José Antonio Crespo

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De oposición a oposición

miércoles, 29 de mayo de 2013
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Es inevitable que en cada organización surjan puntos de vista distintos respecto a cuáles deben ser los objetivos de la misma y cómo lograrlos.

Es por eso que en toda organización, incluyendo a los partidos políticos, se habla de un ala dura y otra moderada (o radical y negociadora).

En los extremos, se hallan los más radicales, quienes consideran que no debe negociarse una coma de la plataforma propia, ni ceder un ápice de terreno, lo cual es visto como claudicación o incluso traición.

Cuando un partido dominado por el ala radical está en el gobierno, su tendencia es a reprimir; cuando está en la oposición, tiende a confrontarse con el poder, a oponerse sistemáticamente a todo lo que proponga o venga del gobierno (incluso cuando coincide con las propias posturas).

En el otro extremo de la gama, teóricamente estarían los colaboracionistas, los que están entregados al rival, son excesivamente condescendientes con él y sacrifican las posiciones e intereses propios.


Pero la gama contiene puntos intermedios, entre los cuales está el ala moderada, negociadora pero no claudicante, que entiende que en condiciones de pluralidad es imposible sacar la agenda propia al 100%, por lo que debe cederse en una parte para impulsar la otra.

Es consciente de que al mismo tiempo debe cuidar la esencia del programa e ideología propia en un grado suficiente. Desde la óptica radical, no hay diferencia alguna entre moderados y colaboracionistas.

Pero justo sólo cuando los negociadores predominan en sus respectivos partidos (sean gobierno u oposición), es posible sacar acuerdos y pactos, incluso para las reglas más básicas de la democracia (pero también para otros temas fundamentales de tipo económico o social).


El problema radica no sólo en quién puede tener la razón; para quien comparte la lógica y aspiraciones de la democracia (en términos realistas, no idealistas) es claro que son los moderados quienes tienen razón histórica.

Para los revolucionarios o golpistas tienen razón los extremistas. Pero la pregunta es dónde está el umbral que distingue a los negociadores de los colaboracionistas; esa línea suele establecerse de manera arbitraria por parte de los rivales extremistas o más cercanos a ese polo, con fines de lucha interna por el poder.

Y de ahí que los negociadores de todos los partidos suelan ser acusados de comparsas del “enemigo” (ni siquiera del rival). La frontera, en efecto, es borrosa.

Acusan a Gustavo Madero, por ejemplo, de pasar de un extremo al otro; descalificó el triunfo de Enrique Peña Nieto, al estilo obradorista, de haber ganado la presidencia a billetazos.

Pero no pasó mucho tiempo cuando estaba ya en la mesa del Pacto. Exigió la renuncia de Rosario Robles y varios funcionarios y gobernantes más a raíz de lo de Veracruz, pero se conformó con el sacrificio de piezas menores y vagas promesas.


Pero suele ocurrir que quienes están de un lado en cierto momento, en otro, pueden estarlo en el contrario (y nunca ven la incongruencia). Se ha recordado a propósito de esta crisis la famosa “concertacesión” del PAN con el salinismo, descalificada por los críticos como una subordinación del PAN al PRI a cambio de muy poco.

Manuel Clouthier estuvo en contra de esa línea (y muchos sospechan, entre ellos Vicente Fox, que esa fue la causa de su muerte “accidental”).

Fox mismo descalificó más tarde dicha política (lo hizo todavía como candidato en 1999). ¿Quiénes fueron responsables de esa estrategia? Luis Álvarez, junto con Diego Fernández de Cevallos y Carlos Castillo Peraza.

A ese grupo pertenecía Felipe Calderón. Dirán los calderonistas que en aquél entonces se logró mucho para el PAN, mientras que ahora, con el Pacto por México, se reciben cacahuates.

Cada quien defiende su posición como puede.
Pero justo quienes ahora —desde el PAN y la izquierda— critican el Pacto por su “cercanía” con el PRI, despejaron —de manera indirecta pero decisiva— el terreno al tricolor para su retorno; Calderón, con su desastrosa herencia y su falta de respaldo a Josefina Vázquez, y Andrés Manuel López Obrador, destruyendo la estrategia de coaliciones PAN-PRD que en el Estado de México pudo haber propinado un golpe letal a Peña Nieto, y por ende al PRI.

Pero también, al insistir en ser nuevamente candidato cuando todo apuntaba a su derrota. Son esas corrientes quienes más contribuyeron a que el PRI retornara al poder, y ahora son los que exigen un bloqueo total (o casi) al gobierno.

 

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