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El fantasma de la verdad Reynosa, 1790

(Foto: Especial)
domingo, 23 de septiembre de 2012
Por: Antonio Campos Rodríguez
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Gran expectación ha causado entre la comunidad reynosense el juicio que se lleva a cabo en la casa de gobierno de esta veraniega y calurosa villa.

Resulta que este enjuague legal dio inicio cuando el capitán reformado don Juan José de Hinojosa y su hija doña Rosa María de Hinojosa viuda de don José María Ballí, se presentaron ante don Juan Antonio Ballí Teniente de Justicia Mayor de esta villa de Nuestra Señora de Guadalupe señalando que habían otorgado a Pedro Campuzano poder amplio y cumplido para que los defienda en el pleito que les ha promovido Domingo Guerra por un pedazo de tierra de sus agostaderos en el paraje llamado La Florida.

El primer edil cumpliendo con su obligación de vigilar y estar al pendiente de los diversos problemas suscitados entre sus gobernados, tomó cartas en el asunto dando entrada oficial al la petición del señor Hinojosa y su hija Rosa María.

Para tal fin solicitó a su secretario particular Leonardo Orijel, trasladarse ipso-facto en busca de Marcos Pérez, Antonio Margil Cano, y Juan Antonio Longoria para que comparecieran como testigos instrumentales en el evento judicial que estaba a punto de efectuarse.

El secretario conciente que la orden de su jefe debía de ser acatada con prontitud, anduvo un buen rato buscando a los aludidos aspirantes a ser testigos.

Sin embargo, por más esfuerzos que hizo solo logró encontrar a dos de ellos.

El tercero tal parecía que el decreto promulgado en el año de 1782 por don Diego de Lazaga, Coronel de los Reales Ejércitos y gobernador del Nuevo Santander prohibiendo escándalos y pecados públicos era letra muerta ya que el muy licencioso se encontraba en la taberna de don Adán Orozco ingiriendo colosales cantidades de chinguirito, al punto que fue solicitada la comparecencia de la fuerza pública por el titular del negocio en virtud de los desmanes y desatinos que su rijoso cliente estaba cometiendo.

Era tal el estado etílico y sobreabundante fuerza que poseía el beodo sujeto que fue necesario que los uniformados le obsequiaran una triada de mazazas en los artejos de las piernas a fin de doblegar su indomable espíritu de resistirse al arresto.

Por fin después de muchos forcejeos, cachiporrazos y una que otra patada fue llevado en calidad de fardo penitenciario a la cárcel local.

Como era de esperarse y ante la inesperada contingencia alcohólica, el alcalde decidió dejar pendiente la lectura y firma del documento legal solicitado por la familia Hinojosa hasta en tanto el tercer testigo estuviera en condiciones físicas y mentales para poder comparecer como la ley así lo marcaba.

Viendo don Juan José Hinojosa que este hecho aplazaría por tiempo indefinido su urgente necesidad de que el alcalde diera fe del acto legal que le requería, le solicitó que nombrara un testigo substituto a lo que don Juan Antonio Ballí se negó categóricamente aduciendo que no era posible perpetrar dicha permuta ya que volver a redactar el documento legal solicitado implicaba mandar llamar al paraje del “Sabinito” a don Fernando González Romero individuo versado en el arte de escribir y leer.

Así que no habiendo otro remedio el señor Hinojosa tuvo que esperar a que la naturaleza se condujera con apuro en la humanidad del menesteroso beodo y estuviera en capacidad de hacerse presente lo antes posible en la casa de gobierno.

Habrían de pasar tres largos días antes de que al ebrio testigo se le pasara la papalina que traía a cuestas, cuando estuvo totalmente recuperado y en sus cinco sentidos la audiencia se llevó a cabo donde demandante y demandado expusieron sus argumentos y alegatos ante el alcalde.

Este con una vasta experiencia en este tipo de pleitos y litigios después de estudiar concienzudamente el asunto emitió su veredicto a favor del ex alcalde de esta villa don Juan José de Hinojosa y su hija doña Rosa María Hinojosa viuda de Juan Antonio Ballí.

Sin embargo, Domingo Guerra no se iba a quedar cruzado de brazos ante lo que pareció un acto unilateral de justicia. Así que rápidamente solicito una audiencia con don Manuel Muñoz Teniente de Caballería de los Reales Ejércitos de su Majestad, Gobernador Político, Militar y subdelegado de la Real Hacienda y Guerra de la provincia del Nuevo Santander, la cual le fue concedida.

