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De todos modos estoy con Carmen

jueves, 19 de marzo de 2015
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EL UNIVERSAL

Carmen Aristegui fue embestida por el poder y, en consecuencia, un amplio sector de mexicanos fue privado de una de las pocas voces críticas de los medios de comunicación masiva, en momentos de reacomodos autoritarios, cerrazón e intolerancia.


Para la empresa que la cesó y el gobierno, se trata simplemente de un conflicto laboral entre particulares y de ninguna manera una maniobra para acallar voces críticas o atentado contra la libertad de expresión.


Pero un viejo zorro del sistema autoritario, Jesús Reyes Heroles, enseñaba que “en política, lo que parece es”. Y en este caso, lo que parece es que el poder acalló a una comunicadora, en respuesta a demoledoras investigaciones periodísticas que tan maltrecho lo dejaron.

Tal es la percepción mayoritaria entre la ciudadanía.
La semana pasada, el equipo de Aristegui se adhirió, a nombre de MVS, a la iniciativa “México Leks”, una plataforma digital creada para denunciar hechos de corrupción.

La empresa de Joaquín Vargas hizo pública su determinación de no ser parte de ella y reclamó a Aristegui que se haya sumado sin consultar ni tener su aprobación.


Junto con el reclamo, la empresa dio a conocer nuevas reglas de operación para reporteros y conductores. Éstos ya no tendrán la prerrogativa de determinar el contenido de sus programas y la dirección de información centralizará las coberturas y surtirá de materiales a cada uno de ellos, incluidas las investigaciones especiales.


Al mismo tiempo cesó, por haberles perdido la confianza, a dos integrantes de ese equipo: el coordinador Daniel Lizárraga y el reportero Irvin Huerta, que fueron quienes, a nombre de MVS, pactaron la adhesión a “México Leaks”.

Lizárraga y Huerta son, por cierto, dos de los que realizaron la investigación de la casa blanca de la señora Angélica Rivera de Peña Nieto.


Aristegui condicionó su permanencia a la recontratación de los reporteros despedidos. MVS no aceptó tal ultimátum y dio por terminada la relación contractual con la periodista.


El argumento de MVS es válido: ninguna empresa permite que se tomen decisiones que la involucran, sin que dueños o directivos lo autoricen.

No aceptar que se cayó en falta, acaso por soberbia, impidió evitar el cese y abrir la puerta a una negociación respecto a los nuevos términos de la operación.


Pero pensando con malicia —como los periodistas tenemos la obligación de hacer— no es remoto suponer que un bueno número de “vigilantes” estaban en espera de que Aristegui cometiera un error como este.

Y tenga usted la certeza que si este equívoco no hubiera caminado hacia el desenlace que hoy tenemos, habrían seguido en espera de cualquier otra equivocación para alcanzar el mismo objetivo.


La reacción de Aristegui, por otra parte, también fue válida: no hay nobleza en quien no da la cara por su gente y ella la dio, conducta casi inexistente en los días que transcurren.


Fuentes de la empresa e incluso gente cercana a Aristegui, aseguran que la relación con Vargas ya era difícil y que se tensó más después del asunto de la “casa blanca”, de cara, sobre todo, a la próxima licitación de la llamada “red compartida mayorista” en la que MVS tiene interés y para la cual ya tiene un esquema público-privado que armó para lograr el refrendó de la banda de 2.5 Ghtz.


Ese refrendó no lo consiguió a consecuencia de un conflicto similar, pero en el gobierno de Felipe Calderón: La periodista preguntó al aire si el mandatario tenía problemas de alcoholismo.

MVS la cesó por transgredir —dijo— su código de ética, aunque Joaquín Vargas revelaría después, que el gobierno de Calderón, a través de su vocera Alejandra Sota, exigió una disculpa pública, a lo que Aristegui se negó.

La presión popular obligó, finalmente, a su recontratación, a la que siempre se opusieron Alejandro Vargas y el entonces abogado de la compañía, Eduardo Sánchez, hoy vocero y coordinador de Comunicación Social del presidente Peña Nieto.


Si el cese de Aristegui fue decisión exclusiva de MVS, a partir de su exigencia de respeto a su política empresarial, quizás no midió bien sus alcances, sin que eso quiera decir que acepte ser rehén de la comunicadora.

Pero si se prestó a ser comparsa del poder para acallar una voz crítica y hacer nuevos negocios con el gobierno, podría ver desmoronarse su imagen y credibilidad.


Respeto y aplaudo el trabajo de Aristegui aunque a veces se incline hacia el periodismo militante, sin equilibrar con voces contrarias a las ideas que tiene derecho a defender.

Pero aceptar que, como parece, el poder acalló una voz crítica, es como hacerse un harakiri.
l @RaulRodriguezC


EL UNIVERSAL

 

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Opinion

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Raúl Rodríguez Cortés

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