Jaime Elio Quintero García

Déjeme y le Platico de un Libro

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De los afanes de Juárez

domingo, 24 de enero de 2016
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Para el inicio de la primavera de 1865 -consigna el historiador Armando Ayala Anguiano, en su obra “México de Carne y Hueso”-, ya se avizoraba en la Unión Americana, el triunfo de los yanquis sobre los confederados, en tanto en México, Juárez seguía padeciendo cada vez más el acoso de los invasores franceses y la situación se ofrecía por demás compleja y muy encaminada hacia la derrota liberal.
Desesperado por tal situación y ante los repetidos fracasos para conseguir dinero y armas de su ministro plenipotenciario en Washington, Matías Romero, no obstante haber ofrecido a cambio territorio mexicano, don Benito Juárez nombra a tres de sus más comprometidos generales para que se trasladaran a Estados Unidos y consiguieran financiamiento, comprometiendo futuros ingresos de las aduanas, entregando concesiones mineras y permisos de colonización.
Los intentos de estos generales fueron infructuosos y no consiguieron nada.

Agotada lo que Juárez consideraba una de sus últimas opciones de apoyo y ante la certidumbre personal de que los Estados Unidos no aplicarían prontamente la política Monroe en México y con esto contribuír a la expulsión de los franceses, autorizó a Matías Romero para que conviniera la venida a México de un ejército norteamericano comandado por un general de esa nacionalidad.
La mencionada fuerza militar, denominada Ejército Auxiliar, estaría formada por veinte o cincuenta mil efectivos, entre particulares y activos del Ejército Americano.

El encargo de tal fuerza militar sería para un militar americano que traería consigo municiones, armas y dinero para el pago de haberes por seis meses.
La carta enviada a Matías Romero para alcanzar tan desesperado acuerdo, está fechada tres días antes de la terminación formal de la guerra civil en Estados Unidos.

En contraparte, en Texas, dos generales surianos ofrecieron a Maximiliano trasladarse a México con una fuerza de cuarenta mil hombres que aún seguían bajo sus órdenes a cambio de asilo, concesiones mineras y tierras para colonizar.
El general francés Bazaine recomendó a Maximiliano rechazar la oferta, temiendo que Washington fuera a interpretar esto como un pretexto para continuar la guerra civil, lo que podría provocar una disputa armada entre Estados Unidos y Francia.

En tanto, Matías Romero había logrado convencer al general norteño, J.M. Schofield, de que organizara el anhelado ejército auxiliar.
Poco antes de este acuerdo entre Romero y el general Schofield, el presidente Lincoln había sido asesinado y sustituido por Andrew Johnson, político partidario de someter a México al poder incondicional de Estados Unidos.

No obstante esta predisposición político-estratégica, y para fortuna de México, la secretaría de estado norteamericana estaba ocupada por William H. Seward, un hombre de ideas y principios diferentes, quien disuadió al general yanqui de aceptar tan osada encomienda enviándolo a un largo viaje por Europa, a fin de investigar cuáles eran las verdaderas pretensiones de Napoleón III hacia México.
Acto seguido, el secretario Seward mandó llamar a Matías Romero para decirle en tono aleccionador: convénzase Sr. Romero, si el ejército de Estados Unidos va a México, jamás regresará.

Cada millón de dólares que Estados Unidos invierta en esta empresa que usted propone, lo tendrán que pagar con un estado, y cada rifle que les demos, con una concesión minera.
Aténganse pues, más al respaldo moral y no al material de Estados Unidos.

Ustedes podrán, por propia cuenta, echar a los franceses de su territorio, pero con nosotros jamás podrán. Siempre será más honroso para los mexicanos salvarse por sus propios esfuerzos y con ésto, conseguir mayor estabilidad y reconocimiento en el próximo orden internacional.
Sabia y ejemplificadora lección recibió en ese entonces la causa juarista, finalmente las condiciones geopolíticas y nacionales permitieron la derrota y posterior salida de los franceses y la posterior consolidación de la república de Juárez.

GRACIAS POR SU TIEMPO.


¿Sabía Usted?
Mr.

Kuinkelly
Los pericos son animales sociables y longevos, con cualidades y hábitos propicios para el desarrollo de la inteligencia. Lo que permite que hablen pájaros no son cuerdas vocales sino un órgano llamado siringe, situado entre la tráquea y los bronquios, con el que producen sonidos complejos, mediante vibraciones, que varían gracias a su sistema respiratorio.
Pequeños movimientos de su lengua modifican el aire, lo que permite diferenciar sonidos, parecido a lo que sucede con el humano.

En promedio, los pericos que llegan a hablar aprenden 200 a 250 palabras, y son capaces de utilizarlas en los momentos adecuados, al parecer porque tienen la necesidad de sentirse integrados al grupo que creen pertenecer, por ejemplo su familia.
Los pericos simplemente repiten mecánicamente los sonidos de su entorno, y si se trata de un loro domesticado, su entorno estará relacionado con su dueño, por eso aprenden a imitar el habla humana.

Es decir, no alcanzan a comprender el significado de lo que repiten, pero desarrollan esta habilidad al reconocer que al emitir ciertos sonidos, reciben alguna respuesta, generalmente positiva, como comida, caricia o atención.
Los loros o pericos nos imitan en el habla, como nosotros maullamos, aullamos, ladramos o imitamos los sonidos de algún animal o algún otro idioma humano, pero no necesariamente conocemos su lenguaje.
¡Si no lo sabía… créalo porque es cierto!


 

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