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El potencial de la Cruzada contra el Hambre

miércoles, 1 de mayo de 2013
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México ha decidido decir ‘no más hambre’. Pocos países, a lo largo de la historia, han tenido el coraje político para hacerlo.


El nombre “Cruzada” indica un cambio en la calidad del compromiso: realza la urgencia absoluta de erradicar el hambre en el menor plazo posible.

Señala además que esta lucha ya no es un aspecto lateral de la agenda de desarrollo, sino que pasa a ser una de sus prioridades.
Se incorpora la palabra “hambre” al vocabulario oficial de las políticas del Estado.

Esto lo cambia todo. Es una palabra que genera resistencia y que incomoda, ya que aceptarla —incluso llegar a nombrarla— significa reconocer que hay un problema de base y que se deben realizar cambios para corregir una falla estructural en la sociedad; significa reconocer una brecha en el modelo de desarrollo por la cual millones de niños, mujeres, hombres y ancianos han caído en el hambre y la pobreza.


Cerrar ese abismo requiere, en primer lugar, de un firme compromiso político. Convertirlo en realidad demanda la construcción de una institucionalidad en torno a la seguridad alimentaria, el desarrollo de leyes que aseguren un derecho fundamental, el derecho a la alimentación, y la combinación de acciones inmediatas para atender a los más vulnerables, con la implementación de políticas públicas estructurales de mediano y largo plazo para enfrentar las causas subyacentes del hambre.


Sin embargo, esto no es suficiente si no se moviliza la energía social, tal como señaló el presidente Peña Nieto, ya que la experiencia internacional indica que sin la participación de la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales, el cuerpo legislativo, el sector privado, la academia y las comunidades locales, no se pueden lograr avances sustantivos.


Si se logra eso, la implementación de la Cruzada contra el Hambre representará un cambio histórico para México: la lucha contra el hambre y la inseguridad alimentaria pasará a ser una política de Estado, no sólo de un gobierno, un partido o un grupo de personas, sino un compromiso de toda la sociedad.


Yo tuve la suerte de aportar a un proceso similar en Brasil. El Hambre Cero inició un proceso que permitió que el país alcanzara la meta del primer Objetivo de Desarrollo del Milenio de reducir por la mitad la proporción de la población hambrienta y que ha permitido al país asumir un desafío aún más la grande: la erradicación de la pobreza extrema.


Una de las lecciones que nos dejó el Hambre Cero es la necesidad de crear círculos virtuosos, como aquellos que conectan los programas de alimentación escolar con la producción de los pequeños agricultores familiares a través de compras públicas, lo que genera un efecto que fortalece la nutrición de los niños y estimula las economías locales.


Este tipo de sinergias demuestran que luchar contra el hambre y la pobreza no se reduce a un enfoque asistencialista, sino que tiene el potencial de alterar la composición social de un país, modificando el tipo de desarrollo y de crecimiento económico.

Por eso, no hay mejor inversión que erradicar el hambre, activando el gigantesco potencial social desperdiciado debido a los efectos negativos del hambre y la pobreza sobre la población, una de las herramientas más eficaces para que las economías en desarrollo crezcan al mismo tiempo que reducen sus desigualdades.


El gobierno del Presidente Peña Nieto se ha atrevido a soñar con una meta posible: no más hambre en el país. Este sueño comienza con la implementación de la Cruzada Nacional contra el Hambre.

La FAO ofrece todo su apoyo para lograr el éxito y también quiere aprender de la experiencia mexicana.
Gracias a la Cruzada, muchos países están hoy mirando a México.

Esta experiencia seguramente inspirará a otros a tomar una decisión parecida, avanzando hacia la meta del “Hambre Cero” a través de un compromiso político irrenunciable, la gobernanza correcta y la movilización de toda la energía social del pueblo mexicano.

 

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Opinion

Perfil del Autor

José Graziano da Silva