Enrique Berruga Filloy

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Paradojas de nuestro desarrollo

viernes, 26 de abril de 2013
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Una gran paradoja de nuestro desarrollo es que las zonas más retrasadas del país son, curiosamente, las más resistentes al cambio. Pensaría uno que debería ocurrir exactamente lo contrario: que los más pobres y retrasados fuesen quienes tuvieran la mayor urgencia por modificar sus condiciones de vida.

Deberían ser los que exigieran cambios urgentes para tener una mejor opción de desarrollo. Sin embargo, volvemos a atestiguar en Guerrero, Michoacán y Oaxaca, tres de los estados con índices de bienestar más bajos, manifestaciones muy animadas en favor del retraso, en favor de mantener las cosas como siempre han sido.

El resultado previsible es que continuarán ocupando los lugares más bajos del país en materia de educación, salud, productividad y empleo.


Decía Einstein que no pueden obtenerse resultados distintos haciendo siempre lo mismo. Probablemente esto lo sepan los maestros de Guerrero y de Oaxaca y de todos modos prefieran mantener las escuelas cerradas y sus manifestaciones en las carreteras.

Quizá los psicólogos puedan ofrecernos alguna respuesta. Podríamos estar en presencia de una forma de masoquismo colectivo en la que algunos sectores sociales del país le tienen aversión a disfrutar de mejores niveles de vida.

Dentro de este México plural también caben la ignorancia y la pobreza como opciones deliberadamente escogidas.
Sin embargo, este no es el caso.

Los maestros han librado largas luchas por mejores salarios, lo cual es perfectamente razonable. Ello da un indicio de que su opción vital no es la de permanecer en la pobreza.

Como cualquier otro trabajador desean que sus ingresos les permitan cubrir sus necesidades y sus aspiraciones. Lo que ahora argumentan es que la reforma educativa la hicieron unos extraterrestres en el Distrito Federal a espaldas de las costumbres y las realidades propias de sus estados.

Exigen tropicalizar el mandato constitucional para que las cosas sigan más o menos igual en Guerrero, en Michoacán y en Oaxaca. ¿Será que su visión de sí mismos, su deseo más profundo es que dentro de 50 años sus estados sigan ocupando los sitios más bajos del desarrollo nacional?
Tristemente, la explicación más evidente no es psicológica ni de concepción política, sino de una simple intención de preservar las plazas de docentes y para ello rehusarse a tomar un examen de méritos o a capacitarse para ser mejores maestros.

Es una gran contradicción, entonces, que la autoridad se vea orillada a meter la fuerza pública como primer paso para que haya una mejor educación, contra los encargados de impartirla.


En el espectro opuesto del país, el sector más moderno y globalizado de la economía, el más rico y dinámico, continuamente levanta la queja ante el gobierno de que los cambios en el país son pocos y lentos, que las reformas son insuficientes para desplegar cabalmente el potencial del país.

Cabría pensar que este sector es el que naturalmente debería ser más comodino, el que debería rechazar cualquier cambio, pues hasta ahora el sistema ha servido adecuadamente a sus intereses.

Pues no: los industriales de Monterrey o del Bajío, los financieros del DF, los comerciantes de Guadalajara o los consorcios agroindustriales del Noroeste claman por profundas reformas fiscales, laborales, energéticas y de telecomunicaciones.


Tenemos un país en donde los que viven holgadamente quieren salir de su zona de confort y promover transformaciones sustanciales, mientras que los que viven en la pobreza y el atraso se oponen radicalmente al cambio. Unir estas dos visiones es el reto para hacer un solo México.

 

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