Ma. Teresa Medina Marroquín

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Desconfianza que persigue quimeras

viernes, 30 de enero de 2015
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“Tenía pavor por los seres humanos: le parecían imprevisibles, pero sobre todo perversos y sucios. Las estatuas, en cambio, le proporcionaban una tranquila felicidad, pertenecían a un mundo ordenado, bello y limpio.”
Esta reflexión es un fragmento de la novela “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato que a todos, muy probablemente, podría hacernos recordar lo que frecuentemente olvidamos: la materia de la cual está hecha la naturaleza humana.
E incluso, más allá de lo que conocemos como normal, tener presente cuáles son las cualidades y virtudes de los hombres y las mujeres, pero también sus capacidades (casi infinitas) para destruir lo que a otros les ha costado mucho construir a lo largo de décadas y siglos.
Ahí radica la sensación que muchos tenemos semejante a pedalear una bicicleta todos los santos días, pero sin avanzar un solo centímetro, como quedándonos detenidos en el tiempo, en el mismo lugar ¡y hasta con la misma gente!
Así pasa en la política cada trienio municipal, cada sexenio estatal o cada período presidencial de los tiempos que pomposamente llamamos “modernos”, pero que seguramente no deben ser peores de los que vivieron nuestros ancestros con las guerras ni cuando sus ciudades no tenían agua entubada ni el cableado eléctrico que nos lleva energía y luz a todos lados, ni los avances científicos que si nos ponemos “abusados” y los aprovechamos nos pueden salvar la vida.
Y ya ni hablemos de las modernas comunicaciones, las computadoras y los celulares inteligentes, así como los automóviles, autobuses y aviones que han convertido la vida de todas las generaciones de gran parte del siglo pasado y del actual en una gran comodidad, llegando a extremos de obesidad y cardiacazos.
Sin embargo, ¿estamos progresando realmente o de plano vamos en caída libre con todo lo que pasa en la política y la economía, y sobre todo en el sistema de justicia?
La pregunta, citando como ejemplo a una ONG como Transparencia Mexicana, va en función de un fenómeno social difícil de resolver en el corto plazo: la recuperación de la confianza en las autoridades y en el aparato judicial.
Razones existen demasiadas para que esa percepción social se manifieste en todo el país, sea el PAN, el PRI, el PRD o el partido político que gobierne.
¿O acaso todo sería distinto si un grupo de ciudadanos ajenos a la llamada partidocracia, y aparentemente apolíticos, gobernarán al país?
José Saramago decía que “necesitamos tanto echar las culpas a algo lejano, y cuánto valor nos falta para enfrentar lo que tenemos delante”, aunque también remataba: “No se les puede exigir a todas las personas que sean sensatas, por eso el mundo está como está”.
Pero sin pasar por alto a Sábato y en otros temas que atañen a los humanos y no a las estatuas, ¿acaso no es evidente que el Gobierno federal que preside Enrique Peña Nieto y el de varios estados como Tamaulipas que gobierna Egidio Torre Cantú, han ofrecido claras señales y hechos de una voluntad política que desea que el estado actual de cosas cambie?
La respuesta es afirmativa.

Y por favor no nos compliquemos la vida ni la existencia de los demás: todos hemos visto los esfuerzos y la inversión sin precedente de recursos públicos que las autoridades han ejercido para combatir la inseguridad y fortalecer el sistema de justicia.
Y aun cuando la explicación no sería del todo convincente ni satisfactoria para quienes han perdido seres queridos, Saramago señala que es de ingenuos andar persiguiendo y exigiendo quimeras por todos lados, cuando sabemos (de alguna manera) que el fenómeno es una especie de epidemia que azota a la mayor parte del mundo, incluyendo a Estados Unidos.
Y que el mal se salió de control no hace pocos años, sino desde que Richard Nixon le declaró la guerra a las drogas en 1971, surgiendo una serie de mafias que de la noche a la mañana incrementaron su poder y sus ganancias en forma exponencial a través de la venta de armas en países sudamericanos como Colombia, Perú y Bolivia.
Obviamente esa guerra fracasada y ese destino alcanzaron al resto del subcontinente, y México, tarde que temprano, no sería la excepción.
Pero al mismo tiempo, padres de familia de todo el mundo no hicieron su tarea convirtiéndose en espectadores cómodos e irresponsables que permitieron que sus hijos fueran contaminados por el flagelo de las drogas.
Aunque eso suele no decirse (incluyo a los medios) ya que resulta más fácil culpar a los demás de todo, principalmente a los gobiernos, de tantas indisciplinas y conductas torcidas que se originaron desde el seno familiar.
¡Feliz viernes!
tereorbe@yahoo.com
columnaorbe.wordpress.com

 

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