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No maten al mensajero…

sábado, 11 de mayo de 2013
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Me imagino que esta consigna surgió hace un buen tiempo, cuando los conflictos bélicos entre naciones empezaron a ser menos cavernícolas y en los que se juzgaba innecesario e incluso inconveniente descargar la ira de los combatientes sobre un mensajero enemigo que sólo portaba alguna comunicación, generalmente poco grata.

Del campo de guerra, esta frase se extendió con el tiempo a un amplio espectro de relaciones humanas, significando que el problema, en los casos que lo hubiera, era generado por otros actores y no por el portador de las noticias.

Traigo a colación este tema motivado por los recientes conflictos que han afectado, con escaso o ningún fundamento, a la educación superior y específicamente a la UNAM.

Como en muchos ejemplos del pasado, resulta claro que quienes han vuelto a acosar a la UNAM no son sino “mensajeros” de otros personajes que actúan con propósitos de medro personal o grupal partidista, no necesariamente de los partidos políticos como ahora los conocemos.

“Tomar” la Rectoría de la institución no afecta la marcha normal de la universidad, que sigue operando como cada día; en cambio sí representa una forma estridente de atraer la atención a un pseudo-conflicto, y desde luego al grupo que lo organiza, dar elementos a quienes desean desprestigiar a las universidades públicas y generar un problema que no se sabe cómo evolucionará y en qué terminará.

Por qué estos grupos actúan así no está basado en razones académicas y casi nunca hay una propuesta seria de mejoría académica u operativa de las instituciones, por lo que los “diálogos” que se proponen como solución al “conflicto” son totalmente espurios.

Una gran diferencia con los antiguos mensajeros de guerra, es que a los que me refiero no son individuos neutrales ni inocentes; son jóvenes/adultos que actúan como peones manejados por personajes que medran con circunstancias del país que les pueden representar algún tipo de ventaja, con total desentendimiento de los efectos nocivos sobre la imagen de las instituciones de que se trate.

En consecuencia, son “mensajeros” a los que no se les puede ni se les debe dejar impunes. Así como la violencia en sentido general puede generar más violencia, la impunidad sin duda genera mayor impunidad, como bien lo dijo mi colega Ciro Murayama en estas páginas.

Las lecciones casi diarias sobre impunidad en todos los ámbitos de la vida nacional desde hace años son patente ejemplo de ello. Recordemos entre esta fauna a algunos notables especímenes como Sánchez Duarte, Falcón, Castro Bustos, el Llanero Solitito, el Mosh… y los caracteres más recientes que han asaltado a la UACM, la UAM, el IPN y no pocas universidades estatales.

Varios de ellos fueron luego “premiados” con posiciones o prebendas de diverso tipo.

Las manos de quienes manejan a estos “peones” de ajedrez (con perdón del noble juego) tienen orígenes diversos, pero siempre han estado impelidas por intereses personales o de grupo.

Esas manos pertenecen a gente que son del pleno conocimiento de los círculos gubernamentales encargados de manejar “la cara oscura” del país ( y si no habría que preocuparse en serio), y que han actuado a lo largo de décadas con total impunidad.

En estos conflictos hay voces que insisten en el no uso de la violencia, un término utilizado en México, como muchos otros, con enorme plasticidad.

El uso de la fuerza legítima del Estado, aplicado con sensatez y firmeza en defensa de la ley y en beneficio de la sociedad, es algo que debe ocurrir en estos casos.

No hacerlo implica lecciones interminables de que no importa qué tanto se agravian los derechos de los ciudadanos (y los estudiantes lo son) siempre hay manera de evitar las consecuencias de ello.

Este ha sido un “sistema educativo” en verdad efectivo, transmitido durante décadas por autoridades de todo orden en este país. Sus efectos negativos para el desarrollo del país han sido innegables.

 

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Opinion

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José Sarukhán

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