Silvia Gómez Tagle

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La izquierda y el PRD 24 años después

domingo, 12 de mayo de 2013
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La gran fuerza que desató Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano al lanzar su candidatura independiente del PRI en 1987 fue la primera capaz de competir electoralmente con el PRI (o alguno de sus antecesores) desde 1928.

Pero no se trataba de un partido, sino de una unión de fuerzas con objetivos afines, pero con trayectorias y visiones de la izquierda muy diferentes.


En este aniversario hay que reconocer la gran visión y valentía de Cárdenas y los fundadores del PRD, porque gracias a que ellos se lanzaron virtualmente al vacío para crear un nuevo partido, en un país en que ninguna izquierda electoral había podido ser realmente exitosa en el terreno electoral, y menos al nivel de una elección presidencial, 24 años después podemos confirmar que el partido hegemónico ha desaparecido, aun cuando el PRI siga existiendo y sea el partido más grande.

México ha cambiado, ahora hay un sistema de tres partidos fuertes y una precaria institucionalidad democrática, que cuando menos garantiza un mínimo de regularidad en los procesos electorales, a pesar de lo mucho que falta en otros campos institucionales fundamentales para el ejercicio de la democracia, como son el acceso a la justicia para todos los ciudadanos, la seguridad, la transparencia, etcétera.


Imaginar el futuro de una izquierda democrática, alejada de las gestas revolucionarias y de los paradigmas ideológicos que no admitían la diversidad de opiniones, ni el derecho de las minorías a ser respetadas supone reconsiderar a fondo varias de las tesis de las izquierdas del siglo pasado.

Actualmente, como lo han demostrado muchos países latinoamericanos que buscan respuestas a las crisis del capitalismo neoliberal, hay muchas alternativas posibles, más allá de los dogmas de la izquierda y la derecha, o de la democracia liberal y el socialismo.

Pero el PRD ha vivido 24 años con esas diferencias entre la línea populista y la socialdemócrata nunca se ha resuelto porque la democracia posible del siglo XXI, en el que la izquierda participa electoralmente, está marcada por contradicciones sin una solución viable a corto plazo.

La lucha electoral supone una estrategia de convocatoria amplia, que podríamos llamar populista, que además usan todos los candidatos —de izquierda y de derecha—, en la que se promete mucho y al gobernar no siempre se puede cumplir, en la que se privilegia la relación personal del líder o candidato con el “público” (ya no se trata del pueblo).

Pero cuando la izquierda gana posiciones pasa a ser parte del gobierno, debido a que en la democracia nadie tiene todo el poder, hay que negociar con los contrarios y compartir las decisiones.


Esta izquierda electoral democrática del siglo XXI no puede ser oposición total al “régimen capitalista existente”; aun cuando tuviera la Presidencia de la República, la izquierda democrática siempre tendría que compartir decisiones con los otros partidos (a menos que conquistara una posición hegemónica como la de Chávez en Venezuela).

En esta disyuntiva hay dos escenarios posibles: el primero es una izquierda moderada que se aviene a las oportunidades que ofrece la coyuntura política representada por la corriente Nueva Izquierda del PRD; y el segundo es una izquierda más radical representada por Andrés Manuel López Obrador, quien reafirma su identidad en la confrontación con otras fuerzas políticas —PAN y PRI—.


Después de las elecciones presidenciales de 2012, López Obrador —quien ha representado una suma de corrientes de izquierda con una estrategia que rechaza el diálogo con la derecha y se apoya en una comunicación permanente con las bases sociales, así como en un liderazgo muy personalizado— pretende establecer un partido de izquierda distinto al PRD.

Por la gran capacidad de convocatoria del tabasqueño, es muy probable que logre formar un partido fuerte, pero queda como interrogante si, prescindiendo del PRD, puede volver a competir con éxito en la una elección presidencial.

 

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