Rosario Green

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sábado, 21 de abril de 2012
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En mi anterior colaboración me referí a la inmovilidad derivada del derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, la cual deja el manejo de las crisis y conflictos internacionales en manos de cinco poderosos surgidos de la Segunda Guerra.

Sus decisiones, o la falta de las mismas, cada vez tienen menos efectos positivos, ya sea porque no son capaces de ponerse de acuerdo o porque toman decisiones erróneas o simplemente alineadas con sus intereses particulares.

Como ejemplo, vale la pena recordar la inutilidad del llamado Cuarteto (EU, Rusia, UE y ONU) para resolver el añejo conflicto entre Israel y Palestina.

Desde hace años, en Naciones Unidas se libra una batalla para democratizar el Consejo de Seguridad mediante la incorporación de nuevos miembros permanentes y una modificación sustancial en la aplicación del citado derecho de veto.

A la fecha no hay avances e incluso el manejo del tema ha ocasionado colisiones entre los aspirantes a integrarse al órgano supremo de la seguridad internacional.

Por tal razón, he afirmado que México debiera explorar nuevas rutas para la solución de conflictos o para la atención de emergencias.

No puedo concebir que, siendo el décimo contribuyente en la ONU y el decimocuarto en el FMI, a más de ser una de las 15 mayores economías del mundo y de tener un peso considerable en organismos regionales como el BID, nos comportemos como un país sin imaginación para contribuir en la búsqueda de caminos para avanzar en las negociaciones entre las partes enfrentadas en diversas regiones del planeta, incluso en nuestro entorno cercano, o para integrar estrategias para la atención de países afectados por catástrofes.

Desde luego, no se trata de aparecer como boy scouts, haciendo nuestra buena acción cotidiana en forma aislada, pues eso lo único a lo que nos conduciría sería al fracaso o al ridículo.

La apuesta debe hacerse por el lado de desplegar una política exterior verdaderamente activa para la integración de alianzas puntuales para actuar en determinadas coyunturas.

¿Por qué no acudir al encuentro de naciones emergentes, como Turquía, India, Brasil o Sudáfrica, para formar frentes con objetivos políticos específicos? ¿Por qué seguir conformándonos con esperar que los astros se alineen e iluminen a los cinco grandes para que decidan actuar al unísono en beneficio de las sociedades afectadas por la inseguridad que se deriva de un conflicto o laceradas por los daños de una catástrofe? Son preguntas que ameritan una profunda reflexión y deberán encontrar respuestas imaginativas y decididas en el futuro próximo.

De lo contrario, daremos la razón al grupo que domina el Consejo de Seguridad y trata al resto de la comunidad internacional como menores de edad, incapaces de hacer el mínimo aporte al manejo de los problemas de diverso origen y magnitud que brotan, y muchas veces se estancan por años, en el planeta.

Ahí está el Medio Oriente, ahí está Haití, para citar solamente dos casos paradigmáticos. Ni qué decir que un giro de esta naturaleza en la conducción de nuestra política exterior exigirá actitudes congruentes, entre las que me permito destacar un cambio radical en nuestra renuencia a participar en las operaciones de mantenimiento de la paz.

Mostrémonos como lo que somos: un gran país, con una sociedad solidaria y una economía de grandes dimensiones, capaces de acudir a las citas a las que nos convoquen los acontecimientos que tienen potencial de desestabilización internacional y cuyas consecuencias habrán de afectarnos, aunque pretendamos voltear hacia otro lado.

Emprendamos una acometida que abra paso a la acción de nuevas caras con capacidad para superar viejos y nuevos retos en el mundo, dejando de lado el cálculo egoísta de los viejos actores tradicionales. Senadora de la República

 

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