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¿Cambio con continuidad?

jueves, 13 de diciembre de 2012
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CARACAS.— Que el presidente Hugo Chávez anuncie al país la selección de Nicolás Maduro como su eventual sucesor, en caso de que no pueda asumir la primera magistratura por la reaparición de células cancerosas en su organismo, es la mejor evidencia de que en Venezuela está cerrándose el ciclo del actual jefe del Estado, lo cual no quiere decir que el chavismo como tal haya entrado en fase terminal, como algunos suponen.

La selección de Nicolás Maduro para que asuma el lugar de Chávez, en caso de una fatalidad o de que el presidente esté inhabilitado para ejercer su cargo en el periodo que se termina y en el que se inicia en enero, era la decisión más lógica, por diversas razones.

La primera de ellas es que Maduro se fue consolidando en el tiempo como el dirigente chavista de más cercanía con el mandatario, y el de mayor asidero en la calle.

La relación entre ambos se inició en los tiempos del 4-F, y se fue estrechando con el transcurrir de los años.

Que Chávez elija a un civil inequívocamente de izquierda, ex militante de la Liga Socialista, ex dirigente estudiantil de educación media y hombre clave en el movimiento sindical de orientación oficialista, con intensa actividad como canciller, es una señal que no puede menospreciarse.

Ha podido optar por uno de sus compañeros de armas, particularmente por Diosdado Cabello, poderoso jefe del PSUV, o por otra de las figuras vinculadas a las acciones militares de 1992.

Si bien en el chavismo nadie podrá competir con Chávez en materia de liderazgo, alguien con arraigo popular debía ser el elegido. Y en las filas militares, bien sea oficiales activos o retirados, no hay figuras carismáticas, capaces de calzar en el perfil de un sucesor, con liderazgo de calle ni con posibilidad real de cumplir exitosamente su papel.

Nicolás Maduro, a quien conocimos en sus tiempos de liceísta, cuando él era militante de la Liga Socialista, tiene ante sí el reto de su vida, hoy como vicepresidente y seguramente como candidato presidencial, en un plazo que puede ser corto.

Así será de seria la situación de salud por la cual atraviesa el presidente Hugo Chávez, que se vio obligado a descubrir, aunque fuera parcialmente, el velo de secretismo que ha venido recubriendo los detalles claves de su enfermedad, y a entregar, de hecho, el testigo del liderazgo del chavismo.

Hoy sólo sabemos que existe la clara posibilidad de que Chávez no pueda asumir la Presidencia de la República el 10 de enero, y que muy probablemente nos veamos sumergidos en las circunstancias de una transición política hacia un nuevo ciclo, un nuevo momento, bajo los parámetros establecidos en la Constitución que nos dimos los venezolanos en diciembre de 1999.

Independientemente de lo que ocurra en La Habana con la salud de Chávez, a partir del sábado en la noche, es innegable que Venezuela es otra.

No queremos un país en el cual el presidente designe su sucesor, porque ello revela lo lejos que estamos de funcionar con las reglas democráticas dibujadas en la Constitución, pero, paradójicamente, debemos admitir que al resolver digitalmente el tema del liderazgo en el chavismo, Chávez ha reducido al mínimo la posibilidad de que en su entorno se desatara una pugna por el poder de impredecibles consecuencias.

Era la única manera de evitarlo.

Aun en el escenario de que el chavismo gane nuevamente unas eventuales elecciones presidenciales, con Maduro como candidato, se avizoran cambios.

Chávez se permite, o se permitía, ciertos lujos en la conducción del país y de su partido que el sucesor no podrá permitirse.

Pasará mucho tiempo para que en Venezuela alguien acumule tanto poder como el que ha tenido el actual presidente.

¿Cuánto de cambio, cuánto de continuidad? Son decisiones que Nicolás tendrá que madurar.



Dirigente del partido Avanzada Progresista (disidente del chavismo) y ex embajador en México

 

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Vladimir Villegas