que los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen.

 

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