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Estigmatizado, endeudado y sin una disculpa

Aún recuerdo aquel 8 de marzo de 2016. Todo en mi vida era normal, tenía llamado para una entrevista con bromas; todo era risas y diversión
lunes, 16 de mayo de 2016
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CIUDAD DE MÉXICO, mayo 16 (EL UNIVERSAL).- Aún recuerdo aquel 8 de marzo de 2016. Todo en mi vida era normal, tenía llamado para una entrevista con bromas; todo era risas y diversión.

Nunca pude imaginar el monstruo mediático que venía, hasta que amaneció. Al otro día en la mañana, cuando saqué a pasear a mi perro Carmelo, recibí el primer mensaje de Facebook.

Era Andrea Noel.
—¿Tú fuiste? —preguntó.
—¿Yo fui qué? —escribí.
En una semana estrenaba mi programa de televisión, un sueño que duró poco; luego vino la pesadilla.

Los días siguieron y los ataques en redes sociales comenzaron, pero me mantenía en mi postura inicial: “¡Yo no fui!”. La primera mala noticia fue la suspensión de nuestro programa sin más: “Están fuera del aire… son órdenes de arriba”, dijo el productor.

Algo estaba pasando.
La segunda mala noticia fue una notificación que llegó a casa de mi madre, en la cual la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México me invitaba a declarar como presunto responsable del delito de abuso sexual.

La acusación parecía tener empuje.
Nunca podré olvidar la cara de preocupación, de angustia, y las lágrimas de mi familia al acudir con mis abogados y explicarles el problema en el que injustamente me habían metido.

Llegué por primera vez al “búnker”, como se le conoce a la oficina de la procuraduría capitalina, y me dirigí al área de delitos sexuales, donde me mostraron la gigantesca carpeta de investigación en mi contra, compuesta de muchas imágenes extraídas de las redes sociales e interpretaciones burdas de mi trabajo fuera de contexto.

Ahí venía el retrato hablado de alguien que no era yo, ni tenía el más mínimo parecido físico conmigo. Yo no era el hombre que esa tarde agredió a Andrea Noel.


Mi mundo se empezó a derrumbar y en mi mente volaban millones de preguntas: ¿A dónde va todo esto? ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué estoy pagando? ¿Mi programa es tan malo? Pensé que era un montaje.

Dado que la ley estipula que se puede llegar a un acuerdo antes de iniciar un juicio, mi mamá compró un boleto de avión, con un costo aproximado de 15 mil pesos a crédito, para que Andrea pudiera llegar al Ministerio Público.

Esperábamos que ella viera mis características físicas y reconociera que todo lo que ella había declarado en la carpeta de investigación era un error.

Me presenté ante ella y le expliqué que nuestras bromas tenían un control.
Cuando le pregunté que si estaba segura de que era yo, que no tengo brazos de un hombre “muy fuerte que va al gimnasio”, la piel morena, la espalda ancha, ni el pelo lacio, su respuesta fue: “¿Qué te quita aceptar tu responsabilidad y pedirme una disculpa pública? Quiero una compensación por todos los gastos que he sufrido por tu ataque”.

Según su aproximado, eran 306 mil pesos.
Pensé: “Lo peor que puede pasar es irme a juicio, la verdad siempre sale a la luz”, y le dije molesto a la juez: “No puedo aceptar ante ustedes algo que no cometí, lamento mucho lo que pasó, pero no fui yo”.

Así inició el juicio, hice mi declaración y la parte acusadora se retiró de la oficina.
Los días siguientes fueron un infierno emocional.

Y un enorme gasto económico. Tuve que luchar contra los medios y la sociedad que me calificaron como “un violador hijo de puta”. Me lincharon, hicieron una campaña contra mí, me señalaron sin conocerme y la gente lo aplaudió, quisieron hacerme un criminal.

Quienes creía que eran mis amigos me abandonaron. Todo era como en una telenovela y aunque los abogados me enseñaron a no perder el control ante los ataques que sufría, no podía dormir, no veía el final.


Así empecé a dar la cara por todas partes y siempre dije la verdad, aunque, por supuesto, pocos me creyeron. Pero me atrevo a decir que siempre existió la duda de que yo fuera el agresor en el rostro de cada una de las personas a quienes accedí a darles una entrevista.

Pero cada uno hizo su juicio.
Después presentamos ante la procuraduría las pruebas, buscando minuciosamente los detalles para demostrar mi inocencia, incluso contratamos peritos especialistas.

No teníamos más tiempo que perder, pues ya estábamos a días de que se fijara la fecha para la audiencia y era evidente que me iban a imputar, así me lo advirtieron los abogados.


Fuimos al edificio de la Condesa a recrear la agresión contra Andrea: corrí, caminé, hice el mismo movimiento del agresor y tomamos videos.

Pero de pronto nos percatamos de que en el inmueble marcado con el número 195 de la Avenida México había una cámara que podría ayudarnos a identificar al sujeto, pues en la carpeta de investigación está escrito que a ella la venían siguiendo algunas cuadras antes.


Entonces solicitamos permiso a la mujer que administraba el edificio para examinar los videos y las horas de espera se hicieron eternas. Al día siguiente recibí su llamada diciendo que me autorizaba para hacer la búsqueda.

Pasé varios minutos con el control en la mano hasta que vi en el monitor a Andrea acercarse y, un segundo después, a su agresor que pasó detrás de ella.

Quise llorar.
Sin dudar ni un segundo llamé a un amigo y le pedí que llegara al lugar con una memoria USB para poder extraer el video y así poder presentarlo ante la fiscalía como nuevo elemento de prueba.

Trabajamos en equipo buscando el mejor software para limpiar la imagen.
A un día de la audiencia, con todas nuestras cartas puestas sobre la mesa, en una junta en el despacho de mis abogados, decidimos convocar a una rueda de prensa.

Al salir de ésta, sólo nos quedaba esperar la cita en los juzgados.
Esa tarde, Andrea Noel me contactó por teléfono e imaginé que me cuestionaría por la rueda de prensa.

Quería verme en ese momento en la fiscalía, los elementos con los que ella contaba eran insuficientes para imputarme y era evidente que no era yo quien la agredió.


Lo único que podía pensar es “de verdad ya se acabó todo esto”. Sin embargo, Andrea era otra, no era la misma periodista americana que semanas antes aseguraba que yo era la persona que la había agredido.

Ella retiró la imputación y juntos convocamos a los medios.
Estoy eternamente agradecido con mis abogados, Adrián Cadena, Andrés Lozano, Ricardo Alvarado, y los asesores de medios, Ricardo Olayo y Salvador Guerrero.

Dios es el único que sabe por qué te pone a la gente indicada en tu camino. Pero no hubo un final feliz, todavía debo mucho dinero.
Aunque mi madre me dijo que los bienes son para solucionar males, yo no tengo ese dinero ni mi familia, pues somos gente promedio, trabajamos día a día y con esfuerzo.


¿Hasta dónde puede llegar el error de alguien? ¿Tendría que existir un castigo por ensuciar al agraviado públicamente? ¿Y las repercusiones económicas, sicológicas y morales? ¿Quién paga ahora todo el daño? ¿Por qué juzgamos sin conocer?
Este es el México que vivimos, el país donde están creciendo nuestros seres queridos. Pero el amor es lo que te da fuerza para nunca darte por vencido. Porque no todos los sospechosos son culpables.


EL UNIVERSAL

 

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