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La erosión del orden neoliberal del mundo

domingo, 19 de mayo de 2013
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El mundo se transforma y las reglas de jure o de facto que configuran el orden económico internacional comienzan a alterarse con el cambio de circunstancias e intereses, como evidencian las medidas heterodoxas de muchos bancos centrales del primer mundo.


Desde los años ochenta las zonas industrializadas ven flaquear sus balanzas de pagos. Con alguna excepción —Japón, Alemania—, los países del primer mundo, individualmente o en conjunto registran déficit en las cuentas externas, encabezadas por Estados Unidos.

En contraste, ciertos países asiáticos —Corea, Taiwán, Singapur, Malasia, China—, comienzan a registrar excedentes, como manifestación inequívoca de las mudanzas de la localización industrial del mundo.

A ellos se suman los países exportadores de petróleo para alterar las fuentes primarias del poder financiero.
En efecto, al invertirse el signo de las balanzas de pagos entre el Primer Mundo y los países emergentes o petroleros, se trastocan las fuentes del ahorro financiero mundial.

Ya en 2011, las naciones en desarrollo disponían del 64% de las reservas internacionales y sólo China poseía un acervo próximo al del conjunto de los países industrializados.

La inversión China en el exterior crece rápidamente ya representó más del 5% de su producto (2010), aparte de ser la principal fuente de financiamiento de los déficit norteamericanos.

De aquí, la obsolescencia del sistema de votación que gobierna las políticas y decisiones del Fondo Monetario Internacional o las del Consejo de Seguridad de la ONU, fieles a la constelación de poderes que prevalecían al término de la Segunda Guerra Mundial.


De acuerdo con el FMI hacia 2030 los países en desarrollo posiblemente generarán casi dos tercios del producto mundial, los BRICS (Brasil, Rusia, India y China) el 27%, mientras que la suma de Europa y Estados Unidos apenas aportarán el tercio restante, la sola contribución de China se aproximará a la norteamericana (16% y 17%, respectivamente).


En términos sustantivos el ascenso de China ya es manifiesto no sólo en las finanzas, sino en términos de dimensión económica, industrialización y comercio.

Su economía tenía (2010) un tamaño que sólo cede ante la norteamericana, pero que supera a Japón, Alemania e Inglaterra.

El ascenso de China queda confirmado con su alto dinamismo comparativo, su producto creció a razón del 10% anual entre 2000 y 2010 que, no obstante reducirse después al 7%-8%, es varias veces superior al del mundo industrializado.


Antes, los programas de ajuste del FMI eran aplicados casi en exclusiva a los países en desarrollo del tercer mundo. Hoy, esos programas se aplican a los miembros en problemas del Primer Mundo (Irlanda, Grecia, Portugal, Chipre) o a los exsocialistas de Europa, a los que pudieran seguir países de mayor peso, España, Italia o tal vez Francia.

Es decir, sin la crisis de Europa, el FMI habría perdido al grueso de su clientela antes habitual.
Todas esas dislocaciones en las realidades económicas marcan la obsolescencia paulatina de las normas del orden económico internacional convenidas al término de la Segunda Guerra Mundial.

Tomemos algunos casos relevantes. La libertad de comercio y de los flujos internacionales de capitales, llevó a eliminar buena parte de las fronteras económicas y a erigir instituciones como la Organización Mundial del Comercio, vigilantes de las normas multilaterales derivadas de las sucesivas rondas de negociación.


Desde luego, las reglas al libre comercio reconocieron algunas excepciones al principio del multilateralismo de la nación más favorecida cuando se admiten exclusiones —los productos agrícolas y textiles— y la formación de grupos de integración con privilegios internos no concedidos al resto del mundo.

Las exclusiones obedecieron a la defensa de intereses sectoriales del Primer Mundo y, las excepciones, a sólidos argumentos geopolíticos, como fueron, los de contribuir a la reconstrucción de Europa.


En la actualidad el multilateralismo está de capa caída, las excepciones hacen la regla. No sólo la Ronda de Doha, supuestamente favorecedora de las economías en desarrollo, ha fracasado; también proliferan los tratados bilaterales de libre comercio o los de asociación económica que socavan la hoja de ruta de la unificación universal de mercados.


Aquí también se aducen razones de peso. Las naciones fuertes pueden ganar ventajas en las negociaciones bilaterales sobre todo en un mundo que se torna bipolar.

Por eso, tanto EU, como luego China se inclinan por ese camino, ofreciendo financiamiento o incentivos de acceso a sus mercados. En ese contexto México es un país singular.

Ha firmado múltiples tratados de libre comercio con zonas y países de mayor poderío económico —de Asia o Europa— con escasos resultados positivos, mientras se distancia de la integración latinoamericana.

Hay, una excepción la del TLCAN, donde los cuantiosos superávit de la maquila obedecen al uso masivo de mano de obra barata, sin causar los problemas migratorios posteriores.


A la par, ha surgido otra necesidad geopolítica: la de contener o encauzar el ascenso de China y, en general, del conglomerado de países asiáticos emergentes, hacia sistemas compatibles con la visión e intereses del Mundo Occidental.

En circunstancias diferentes, resurge la estrategia de contención que marcó al mundo la Guerra Fría. Ahí está la iniciativa auspiciada por Estados Unidos de formar la Asociación Transpacífica (TransPacific Partnership) que excluye a China pero vinculan a muchos de los países de la cuenca del Pacífico en un acuerdo de libre comercio de tercera generación, es decir, con incorporación de todos los temas económicos —incluido el de la propiedad intelectual— hasta llegar a reglas uniformes aplicables a las empresas, siguiendo patrones norteamericanos.

En ese contexto también se cuenta la ambiciosa propuesta del presidente Obama de celebrar un acuerdo preferencial entre Europa y Estados Unidos que haga renacer el liderazgo económico de las naciones que encabezan al Mundo Occidental.


Como se ve, el multilateralismo global cede terreno al bilateralismo y al regionalismo en la búsqueda de tres objetivos: marcar límites al ascenso económico y financiero de China; lograr la participación occidental en el auge de las economías asiáticas; atenuar por la vía del comercio, la crisis de desarrollo que todavía aqueja a Europa y a Estados Unidos y que se asocia directa o indirectamente a los desequilibrios universales.


En rigor, los desajustes globales, han llegado a límites difíciles de rebasar, a menos que se acepte la repetición agravada de la crisis.

Los riesgos se acentúan por la falta de coordinación de estrategias entre los países líderes y su renuncia al uso de las políticas fiscales mancomunadas que impiden la reformulación de las nuevas normas internacionales.

Ya la desorbitada liquidez global convive con la falta universal del crédito a la producción-inversión. La inundación monetaria derivada de las políticas de la Reserva Federal de Estados Unidos, reforzada por acciones del Banco Central Europeo —para salvar a la banca de su región— y más recientemente por las del Banco Central del Japón —tratando de escapar a la deflación que aqueja a su país—, enfrentan a las estrategias nacionales o regionales con las de orden global.

En tales circunstancias, el monetarismo expansivo y devaluatorio del Primer Mundo, unido a la subvaluación cambiaria de otros países, promueven el desplazamiento incesante de enormes flujos de capitales en busca de mejores rendimientos, de burbujas especulativas, que acentúan los desajustes comerciales, distorsionan el intercambio y, en general, debilitan el crecimiento de la economía mundial.

 

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David Ibarra

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