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Callejón de Sombrereros

Retrato de familia ausente en julio
sábado, 14 de julio de 2012
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En “La mesa”, uno de los poemas que conforman su libro Cuatro de oros, Eliseo Diego se detiene en una mesa redonda, “como el sol o la luna”, en la que desde niño se había sentado a comer: “el pan lo sabe”; es la mesa que presidió su padre.

Luego cambió la luz, y yo de sitio. Mi padre ya no está donde solía. La mesa grande y dura, la mesa de caoba permanece, y en tanto la presido como puedo miro soñar en sus recodos mágicos a mis tres hijos: aun las naves humean con noticias de la dicha y arriban cautas a la nieve.

Esa mesa estuvo muchos años en Villa Berta, la quinta en Arroyo Naranjo en la que su padre Constante había construido una casa a capricho y cuyo nombre procedía del de su madre.

En El reino del abuelo, la hija de Eliseo Diego, Josefina, llamada familiarmente Fefé, recuerda a su padre trabajando en el estudio aledaño a la casa.

“El sonido de su maquinita de escribir se escuchaba durante horas, mezclado con el canto de los grillos y las lechuzas; era un sonido más de la noche.

Pero no siempre escribía. Uno de sus entretenimientos favoritos era dibujar, con un pincel fino, los uniformes de los soldaditos de plomo de su colección única: los ejércitos ingleses de la Primera Guerra Mundial, los ejércitos prusianos y de los zares rusos.

Fabricaba campos de batallas tomados de mapas reales y los completaba con montañas, ríos, puentes y túneles hechos con cartón, alambres, vidrios rotos, papel”.

Rememoraba asimismo a su hermano Constante, conocido hogareñamente como Rapi, instándola a trepar a los árboles, mientras su hermano Eliseo Alberto, Lichi, “más tranquilo, se quedaba jugando solo, a los soldaditos”.

La mesa redonda del poema se halló asimismo en una casa de la calle E, en el Vedado de La Habana, en la que, como refiere Lichi en La vida alcanza, Rapi “pintaba sus miniaturas en servilletas de papel, en hojas de libreta o en el aire, porque también era un acuarelista de la palabra, un maestro de la conversación”.

Rapi confesaba que al trabajar en el Jardín Botánico, aprendió realmente a dibujar. Decía que le gustaba contar historias con imágenes; por eso se convirtió en cineasta, y no sólo por familiaridad, el coguionista -como le dicen- de sus películas fue su hermano Lichi.

También terminó ilustrando libros, los que le interesaban, “porque no me gustaba ilustrar cualquier cosa”; uno de esos libros fue Soñar despierto de Eliseo Diego.

Dado que creía que “el poema desata en el lector una serie de imágenes que son personales”, cuando ilustró el libro de su padre, Rapi intentó que “el poema mantuviera todo el poder de sugerencia.

Y se me ocurrió imaginarme a papá cuando era niño y siempre estaba atento a los hechos y cosas que tiempo después generarían el poema”.

Quizá como una forma de complicidad filial, entre las ilustraciones de Soñar despierto, hay una en la que su padre aparece sentado en la rama de un árbol.

Rapi escribió que su padre “nos regaló el asombro, esa capacidad de verlo todo como si fuese por primera vez, de disfrutar del mundo como si acabase de salir de la fábrica y oliera a nuevo”.

Lichi proseguía algunos de esos asombros en sus conversaciones placenteras y en sus libros, que no por azar abundan en versos de su padre que adquieren en ellos la forma del epígrafe y la del título de una novela: La eternidad comienza un lunes.

En julio nacieron Eliseo Diego y su hijo Rapi, que murieron en marzo y en enero. Hace un año, el último día de julio, murió Lichi.

La mesa redonda del poema permanece en un departamento del Vedado, en La Habana. Quédate le digo. Y acaricio el círculo perfecto que me ignora.

 

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Javier García-Galiano