Leonardo Valdés Zurita

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Parlamentarios y dirigentes

martes, 28 de mayo de 2013
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Las fricciones entre dirigentes y parlamentarios son inherentes a cualquier partido político; tan es así, que Maurice Duverger las identificó, a mediados de los años cuarenta del siglo XX.

En su clásica obra Los partidos políticos, este politólogo francés mostró cómo esas fricciones entre parlamentarios y dirigentes se ven influenciadas por el desarrollo organizativo del partido y en ello impacta la estructura territorial, el sistema electoral, así como la orientación ideológica, entre otros elementos.

Señala que las fricciones entre unos y otros tienen tres momentos, que vale ahora redefinir como situaciones. Por supuesto que la ruta esquemática de Duverger, hoy lo sabemos, depende del modelo de partido del que se trate.

Por ello, vale redefinir cada etapa como situación por la que transitan partidos políticos, sin que sean necesariamente peldaños de una escalera inevitable.

Veamos, de todas maneras, algunas de las características que Duverger encuentra en esas etapas, para la mayoría de los partidos europeos.

Señala este autor, que la etapa inicial se caracteriza por una estructura descentralizada y una administración central débil.

Aquí cada parlamentario funciona como el líder de su comité o localidad, ya que su acceso a la representación política se vincula con la defensa de los intereses específicos de su grupo o comunidad.

Digamos que la perspectiva nacional no era, en ese momento, una preocupación de la movilización política y evidentemente en los grupos parlamentarios no existía una disciplina de votación ni una perspectiva común.

Ejemplifica lo anterior con el Partido Radical Francés ya que, hasta 1911, sus diputados se reunían en dos grupos diferentes y rivales uno del otro.

La segunda etapa, se caracteriza por una pugna constante entre parlamentarios y dirigentes de los partidos.

Considera que en esta no hay subordinación sino separación y fricciones entre unos y otros. El crecimiento de los partidos políticos, en términos de militantes, influye en la toma de decisiones y la cobertura territorial obliga la creación de una burocracia del partido, así como a la elaboración de reglas que normen las relaciones al interior del mismo y sus responsabilidades.

En este momento organizativo, la tensión provocada por la búsqueda del predominio al interior del partido expresa un constante enfrentamiento entre los militantes y los parlamentarios.

Así, los militantes que resultan destacados se vuelven parlamentarios (“proceso de absorción”) y los parlamentarios cabildean para convertirse en delegados del partido o representantes en el Comité Nacional (“doble participación”).

Esta complejización de la vida interna de los partidos estimula el ímpetu organizativo y, derivado de ello, una mayor rivalidad entre parlamentarios y dirigentes.

El Partido Laborista, inglés, fue buen ejemplo de esta situación desde su constitución.

En la tercera etapa, la evolución de los partidos políticos se caracteriza por el dominio de dirigentes sobre parlamentarios.

Considera que la preeminencia de los dirigentes en esta fase se debe a factores externos e internos. Externos, como el desarrollo de las reglas de la competencia y de la representación política (representación proporcional y tipo de listas).

Internos, tales como procedimientos para el desarraigo y evitar los cacicazgos y la especialización temática que se requiere para el cumplimiento de las labores legislativas (conocimiento de leyes, técnica jurídica y funcionamiento de múltiples temáticas e instituciones) lo cual contribuye a relaciones de dependencia de los parlamentarios respecto a la dirigencia del partido.

Además, la subordinación es más acentuada cuando la curul es de representación proporcional, ya que depende de decisiones de la dirigencia (su inclusión y el lugar que ocupe en la lista), más que del voto de los electores.

Duverger considera que el proceso que motiva a los dirigentes a obtener puestos en el parlamento (“unión personal”), así como la mayor fortaleza de la solidaridad del partido que la solidaridad parlamentaria, contribuyen al dominio de los dirigentes.

Un clásico ejemplo es el de los partidos comunistas, donde los dirigentes mandaban sobre sus parlamentarios: la importancia de un integrante del Comité Central siempre fue muy superior a la de cualquier parlamentario.

El enfrentamiento entre dirigentes y parlamentarios encubre otra tensión tan o más importante: fricciones entre militantes y electores, dilema complejo en toda sociedad democrática, sin interpretación ni solución única.

Los dirigentes son electos por las élites partidarias y, en el mejor de los casos, ratificados por los militantes. En cambio, los parlamentarios son electos por el pueblo, como representantes en el Poder Legislativo.

¿Quién debe decidir el comportamiento de los representantes, sus representados o los de las élites partidarias? Menudo dilema que los partidos democráticos han intentado resolver por diversas vías.

Ninguna del todo satisfactoria. Los partidos y sus miembros, son políticos. Quizá por eso, muy complejos.

 

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