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Guarderías para volver a ser un niño en Nairobi

Dos cuidadoras cambian el pañal a Quentin, el bebé más pequeño de una guardería del barrio chabolista de Dandora, en Nairobi, la primera que cumple con mínimos educativos y de seguridad, muy diferente a las habtuales en los "slums" de la capital de Kenia, donde generalmente los bebés se hacinan en habitaciones minúsculas de hierro corrugado, y una de las primeros que aspiran a revolucionar el tenebroso mercado de los jardines de infancia. EFE
Con solo cuatro meses de edad, Quentin es ya uno de los niños más afortunados de Dandora, el barrio chabolista de Nairobi donde vive: pasa el día arropado entre nanas y juguetes
viernes, 22 de mayo de 2015
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Nairobi, 22 may (EFE).- Con solo cuatro meses de edad, Quentin es ya uno de los niños más afortunados de Dandora, el barrio chabolista de Nairobi donde vive: pasa el día arropado entre nanas y juguetes cuando otros bebés lo hacen en guarderías sin espacio ni para aprender a caminar.

El jardín de infancia de Quentin es una grata sorpresa en los "slums" de Nairobi, donde generalmente los bebés se hacinan en habitaciones minúsculas de hierro corrugado, y uno de las primeros que aspiran a revolucionar el tenebroso mercado de las guarderías.

"Tenía que haber machacado la patata para que pudiera tragársela, era muy pequeño", sostiene Agripina Khivali, evocando una tragedia que todavía se recuerda en las calles de Kiambu, a las afueras de la capital keniana.

Cuenta a Efe que, al parecer, la madre había tenido poco tiempo para preparar la comida antes de dejarlo la guardería y, cuando al mediodía la cuidadora le puso el plato delante, el niño se asfixió con un trozo que no estaba bien cocinado.

Las historias de negligencias y abusos físicos han hecho que Agripina, madre de un niño de seis años, nunca se haya fiado de las guarderías de los "slums", negocios regentados por mujeres en sus casas, que rara vez son más que una habitación de cuatro metros cuadrados donde se come, se duerme y se va al baño.

"Son guarderías donde no quieres dejar a tus hijos. El niño está sentado desde que lo dejan y hasta que lo recogen", cuenta Emma Claire Akinyi, dueña del jardín de infancia que está cambiando la vida de los padres de Quentin y de otros vecinos de Dandora.

"El 70 % de las familias -en los slums- están formadas por madres solteras", explica Emma Caddy, directora de la consultora Impact Capital Advisors Africa (ICAA), que apoya a emprendedoras en el sector preescolar en zonas deprimidas de la capital keniana.

En estos enclaves urbanos, frente a las zonas rurales, no hay gran cohesión social y, cuando una mujer se queda embarazada, lo normal es que el padre se desentienda.

La necesidad de trabajar obliga a estas mujeres a tomar decisiones arriesgadas: "Dejan a los niños encerrados en casa porque no tienen a nadie con quien dejarlos", explica Cynthia Coredo, directora del programa de la empresa Tiny Totos, que gestiona la guardería de Akinyi en Dandora.

Coredo ilustra el dilema al que se enfrentan las madres y familias más pobres: "Unas dejan el trabajo porque no quieren dejar solos a sus hijos.

Otras dicen: de acuerdo, me arriesgo a dejar a los niños encerrados, pero al menos podré ganar dinero para mi familia".
Tiny Totos nació en 2013, impulsada por ICAA, para apoyar a mujeres interesadas en montar guarderías seguras y que estimularan la educación preescolar, explica Caddy.

El objetivo es crear una "franquicia" de calidad al tiempo que se apoya a emprendedoras en barrios pobres, con el efecto añadido de reducir las desigualdades de género.

Emma Claire ha remozado su guardería gracias a la formación y el apoyo recibido por Tiny Totos, pero su propósito es sostenerse únicamente con los pagos de los padres, a quienes cobra 50 chelines al día (unos 50 céntimos de euro), lo mismo que en otras guarderías.

Pero a diferencia de aquellas, la de Emma ofrece menús equilibrados a los niños, cuida su educación e higiene, tiene un patio y cunas limpias que arrancan un "¡guau!" a los padres que la visitan por primera vez, asegura.

"Pueden estar tranquilos mientras trabajan. Saben que sus hijos están seguros y comen bien", dice Emma, intentando recuperar el resuello después de jugar a pillar con los más mayores, de hasta 3 años.

Algunos incluso han aprendido a hablar o a sentarse con su ayuda, algo de lo que antes eran incapaces porque sus familias o guarderías no les prestaban atención.

Agripina, que trabaja como empleada de hogar, dice que siempre ha preferido dejar a su hijo encerrado en casa, donde pasaba horas ingeniando pilas de sillas o artefactos para salir a la calle.


"Era muy peligroso", reconoce, y lamenta que en Kiambu todavía no haya ninguna guardería como la de Dandora.

Desirée García

 

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