Rosario Green

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Entender la globalización

sábado, 16 de junio de 2012
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“México no ha entendido el fenómeno de la globalización”, me dijo un amigo experto en el tema y, luego de un intercambio de puntos de vista, alcancé la misma conclusión por varias razones.

En primer lugar, en los 12 años en que ha gobernado el PAN la globalización se ha entendido como mayor asociación económica con Estados Unidos, perdiendo la oportunidad de explorar y explotar nuevos nichos, tanto en Europa como en la pujante Asia y en África, que avanza con una celeridad que suele ignorarse.

En segundo lugar, medir la inserción global de México en términos exclusivamente económicos ha tenido como consecuencia la comisión de importantes errores en el campo político.

Cierto, las últimas dos administraciones del PRI también le dieron gran importancia a los temas económicos, pero lo hicieron teniendo como punto de apoyo una estrategia global en sí misma.

Salinas con el TLCAN, ideado como la mejor forma de arraigar las relaciones con la principal potencia mundial y líder en el ámbito global. Zedillo con el Acuerdo Global (comercio, inversión, derechos humanos y democracia) con la Unión Europea (UE), que abrió a México no sólo una entrada económica relevante, sino también le permitió acceder a la cooperación europea y ser considerado un socio políticamente respetable.

Cuando en 2008 la UE decide tener una “asociación estratégica” con nuestro país, haciendo de nuestro país la única nación latinoamericana con ese estatus privilegiado, esa importante determinación pasó prácticamente inadvertida, perdiéndose la valiosa oportunidad de una inserción activa en la globalización.

Otra falla fue suponer que la política exterior se reduce a la firma de tratados de libre comercio y a las acciones que buscan atraer mayor inversión extranjera.

Durante la administración de Zedillo, si bien los acuerdos de libre comercio y la atracción de inversiones constituyeron una parte importante de la actividad internacional de nuestro país, hubo una agenda clara de política exterior, con una estrategia que buscaba jugar en las grandes ligas de la política mundial.

Podría citar como ejemplo la participación en el programa KEDO —operación a cargo de Japón— que buscaba obtener donaciones petroleras para canalizar a Corea del Norte suficientes energéticos mientras ésta cambiaba sus reactores nucleares por reactores de agua ligera, aplacando con ello los temores acerca de la producción de armas nucleares en ese país.

Otro podría ser la insistencia del gobierno de México en llamar la atención en la ONU sobre el narcotráfico como un problema global que requiere soluciones globales.

Traer el tema al ámbito latinoamericano permitió poner punto final a la práctica abusiva de la certificación del Congreso estadounidense y su sustitución por un mecanismo de evaluación “MEM”, dentro de la OEA, sustituyendo el garrote por un instrumento multilateral de cooperación.

Más allá de lamentar las oportunidades perdidas por una mala comprensión de lo que significa la globalización, es urgente diseñar una estrategia futura en la que nuestra inserción en ella sea un todo: política, económica, cultural, unilateral, bilateral, multilateral; en fin, una estrategia que explore, incluso, la posibilidad de actuar al lado de las potencias mayores en temas que afectan al mundo y, por ende, a México.

Por ejemplo, ¿por qué no ser parte de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, en modalidades distintas a las militares? ¿Por qué no ser parte de quienes negocian la paz en el Medio Oriente? En suma, ¿por qué no ser parte del juego político real, el del conflicto, pero también el de las soluciones, al tiempo que mantenemos el propósito de proyectarnos económicamente al mundo para recibir los beneficios del comercio exterior y de la inversión extranjera?

 

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