El señor Guerra hizo entrega al excelso funcionario virreinal del expediente de 58 fojas que integraban la querella y resolución del litigio que tenía con los Hinojosa.

Este prometió estudiarlo y a la vuelta de tres semanas proporcionarle una respuesta.

¡Anda, pues! que cuando don Manuel Muñoz emprendió el estudio del grueso expediente se encontró con un acervo de anomalías que rayaban en lo inadmisible.

Buena razón tenía Guerra cuando predijo que en este asunto desde un principio los dados estuvieron cargados a favor de sus antagonistas.

Resulta que el insigne funcionario novosantanderino halló que el documento que consignaba la querella era todo un estuche de irregularidades ya que no estaba integrado con las formalidades que prevenía el derecho, no estaba asentado en papel oficial con sello tercero de 12 reales, así mismo no aparecía constancia en la escritura de venta de haberse pagado el Real derecho de alcabala y por si esto no fuero suficiente, se falsearon datos para favorecer a los Hinojosa.

El encargado de la Hacienda Pública Novo Santanderina culpó al alcalde de la villa don José Antonio Ballí de este bochornoso acto acusándolo de fraude y ocultación de información.

Amén de que lo sentencio señalándole que en adelante cualquier documento oficial de que diera fe tendría que estar debidamente convenido de acuerdo a las leyes vigentes y redactado en papel de sello tercero anexado al manuscrito el recibo de pago de la alcabala correspondiente.

Conocedor el señor Ballí de la escrupulosidad tributaria de don Manuel Muñoz, puso apresuradamente manos a la obra solicitándole a su secretario particular Adán Orozco examinar los protocolos de instrumentos públicos expedidos por él y sus antecesores a fin de evitar contratiempos y jalones de orejas por parte del encargado de la política tributaria.

Menuda sorpresa se llevó el edil cuando su ínclito secretario le presentó una extensa lista de reynosenses evasores de impuestos. Entre ellos nada menos que don Carlos Cantú, fundador de esta villa que vendió en $100 a Onofre Cavazos una porción de tierra de la cual no pago $4.00 pesos del Real derecho de alcabala.

De igual manera Domingo Fonseca que vendió en $30.00 una merced de tierra a Nicolás Zamora, que se hizo el occiso evadiendo cumplir con sus obligaciones tributarias.

Fernando Barredo y Juan Antonio Longoria igualmente se vieron inmiscuidos en este vergonzoso hecho, ambos trataron de despojar al fisco la friolera de $120.00.

Habiendo el señor alcalde examinado a conciencia estos protocolos de permutas y compra – venta de tierras mandó poner en cada una de las esquinas de la plaza principal de este poblado los nombres de los implicados en esta evasiva tributaria, que a la letra dice:

“Habiendo examinado yo don Juan Antonio Ballí, Teniente Justicia Mayor de esta villa de Reynosa las escrituras de venta que en el protocolo de este archivo de mi cargo se hallan sin haber pagado el Real Derecho de Alcabala y que se expresan el la relación de deudores que den entero cumplimiento a lo que sobre el particular tiene ordenado el señor Gobernador actual de esta provincia Teniente Coronel de Caballería de los Reales Ejércitos don Manuel Muñoz, según se observa en la providencia que con la fecha del día de hoy se sirvió poner al fin del referido protocolo que inspeccionó, disponiendo que todos los anotados en la lista exhibieran en dinero constante lo que respectivamente les toca pagar al Real Derecho de Alcabala para los fines que convengan”.

Villa de Reynosa, 8 de mayo de 1790.

Juan Antonio Ballí.

( Rubrica )

Cerrado este ignominioso capítulo, todo parecía indicar que la calma pernoctaría de nueva cuenta sobre la calurosa y polvorienta villa, sin embargo, que lejos estaban la primera autoridad y dos que tres vecinos que allende en la capital de la provincia del Nuevo Santander, el señor gobernador revisaba meticulosamente una conjunto de documentos que daban cuenta de los asuntos de compra venta de tierra, ganado y fileato del tabaco, todos ellos, “curiosamente” no cumplían con todas las formalidades que la ley marcaba.

No cabe duda que la verdad tarde o temprano, como viejo fantasma se aparece y señala a los que andan mal conforme a las reales ordenanzas y leyes novohispánicas.

 

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