Macario Schettino

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El sexenio

sábado, 1 de junio de 2013
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Seis años parecen poco, pero en ese lapso las cosas cambian, y mucho. Recuerde usted a Carlos Salinas y a Ernesto Zedillo, que entraron a la Presidencia en profundas crisis.

El primero, por la elección de 1988; el segundo, por la crisis económica de 1995. En ambos casos parecía que sus gobiernos serían casi imposibles, y destinados al fracaso.

Salinas llegó a ser el presidente más popular de México justo un año antes de terminar su administración, y Zedillo entregó la Presidencia con el país creciendo al 7% anual.

Los dos presidentes siguientes tuvieron también sexenios en los que todo se transformó.

Cuando Fox se convierte en el primer presidente no proveniente del PRI, la economía crecía y él mismo contaba con un capital político inmenso.

En menos de un año todo se vino abajo: la recesión de 2001 y el ingreso de China a la OMC impidieron el crecimiento de México por una década; la caída de las torres gemelas en Nueva York modificó el panorama geopolítico y nos sacó del interés estadounidense; y el fallido intento del nuevo aeropuerto convirtió a Fox en un presidente sin poder.

Calderón llegó a la Presidencia con serias presiones políticas, pero su problema más importante fue la crisis del precio de alimentos (especialmente la tortilla) durante el primer año y medio de gestión, e inmediatamente después, la Gran Recesión.

Y si a eso le sumamos el desarrollo del asunto de seguridad, creo que queda claro cómo es que los sexenios resultan inmensos y cambiantes. Mucho más de lo que los mismos presidentes creen.

El sexenio actual me parece que será todavía más difícil que los anteriores.

De hecho, creo que en esos 24 años vimos el fin del siglo XX (si usted quiere, el fin inicia con la caída del Muro de Berlín en 1989, que hizo que Hobsbawm lo calificara del “siglo corto”) y la transición hacia el siglo XXI, que creo que empieza en este año.

Los siglos no empiezan y terminan en los años de doble cero, como acostumbramos medirlos. Por ejemplo, el siglo XVIII empieza a terminar con la Revolución Francesa, pero el siglo XIX realmente inicia con la derrota de Napoleón en 1815.

Algo similar ocurre en el tránsito del siglo XIX al XX, que inicia, propiamente hablando, con la Primera Guerra Mundial, en 1914.

Digo que es en esos momentos cuando los siglos cambian porque el mundo de 1815 es muy diferente al previo a la Bastilla.

Napoleón no sólo conquistó buena parte de Europa entretanto, sino que en esa conquista llevó consigo sus códigos y el liberalismo francés que transformaría a Europa en el siglo XIX.

Y lo mismo ocurre con la Primera Guerra, que a su final se llevó consigo a la aristocracia, al imperio británico, y a buena parte de las restricciones a las mujeres, que a partir de esa guerra empezaron a ganar espacios.

Con el siglo XX se nos acaba la economía industrial, que se va instalando en los países llamados “en desarrollo” y que genera cada vez menos valor agregado.

La nueva economía, que lleva años en proceso de creación, se centra en la información, y por lo mismo no requiere del empleo, una relación productiva que, en realidad, sólo existió en el siglo XX.

Seguir pensando en empleos nos impide entender la nueva economía.

Con el siglo XX también se va la vida dedicada al trabajo. En toda la historia, los seres humanos hemos dedicado la mayor parte de nuestro tiempo a producir lo que requerimos para seguir vivos (y reproducirnos).

Ahora no es así. Ahora las personas tienen una cantidad muy importante de horas disponibles que intentan llenar con lo que a los humanos nos gusta: comunicarnos, distraernos, divertirnos.

Por eso las grandes fortunas recientes se han hecho en las redes sociales, instrumentos de comunicación y entretenimiento, así como en los juegos electrónicos.

Esa inmensa cantidad de valor agregado, por cierto, ha generado muy pocos empleos. Así será en adelante.

De la revolución energética ya hemos hablado en otras ocasiones, pero le recuerdo que si las cosas siguen como van, en dos años Estados Unidos y Canadá serán autosuficientes en combustibles fósiles, lo que significa que ya no van a necesitar petróleo.

Ni el de Arabia Saudita y Medio Oriente, ni el de Venezuela, ni el nuestro, por cierto.

Al término de este sexenio, el mundo ya no se parecerá al del siglo XX, ése en que construimos el México que tenemos.

Por eso cada vez somos menos exitosos. Y por eso tenemos que acabar con ese México lo más pronto posible. No sé si Peña Nieto, y los políticos en general, perciba eso.

 

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