Rosario Green

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Nuestro país y el Caribe

sábado, 4 de mayo de 2013
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El 24 de julio de 1994, en Cartagena de Indias, Colombia, se firmó el Convenio Constitutivo de un nuevo e importante mecanismo de cooperación sur-sur en cuyo diseño la participación mexicana fue fundamental.

Se trata de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), orientada a promover la consulta, la cooperación y la acción concertada entre todos los países de la zona.

Sus objetivos son: el fortalecimiento de la cooperación regional y del proceso de integración a fin de crear un espacio económico ampliado en la región; preservar la integridad medioambiental del Mar Caribe, considerado como patrimonio común de los pueblos de la zona y promover el desarrollo sostenible del Gran Caribe.

Sus áreas focales son el comercio, el transporte, el turismo sustentable y los desastres naturales.

A partir de su lanzamiento, la AEC celebró cuatro reuniones cumbre (Trinidad y Tobago, donde se encuentra la sede del mecanismo; República Dominicana; Venezuela; y Panamá).

Acaba de concluir la V edición de mandatarios de la AEC, esta vez en Puerto Príncipe, Haití.

Además de México, Colombia y Venezuela comparten esta vocación caribeña que se proyecta a las naciones centroamericanas Cuba, República Dominicana, Haití y el Caribe anglófono: 31 Estados miembros en total (24 de pleno derecho y siete asociados), unidos por una voluntad colectiva de cooperar unos con otros para apoyar su desarrollo y combatir la pobreza, el analfabetismo, la insalubridad y muchos males que afligen a esta región.

México, que considera al Caribe como su tercera frontera, estuvo presente en ésta V Cumbre.

El presidente Peña Nieto llegó a Puerto Príncipe para participar en los trabajos y encontrarse con algunos de sus homólogos. Si bien no más de seis de ellos estaban presentes, todos estuvieron representados.

De ahí que fuera posible alcanzar una declaración en la que se consignaron los cinco objetivos a alcanzar por parte de la AEC en los próximos dos años: hacer de la zona una región más próspera y competitiva a fin de acelerar su desarrollo; hacerla más incluyente cerrando brechas de desigualdad; lograr que se instale en ella un clima de paz y de respeto a los derechos humanos; que sea un espacio donde se vive en armonía con el medio ambiente y que la región esté a la altura de los actuales desafíos.

En el ámbito más pragmático, los participantes acordaron crear una unidad gestora de proyectos de la AEC con el fin de buscar respaldo financiero, particularmente para aquellos vinculados a la infraestructura.

Además de mostrar la actual coherencia de la política exterior mexicana, este esfuerzo que concluyó en Puerto Príncipe pone de manifiesto el reconocimiento de México respecto a la necesidad de fortalecer la cooperación con sus vecinos centroamericanos y caribeños.

Recientemente el presidente Peña Nieto ha asistido a diversos foros latinoamericanos y, en todos ellos, no ha dejado de insistir en un tema central: la integración regional.

Muchos años después y muchos intentos más tarde, unos más exitosos que otros, América Latina tiene todavía frente a sí el reto de una integración inconclusa.

Pese a las dificultades que hoy se aprecian en el ámbito de la Unión Europea, es un hecho que el mundo se mueve a partir de grandes bloques conformados en función de diversos intereses, algunos meramente económicos, otros más complejos.

Por ello, si nuestra región busca estar en condiciones de participar plena y ventajosamente en esta nueva geopolítica, debe enfrentar esa asignatura pendiente.

El desafío es tan claro como la oportunidad, por múltiples razones.

Ciertamente destacan las de naturaleza comercial y económica, pero hay además un valioso insumo que tiene que ver con la política y la seguridad, temas que en ausencia de una visión colectiva se convierten en serias amenazas para el desarrollo de nuestras sociedades.

 

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