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Ayer aquí, entre el misticismo de la Calzada de los Muertos, de pirámides dedicadas al sol y a la luna, de palacios que tuvieron su esplendor mucho antes de la llegada de aztecas y españoles, se estrechó la amistad de México y Francia.
Inicia la tarde. Calurosa. Un helicóptero desciende en la ciudad prehispánica de Teotihuacán, a un costado de la Pirámide de la Luna.
Ahí arrancó un recorrido de dos mandatarios que, como hace 50 años, acercaron a sus naciones.
Bajo el cobijo del Palacio de Quetzalpapálot, el presidente Enrique Peña Nieto le diría al presidente de Francia, Francois Hollande, al explicarle el significado de Teotihuacan: “Es el lugar donde los hombres se convierten en dioses”.
Los presidentes usan traje oscuro y corbata, caminan sobre piedras y gravilla, con firmeza, seguidos de sus colaboradores. Es el segundo gran jefe de Estado que lleva a tierras mexiquenses, a su terreno.
Apenas en febrero departió con el presidente Obama en Toluca.
Los recibió el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, vestido informal, sin corbata ni saco.
Con camisa gris y zapatos cómodos camina atrás, al lado de Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, que tampoco usa corbata.
Escuchan una breve explicación del director de la zona arqueológica, Alejandro Sarabia, y caminan hacia la Pirámide de la Luna, la primera más cercana.
Los presidentes estrechan sus manos para la foto oficial. Caminan hacia el vestigio.
Hoy no hay vendedores de figuras de vidrio o de obsidiana o de barro que cuando les soplan suenan como el rugido de un jaguar, de arcos y flechas multicolores, de agua o refrescos.
Solo vigías en cada esquina. Los presidentes caminan.
Llegan al Palacio de Quetzalpapálot. Sólo entran a los patios con pinturas prehispánicas ellos y sus comitivas.
El presidente Peña no duda un instante para mostrar a su invitado la majestuosidad de Teotihuacan. Pide tener cuidado al descender por escaleras empinadas.
Nuevamente a la Calzada de los Muertos, una avenida de unos 2 kilómetros de largo por 40 metros de ancho. Caminan rápido. Las cámaras de televisión, de fotógrafos y videoreporteros eclipsan la vista para ambos mandatarios.
Hay un diálogo en español y francés donde intervienen los interpretes de uno y de otro.
- Presidente, esa es la Pirámide del Sol.
Hay que subir, dice Peña.
- La próxima vez, responde Francois Hollande entre risas.
Los presidentes suben a trote una construcción del conjunto arquitectónico que corre a los flancos de la Calzada.
Y bajan corriendo, Hollande por delante. Sus ayudantes y personal del Estado Mayor se aprestan hacia él por miedo a que caiga. Por fortuna, no pasa nada.
Suben a otra construcción, al pie de la Pirámide del Sol. Solos. Ahí dialogan. Almuerzan en privado. Estrechan su diálogo.
EL UNIVERSAL