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Boston: del duelo a una incierta euforia

lunes, 22 de abril de 2013
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Cuatro días bastaron para conocer y atrapar a quienes fueron responsables de las explosiones en la recta final del tradicional Maratón de Boston.

El más antiguo de EU. Hacer públicas las grabaciones de los presuntos sospechosos, tan sólo dos días después del atentado del pasado 15, otorgó al FBI no sólo credibilidad, sino empoderamiento y control.

Desde ese momento el aparato de inteligencia estadounidense, local y federal, demostró su capacidad, eficiencia y control. Actuó al unísono.

El papel de las redes y la sociedad fue fundamental para obtener información requerida al armar el quirúrgico rompecabezas que los acercó a los responsables.
A pesar del daño ocasionado a las familias de las cuatro personas muertas y de las 177 heridas, los logros del viernes pasado no son más que el comienzo de problemas mucho más complejos.

Ahora se espera la más ardua labor. La de conocer las causas reales y las respuestas sobre el sustento de tan dolorosas acciones.
En menos de 24 horas después del ataque comenzaron a surgir todo tipo de explicaciones.

Ninguna oficial. Hubo quien confirmó que los móviles de los sucesos eran internos y que se podrían adjudicar a grupos extremistas de derecha, contrarios a las propuestas de Obama sobre sus políticas de armas, impuestos o reforma migratoria.

Otros, desde el inicio optaron por la respuesta del ataque terrorista internacional. Efectivamente EU tiene múltiples enemigos externos. Sin embrago, no es tan sencillo personalizarlos al vapor y sin pruebas.

Aún hoy se mantienen las dos respuestas: terrorismo interno o internacional.
El gobierno de Obama tuvo la inteligencia de no acusar a ningún actor en forma inmediata.

A pesar de la dificultad del momento, se actuó desde la Casa Blanca con la prudencia de no responder con argumentos sin sustento y fácilmente cuestionables o reversibles.

No se podían equivocar y debían actuar lo más rápido posible con pruebas certeras y lejanas a cualquier incertidumbre. Así lo hicieron.

En tan sólo cuatro días dieron a la sociedad estadounidense una respuesta que además de tranquilizarlos los llenó de júbilo.

Murió uno de los responsables de origen checheno y el otro, su hermano menor de 19 años, fue atrapado con vida. Ambos eran ya estadounidenses y tenían más de 10 años respirando la vida de EU.

La obra de inteligencia para atraparlos fue contundente y precisa. No actuaron con montajes ni falsas pruebas. Fue una labor de equipo entre las diferentes agencias de seguridad estatal, local y federal.

Se rescataron informaciones poco consideradas por el FBI: un año atrás el gobierno ruso advirtió al de Obama su sospecha sobre el mayor de los hermanos, al que calificó como un individuo peligroso.

Entonces se hizo caso omiso a esta información. Ahora, por el contrario, se sumó una excelente coordinación y trabajo de todas las agencias de seguridad, sin descuidar detalle alguno.

La prioridad fue la tranquilidad de la sociedad en EU, que desde el 2001 no vivía tal sentimiento de vulnerabilidad y terror.
Ahora surge la pregunta ¿por qué nos odian tanto? Los estadounidenses no acaban de entender no sólo por qué tienen tantos enemigos externos, sino y más importante aún, cómo puede ser que habiendo dado refugio a la familia de seis chechenos, los dos hijos varones que vivieron y crecieron con los beneficios de EU y como estadounidenses fueran capaces de atentar, de esa manera, en contra de su pueblo.

No se entiende que eran ya estadounidenses. Muchos hoy los ven como extranjeros. El dilema está en conocer si actuaron solos y como miembros de una sociedad enferma y vengativa o si, por el contrario, formaban parte de algún grupo extremista internacional que, como todos los terroristas, ataca a la sociedad civil con el fin de mandar un mensaje a algún gobierno.

En este caso salta la duda de si el mensaje es para el gobierno de Obama o para Rusia. La respuesta depende de quiénes sean los responsables reales.

Chechenia está de nuevo en el tablero.
Sea cual sea la respuesta, las medidas de seguridad se intensificarán internacionalmente y viviremos algo parecido al periodo posterior del septiembre del 2001.

Por vez primera Boston y Cambridge vieron sus universidades cerradas ante la amenaza: Harvard, MIT, TUFTS y demás cerraron sus puertas. Por lo mismo, durante todo un día, las personas que viven en Watertown se resguardaron dentro sus casas.

Como en búnkers. Nunca antes habían sentido algo así. Sin duda el terror, interno o externo, daña y cambia los ánimos. De ahí el júbilo de la gente al final del día 19.

Comienza ahora lo difícil. Pronto veremos cuál es el camino tomado por Obama y si puede o no utilizarlo en beneficio de su gobierno.

 

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Opinion

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Susana Sottoli

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