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Reforma electoral para el 2015

domingo, 28 de abril de 2013
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Alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM hicieron un seminario en honor a Jesús Reyes Heroles y conmemoraron la reforma electoral de 1977.

Abrieron un espacio a la reflexión. Comparto el eje de mi participación.
Es indispensable reconocer que de entonces a la fecha ha habido una verdadera y profunda transformación del Estado mexicano; algunas de las instituciones creadas dan cuenta de ello: IFE, CNDH, la SCJN tiene hoy facultades de tribunal constitucional, IFAI, Auditoría Superior de la Federación, entre otras.

Sin lugar a dudas estamos frente a otro sistema político, la hegemonía desapareció para dar lugar al pluralismo político, el hiperpresidencialismo ha sido acotado, fundamental pero no exclusivamente, a través de la invención de organismos constitucionales autónomos.
Sin embargo, como toda transición que se hace a partir de pequeñas —o no tan pequeñas— reformas, México conserva ciertos elementos del pasado que persisten tercamente en la realidad política, la hacen peculiar y distorsionan nuestra joven democracia.

Apuntaré tres cuestiones que llaman mi atención: Primero, el Senado todavía no recupera la facultad de aprobar el presupuesto; segundo, permanece la no reelección consecutiva de legisladores, y, por último, insistimos en negar la existencia de partidos regionales, sólo los partidos nacionales pueden participar en elecciones federales.
Desde que reapareció el Senado, después de la reforma del siglo XIX, éste no ha recuperado la facultad de votar el presupuesto.

Esto es un yerro del modelo federalista. Los estados carecen de un espacio democrático en el que se puedan discutir los intereses de las entidades. Por eso ahora se ha inventado un espacio, poco institucionalizado y sin capacidad de decisión, que pretende dar cauce a la deliberación de las necesidades de los estados, la Conago.

Quizá esto explica la necesidad de una ley que controle la deuda pública de las entidades. Mucho se ha escrito de la extraña incorporación de la representación proporcional en la Cámara Alta, pero poco se ha hablado en serio de la necesidad de regresarle la facultad de tener voz y voto en una de las decisiones más importantes de cualquier país: el ejercicio del gasto.
En segundo lugar habrá que hablar de la resistencia de la alta burocracia de los partidos para reinsertar la reelección consecutiva de legisladores.

Sobre esto ha habido mucha discusión, a pesar de simpatías confesas en todos los partidos, pero siempre terminan imponiéndose las oligarquías partidistas que se resisten a perder control sobre sus legisladores.

Si bien es cierto que todos los partidos cuentan con una pequeña élite que regresa constantemente al Legislativo, desde 1933 hasta la fecha se ha roto el vínculo entre elegido y electores.
En tercer lugar está la obligación, introducida en 1946, de que todo partido político que pretenda participar en elecciones federales debe tener alcances nacionales, para ser reconocido se le exige presencia en dos terceras partes de las entidades o distritos.

No estoy segura de que muchos hayan caído en cuenta de la flagrante contradicción que existe entre la reforma constitucional de 2012 que abrió el camino a las candidaturas independientes y la exclusión de los partidos regionales.

Si al líder de uno de estos partidos le interesa presentarse en próximas elecciones deberá hacerlo a título personal. Absurdo, ¿no le parece?
Basten estos ejemplos para ilustrar ciertas tareas pendientes que la transición no resolvió y que dificultan enormemente la consolidación de nuestra democracia.

Por ello encontré pertinente que los alumnos nos obligaran a preguntarnos qué reforma queremos. ¿Trataremos sólo de parchar lo que en el pasado inmediato no funcionó? ¿Se hará una revisión exclusiva de ciertos reclamos del proceso electoral 2011-2012? ¿Queremos una reforma que replantee de fondo la relación entre representantes y representados y reintroduzca la reelección de legisladores? ¿Reconoceremos la importancia de las entidades en el pacto federal dándoles la oportunidad de discutir y aprobar el presupuesto? A pesar de la introducción de las candidaturas independientes, ¿seguiremos negando posibilidades a los partidos locales?

 

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Opinion

Perfil del Autor

María Marván Laborde