Héctor de Mauleón

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La primitiva Catedral de México, ¡aún existe!

martes, 28 de mayo de 2013
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Grababa, hace meses, uno de los tres programas que El Foco dedicó a la Catedral Metropolitana. Inesperadamente, se me autorizó a entrar por una de las “ventanas arqueológicas” que existen en el atrio.

Bajé y en el mundo de abajo encontré lo que cualquier habitante de la ciudad de México habría soñado encontrar: lo único que queda de la primitiva Catedral de México.

Ahí estaban los restos de varios muros pintados de rojo, y ahí estaban los peldaños de una escalinata en cuyo peralte se conserva un grupo de azulejos con rostros de ángeles o de niños, que fueron colocados en el siglo XVI.

El cronista Antonio de Herrera afirma que Hernán Cortés edificó la entonces llamada iglesia mayor, “poniendo como basas de los pilares las piedras esculpidas de un adoratorio azteca”.

A la fecha es posible contemplar esas basas, con restos de relieves prehispánicos, arrumbadas bajo el sol en la esquina suroeste del atrio.

Se afirma que la obra fue terminada por fray Juan de Zumárraga hacia 1532.

Aquella Catedral primitiva, cuya portada principal no daba a la plaza de armas, sino a donde se halla actualmente el edificio del Monte de Piedad, no gustó ni convenció a nadie.

Era demasiado pobre, demasiado baja, demasiado húmeda.

En 1585, atendiendo a “su ruin mezcla”, y a que a causa del deterioro se hallaba a punto de desplomarse, el arzobispo Pedro Moya de Contreras ordenó remozarla.

En la reparación intervinieron los artistas más señalados de aquel momento.

El arquitecto Claudio de Arciniega diseñó el proyecto, y los canteros Martín Casillas y Hernán García de Villaverde fueron los encargados de ejecutarlo.

La historia relata que en 1625-26 fue demolido aquel edificio y se inició la construcción de la suntuosa Catedral que hoy conocemos.

Lo que yo miraba aquella tarde bajo el atrio eran las escalinatas que pisaron los primeros habitantes de la noble ciudad de México.

Olvidamos la historia de la cosas.

Algunas veces, esa historia se pierde para siempre. Otras, permanece dormida en lo que Artemio de Valle-Arizpe solía llamar “los papeles de entonces”: legajos sepultados por siglos en algún archivo.

Contra lo que solemos creer, la primitiva Catedral no fue arrasada totalmente.

Claudio de Arciniega, Martín Casillas y Hernán García de Villaverde habían logrado construir una portada extraordinaria —la portada principal—, y las autoridades novohispanas… decidieron preservarla.

Pero eso no se supo hasta 1985, año en que la historiadora María Concepción Amerlinck localizó un documento que señala que la portada de la primera Catedral —se le llamaba “Portada del Perdón” porque daba acceso al retablo del mismo nombre— fue vendida en 1625 al convento de Santa Teresa la Antigua “para que éste adornara la fachada de su templo”.

El cantero Manuel Sánchez la condujo, piedra por piedra, un par de cuadras, hasta el convento.

Se sabe que aquella portada fue retirada en 1691 y su lugar ocupado por la que vemos en la actualidad.

Pero olvidamos que la historia de las cosas permanece, algunas veces, sepultada en “los papeles de entonces”.

Claudio de Arciniega, Martín Casillas y Hernán García de Villaverde habían logrado construir una portada extraordinaria y, nuevamente, las autoridades novohispanas decidieron preservarla.

Pero eso no se supo hasta 2008.

Ese año, Guillermo Tovar de Teresa dio a conocer un documento de 1691, hallado en el Archivo General de la Nación, que indica que el maestro de arquitectura Juan Durán firmó un contrato para desmontar, piedra por piedra, la portada del templo de Santa Teresa la Antigua, “y llevarla a su costa y asentarla en la puerta principal de la iglesia de la Limpia Concepción”.

La iglesia de la Limpia Concepción no es otra que la Iglesia de Jesús Nazareno, que se ubica en República de El Salvador, entre 20 de Noviembre y José María Pino Suárez.

La que en 1691 era la “entrada principal” de ese templo, hoy día se ha convertido en la entrada lateral del mismo. Allí puede verse, a casi cinco siglos de su construcción, intacta, misteriosa, extraordinaria, ¡la portada principal de la que los cronistas llamaron “la primitiva Catedral de México”!

La noticia era de ocho columnas, pero quedó sepultada en una revista del INAH.

Lo que El Foco transmitió aquella tarde en el atrio no era lo único que quedaba de la vieja iglesia mayor. Pero olvidamos la historia de las cosas y ahora corro, ahora mismo, porque quiero mirarla y retratarla. Quiero tocarla e imaginarla.

 

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