Andrés Lajous

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Minoría de minorías

sábado, 16 de junio de 2012
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Hace poco más de un siglo, en la ciudad de México había un reglamento que obligaba a que los indígenas usaran pantalón oscuro para poder pasearse por ciertas zonas.

Incluso durante el gobierno de Madero se sostuvo la prohibición del pantalón blanco, que era considerado característico de una cultura “atrasada” y que sólo usaban personas que no merecían estar dentro de la ciudad.

En los últimos años en el DF hubo un renovado impulso para regular quiénes tienen acceso y cómo se deben comportar las personas en la urbe.

Como un resabio de la consultoría que alguna vez contrató el GDF al exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, la policía poco a poco fue “retirando” de algunas zonas a los limpiaparabrisas, pordioseros e indigentes.

Los métodos de Giuliani eran resultado de la aplicación de un argumento de académicos conservadores quienes decían que hasta las más pequeñas violaciones a la ley o descuido del espacio público provocaban una percepción de falta de orden, que invitaba al crimen.

Un argumento no del todo despreciable, pero que no explícita su corolario: todo orden escoge a sus excluidos, y este orden escoge por excluir a los más vulnerables.

Con este supuesto bajo el brazo, el gobierno se dio a la tarea de recorrer a los indeseables de avenida Reforma para dejarlos más allá de avenida Hidalgo, alejándolos de la Fuente de Petróleos.

No es el único lugar, más de una organización que ayuda a personas en situación de calle ha protestado por lo que consideran es el hostigamiento del GDF en contra de esta población.

Incluso el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del DF, hace un par de años criticó a las autoridades por tratar a algunas personas que viven en la calle como “estorbos”.

No tengo claro si el GDF cambió de política con respecto a la población indigente después de aquellas críticas, pero casi todos los días topo con evidencia anecdótica de que —por suerte— ha habido una relajación en la aplicación de aquellas reglas.

En una glorieta no muy lejos de donde vivo, viven varias personas. A veces cuando paseo por ahí, está amaneciendo y todavía no despiertan.

Sobre el pasto hay bultos con grandes cobijas que sólo permiten ver el movimiento de quien se reacomoda con la esperanza de recuperar el sueño.

La sombra y escondite que permiten algunos árboles los convierte en el lugar perfecto para establecer un baño individual. Éste puede incluir un espejo de mano y una cuidadosa rasurada con un rastrillo y algo de agua jabonosa.

El pasto, arbustos y flores están impecables. Con el temor que causan mis prejuicios, me acerqué con curiosidad a un indigente que tras una breve conversación, me hizo pensarlo, como parte de varias minorías muy minoritarias.

Un hombre negro, homosexual, extranjero, inmigrante, pobre, y sin techo, en México. Su nombre es Jean, él y su familia son de Costa de Marfil, aunque es mi entendido que nació en Francia.

Cuenta que llegó a México hace dos años, vía Cancún, con la intención de cruzar a Estados Unidos. Su sueño es ir a EU porque ahí vive su esposo.

Sin embargo, considerando que el suyo es un matrimonio homosexual —me dice— no ha sido fácil obtener la visa para cruzar. Fue al consulado en Monterrey, y pasó unos días en Matamoros.

Dice no haber tenido mayores problemas el tiempo que lleva viviendo en su banca. La policía no lo hostiga “porque no tengo relaciones sexuales con ellos”, aunque no ha podido conseguir trabajo, “pues es muy difícil porque los patrones me ven como si fuera una prostituta”.

Sin embargo no se dedica a la prostitución, es cuidadoso en mantener su matrimonio con el cual espera reunirse en Boston. Su otra opción, me cuenta, es divorciarse y casarse con un mexicano a ver si eso le facilita la entrada a EU de donde ya fue deportado.

No le gusta la Zona Rosa, dice que la mayoría de los hombres gay ahí no expresan y reconocen su sexualidad como él. Todo esto me lo cuenta con una sonrisa y cierta calma.

No sé qué tanto es fantasía y qué tanto es verdad, pero al menos tiene acceso a aquella glorieta que frente al gris que predomina, es un modesto privilegio que no se puede subestimar. Recuerdo la exclusión, aunque nadie se queje de cómo está vestido.

 

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