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Lecciones de Boston

sábado, 27 de abril de 2013
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Los dolorosos acontecimientos en el maratón bostoniano seguirán generando estática política en los circuitos antiterroristas, policiacos y de inteligencia en el mundo.

También en la mente de los políticos se encendieron luces preventivas. Desde el 9/11 quedó claro que esta expresión extrema de lucha política no era privativa de países subdesarrollados y menos del Medio Oriente.

La universalización de estas prácticas, con sus expresiones en Madrid o Londres, fortaleció la convicción de un enemigo común, actuando sin fronteras.

Los espacios tácticos de estos grupos fanáticos han servido para ampliar sus redes de simpatizantes mediante la utilización de medios cibernéticos así como del crimen organizado.

Las primaveras árabes, abandonadas del apoyo de las democracias occidentales, se han convertido en semilleros de rencor de millones de personas, que abrazaron la idea de la democracia y acabaron en las tinieblas del radicalismo religioso, motor innegable de concepciones de confrontación.
Boston mostró muchas aristas pendientes a quienes están encargados de la seguridad.

El intercambio de información debe perfeccionarse de tal forma, que la confianza total no se mezcle con la política. Esta combinación emergió claramente entre operadores de órganos de inteligencia rusos y estadounidenses.

Los autores de la masacre en una competencia deportiva fueron beneficiarios de la generosidad del asilo y naturalización, a pesar de las advertencias de Rusia.

Esta realidad descalificó de inmediato los intentos de descarrilar los esfuerzos, hoy localizados en el Senado de EU, donde circula un borrador de reforma migratoria que deberá ser perfeccionado.

Los dardos envenenados de los adversarios de cualquier modificación del statu quo perdieron efecto ante la reacción combinada de legisladores, gobierno y organizaciones sociales, especialmente hispanas.

El mensaje positivo de la reforma se fundamentó en la necesidad de saber quiénes son los 11 millones de personas que están obligadas, por la rigidez y obsolescencia de las normas, a vivir en virtual estado de clandestinidad.

También es innegable que los reticentes al cambio endurecerán el costo de su apoyo con fórmulas severas de sellamiento de su frontera sur y restricciones en el norte.

Aún peor, es de esperarse que a cambio del apoyo surja la demanda de expulsión de quienes no califiquen en la posible reforma, lo que significaría una deportación sin precedentes, que es de suponer no se llegue a estos extremos por razones humanitarias, que esperamos sean escuchadas por los grupos más radicales de la ultraderecha.
Otro efecto del atentado es la reacción de los grupos que promueven el respeto al derecho de poseer armas de cualquier calibre.

El objetivo es minar las posibilidades del proyecto de legislación presentado por Obama, al que se agrega el Tratado de Comercio de Armas, aprobado hace unos días por la Asamblea de la ONU.

Es factible esperar oposición a que el gobierno de EU, cuando se abra a la firma de los estados en junio, no obstante que se escuchó a la Asociación Nacional del Rifle, sabemos que su intransigencia no cederá a un reclamo creciente.
El último recordatorio de Boston es que debemos fortalecer la política de que urge recuperar el control de nuestra frontera sur.

Los reclamos de las ONG en favor de los derechos humanos de los migrantes en tránsito por nuestro país son loables y dignos de atención inmediata, lo cual no supone que renunciemos al derecho soberano de controlar el acceso a México.

Esta decisión significa evitar la actuación del crimen organizado en nuestro territorio, donde controlan la trata de personas, que les significa, de acuerdo con ONU, ganancias mayores a las que obtienen con el tráfico de drogas.

La posibilidad de que esa laxitud territorial sea aprovechada por células de grupos terroristas internacionales no es remota y se debe abordar con diligencia.

Se trata de una realidad geopolítica cuyo trato negligente durante décadas debe ser corregido con celeridad.

 

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Jorge Montaño

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