Ma. Teresa Medina Marroquín

Orbe

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Vete, y no peques más…

viernes, 6 de marzo de 2015
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México es un país ancestralmente religioso, aunque a estas alturas donde se padece una crisis de proporciones graves con heridas que no se curan fácilmente, no lo parezca tanto.
Cifras del INEGI revelan que son alrededor de 110 millones de personas que profesan diferentes credos: 95 millones son católicos y 15 millones pertenecen a diferentes ramas del protestantismo.

El resto manifiesta no comulgar con ninguna religión.
Esto habla de que más del 90 por ciento de la población declara tener una creencia en un ser superior, y por lo tanto confiesa estar sujeta a principios morales y espirituales.
Sin embargo, nuestro país no refleja desde hace largo tiempo esa paz que las religiones cristianas pregonan y que su pueblo dice profesar.

Al contrario, México ha entrado a un proceso de caos que lo ha llevado a una deformación increíblemente lamentable.
¿Eso significa que las religiones igual han ingresado a otro proceso destructivo o que los creyentes en realidad se encuentran bastante distanciados de su fe?
Una fe que, según todo este conjunto de religiones cristianas, debe manifestarse en obras y comportamientos decentes.
Así pues, la falsa profesión de una fe, podría ser un fehaciente indicador de una nación que extravió no sólo la brújula y el sextante sino en algún momento hasta su conciencia y equilibrio interno, y cuya base política, económica y social en franco deterioro (que algunos interpretan como irreversible) también impacta el ecosistema físico, químico y ecológico, fundamental para la vida humana.
Todo esto nos lleva a pensar que la clase política que gobierna al país (miembros destacados de la raza humana que por algunos períodos de poder suelen arrogarse capacidades casi divinas) ha disminuido en todos los sentidos su liderazgo y su capacidad creativa, viviendo siempre en la antesala del acabose.
El resultado es una nación que transita en la incapacidad política y el desmantelamiento de casi todos los equilibrios sociales y naturales que devienen en una corrupción gubernamental jamás vista desde el México independiente y una violencia que ya rebasó todos los límites tolerables.
HIDALGO Y MORELOS ¡QUÉ COINCIDENCIA!
Tanto es así que el Presidente Enrique Peña Nieto reconoció durante su gira por el Reino Unido que el país está plagado de incredulidad y desconfianza, y donde los valores morales fundados ---qué coincidencia, por dos héroes, Miguel Hidalgo y José María Morelos, sacerdotes católicos, temerosos de Dios- cayeron de pronto obnubilados, sumiendo al Estado moderno no sólo en un atraso sino en un inmenso lucro a todos los niveles que corrompió casi todo.
Ausencia de Dios señalan en privado no pocos respecto a lo que sucede.

Y con su venia permítanme decirles que tienen razón al observarse que todos los que presumen pertenecer a una religión en realidad no pertenecen, lo que implicaría además una nueva y extraña estadística.
Sin un ser superior que modere sus actos, sin guía espiritual, acostumbrados a seguir, los mexicanos y sus gobernantes convirtieron todo esto en una amalgama de agresión y desastre.
AHÍ ESTÁ LA SOLUCIÓN
Sería una absoluta falta de respeto, a pesar de lo anterior, no considerar la reacción y los esfuerzos del Gobierno federal y, en nuestro caso, del Gobierno de Tamaulipas, por deshacer la materia prima que genera la corrupción y la violencia que sus antecesores no combatieron, incluso cuando vieron que la crisis actual estaba metiendo sus narices donde no debía.
Y aunque el factor religioso nunca se le ha dado, al menos en apariencia, la importancia que tiene como fuerza central, también política, bien podríamos ejemplificar que su puente que lleva al ser superior ha estado siempre funcionando para que todo aquel que desee transitarlo lo haga libremente, y pueda reconciliarse con el verdadero Todopoderoso.
Un puente tendido no para ir por más religión sino para recoger la fuerza superior requerida para gobernar, tal y como los presidentes norteamericanos lo hacen cuando juran ante la Biblia.
Viene al caso, como prueba de que ya no se volverá a caminar por el mismo error el encuentro entre Jesús y los fariseos, cuando éstos le llevaron a una mujer adúltera, respondiéndoles: “El que de vosotros esté sin pecado que arroje la primera piedra”.

Nadie lo hizo. Enderezándose Jesús, le dijo a la mujer: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Ella contestó: “Ninguno, Señor”.

Entonces Jesús le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
Las respuestas para solucionar lo que se sufre están escritas desde hace mucho tiempo.

Pero abusar del perdón, resultaría imperdonable.
¡Feliz fin de semana!
tessieprimera@hotmail.com
columnaorbe.wordpress.com

 

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