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Sergio Zúñiga ayuda a cambiar vida de papas de triquis

El entrenador, oriundo del Distrito Federal, está convencido de que un cambio de actitud en las comunidades rurales es posible.
jueves, 31 de julio de 2014
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(EL UNIVERSAL).- “¿De qué me sirve ayudar a un niño triqui si cuando llega a casa encuentra la misma problemática?” Sergio Zúñiga, el entrenador de los pequeños basquetbolistas indígenas que han conquistado descalzos las duelas de América y Europa, se lo pregunta a diario.

Y la respuesta la ha transformado en acciones que contribuyen a cambiar también el panorama de los padres de los infantes y les muestran una luz entre la sombra que han vivido por muchas generaciones.

Así que como buen jugador de baloncesto, se apuntó un doble enceste.
Enseñarles panadería, cómo sembrar sus cultivos, ayudarles a mejorar sus viviendas, donar materiales a las escuelas y hasta la mitad de su sueldo como conferencista para que los progenitores no emigren y dejen solos a sus vástagos son algunas formas en las que Zúñiga apoya a una de las comunidades más pobres de México.

“Educamos al niño, pero al papá ¿quién lo educa? Es cuando traigo a los pasantes y les digo: ‘Enséñenle al señor electricidad, panadería, agricultura’”, detalla Zúñiga.

“Metieron un programa los estudiantes de Chapingo sobre cómo regar sus plantíos. Les ponemos invernaderos y techo a sus casitas; llevamos arquitectos que les enseñan a diseñar sus hogares.

Tratamos de que el papá vea cambios”, explica.
UN GRANITO DE ARENA
El entrenador, oriundo del Distrito Federal, está convencido de que un cambio de actitud en las comunidades rurales es posible.

Justo así tituló el proyecto que hoy rinde frutos y por el que no cobra ni un centavo partido por la mitad.
Sus ingresos, relata, “los obtengo de dar pláticas, asesorar colegios, dar conferencias”.

Y la mitad de lo que gana lo comparte con los padres de los pequeños que ayuda a superarse mediante el estudio y el basquetbol.
“Si hoy me salen más ofertas de conferencias también es gracias a los niños.

Entonces, el 50 por ciento lo dono a los papás. Con eso vestimos a los demás hermanitos, a los chiquititos, que tengan leche, soya, lentejas, lo que me recomiendan los nutriólogos”, comenta.

“Muchos me dicen: ‘Es que estás manteniendo a la familia’. Pero te juro que ni el programa Oportunidades ni Procampo les alcanza para salir adelante.

Y si con esto hago que los papás no emigren y no abandonen a sus hijos, si logro que trabajen en el campo, retenerlos y que el niño pueda estudiar, lo haría toda mi vida”, confiesa el entrenador.

Porque mientras dura el viaje por las duelas del mundo , los pequeños triquis se alimentan, conocen museos, interactúan con otros niños, ven televisión de plasma.

Pero al volver a la tierra que los vio nacer hallan miseria, problemas de alcoholismo de algunos padres, abuelas que cuidan a numerosos nietos que se quedaron solos porque sus padres emigraron a Estados Unidos en busca de trabajos para cubrir las necesidades de sus vástagos.

“Propusimos vetar el alcohol en las comunidades. Yo ayudo a tus hijos, pero tú no tomas. Al no haber alcohol buscan otras alternativas y eso algo que estamos cambiando”, señaló.

HACER CONCIENCIA
“Yo les digo a los niños: ‘Lo que estoy haciendo por ti, tú mañana lo vas a hacer por tu pueblo.

Si yo lo hice desinteresadamente, tú con mayor razón porque es tu pueblo”, asegura Sergio Zúñiga.
Enseguida narra una anécdota de las muchas que le llenan de orgullo de sus Campeones descalzos de la montaña.

Una vez, a uno de ellos en uno de los viajes a Estados Unidos “le fueron regalando dólares. Él los juntó, los guardó y a su regreso a Oaxaca se los entregó a su padre para que comprara lo que hiciera falta”.

Uno de los objetivos de Zúñiga es hacer conciencia en la ciudadanía, “hacerles ver que tenemos un África en casa . Cuando llegas a un pueblo y buscas un agua o un refresco resulta que no hay”.

EL CAMBIO ES POSIBLE
Mas la miseria de la zona triqui nunca ha mermado el ánimo de Sergio Zúñiga. Pruebas tiene de que un cambo es posible.

“En un campamento con los niños tuve que bajar para comprar comida . Lo primero que te imaginas es que al regresar vas a encontrar un relajo, todos gritando.

De repente llego y todo en silencio, entro al dormitorio y todos los niños haciendo sus tareas, estudiando y leyendo un libro. Ese día lloré, dije estoy en el camino correcto”, recordó.

Aún antes de ese episodio ya lo sabía: “Cuando yo vi a un indígena estuve seguro de que él nos iba a cambiar. Él nos iba a abrir los ojos y así lo está haciendo”.

Al menos esa es la transformación que los comunidades triquis hacen en Zúñiga y que él refleja al ayudar a una de las zonas con más miseria en Oaxaca.





EL UNIVERSAL/AJV

 

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