Jean Meyer

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Pensar lo impensable

lunes, 6 de mayo de 2013
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Nací en 1942, así que de chico, con mis compañeros de primaria, aprendimos por el radio —era tiempos de radio— palabras como Hiroshima, bikini, bomba atómica, luego bomba de hidrógeno; recuerdo cómo una mañana, camino a la escuela, un compañero mayor que yo —debo haber tenido unos siete años— me explicó cómo se iba a acabar el mundo ahora que los americanos y los rusos iban a pelearse con bombas atómicas.

Cuando empezó la Guerra de Corea, a mis escasos ocho años, pensé que iba a pasar pronto lo que me había anunciado el compañero.

En aquel entonces —y por lo menos hasta la crisis cubana de los cohetes, en 1962— se podía decir decir que la pesadilla de una guerra nuclear fue una realidad para mucha gente.

Por eso Stanley Kubrick hizo esa delirante, cómica y terrorífica película: Doctor Strangelove. Por eso el lema alemán de “mejor rojo que muerto”.
Pasaron los años, nadie usó las armas nucleares desde aquel mes de agosto de 1945, de modo que, poco a poco, el miedo al apocalipsis nuclear se esfumó.

¿Será coincidencia? Ahora que el gobierno de Corea del Norte reitera su voluntad de jugar con ese fuego mortífero, me doy cuenta de que el año pasado, en Estados Unidos, se publicaron varios libros sobre ese mismo tema: Five myths about nuclear weapons, de Ward Wilson, The second nuclear age.

Strategy, danger and the new power politics, de Paul Bracken, y varios más. No los he leído pero, posiblemente, los autores pensaban más en Irán que en Corea del Norte cuando le dieron al tema una nueva actualidad.
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 hubo un breve momento de temor: ¿qué tal si el próximo atentado ideado por Al-Qaeda llega a utilizar material nuclear? Después nos enteramos de la existencia de un siniestro doctor atomista pakistaní que vendió durante años tecnología (¿y algo más?) a Irán y Corea del Norte.

Pero si el asunto preocupa a unos especialistas de seguridad nacional, nosotros, la opinión pública, dejamos de temerle a la pesadilla nuclear.

¿Estamos en lo correcto? Por lo pronto los responsables estadounidenses, empezando por el presidente Barack Obama, si bien no afirman que no ocurrirá nunca, nos tranquilizan al decir que Corea del Norte ni tiene la bomba operacional, ni los misiles de largo alcance para transportar y lanzarla.

De acuerdo: hoy no tienen el bichito miniaturizado y tampoco la honda para lanzarlo. ¿Y mañana?
¿No pecaremos por complacencia, como la avestruz que no quiere ver al enemigo y entierra la cabeza en la arena? Cuando Estados Unidos y la URSS compartían el monopolio de las armas nucleares (Inglaterra y Francia pertenecían al club, ciertamente, pero en segunda fila, y cuando China entró al club también se sentó en un banquito), la razón imperó siempre y no hubo ningún Doctor Strangelove.

¿Ahora, mañana? La multiplicación demasiado probable de los dueños del fuego atómico, el fracaso de la política de desnuclearización obligan a reabrir el debate.

India, Pakistán, Israel tienen esta arma. Corea del Norte también y por lo mismo Japón y Corea del Sur piensan en, eventualmente, desarrollar la misma tecnología.

En cuanto la tenga Irán, Arabia Saudita no se quedará con los brazos cruzados, etcétera.
Son nueve hoy día los miembros del club y dos, por lo menos, no son muy de fiar.

Mañana serán 10, pasado mañana… La proliferación nuclear militar está a la vista y va a complicar la gestión de las crisis en un mundo de por sí demasiado peligroso.

En tales condiciones, es inútil soñar con la utopía del desarme nuclear. Fue un momento posible, en el pasado, Estados Unidos y Rusia empezaron a reducir sus muy exageradas existencias en sus arsenales nucleares, pero obviamente no van a seguir en esa senda.
Lo que puede pasar una vez que Irán tenga su bomba, la gesticulación hasta ahora sin efectos del joven déspota de Pyongyang. Todo me remite a mis impresiones de niñez. Lástima.

 

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