Rogelio Rodríguez Mendoza

Confidencial

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Todos fallamos

martes, 21 de junio de 2016
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A las 13:30 horas del viernes reciente, frente a mi casa se reunió una multitud de estudiantes de una secundaria cercana. Eran muchos, tal vez 80 o quizá cien.

Eran jovencitos, casi niños, hombres y mujeres, que todavía cargaban su mochila y usaban el uniforme escolar.
De inicio no entendía la razón de aquella concentración ruidosa pero conforme me acerque lo comprendí: dos de las alumnas se disponían a dirimir a golpes ( a puñetazo limpio, gritó eufórico un muchachillo desaliñado) sus diferencias.
Intenté evitar la pelea advirtiendo a las rijosas y sus porristas que ya había llamado a la Policía.

Lo más que conseguí fue que se retiraran a 100 metros de mi casa. Allá, en la esquina, terminaron por darse de golpes hasta que el ruido de una sirena policial los obligó a dispersarse.
En menos de tres minutos la calle estaba desolada.

Obviamente los policías no hallaron a nadie.
Le traigo a tema la historia para exponer la gravedad que está alcanzando la violencia escolar a pesar del discurso oficial que insiste en que se están haciendo grandes esfuerzos al respecto.
El discurso de la autoridad no coincide con la realidad en las escuelas y su entorno.
Y no piense que el único referente para sostener la tesis del aumento de violencia estudiantil es la riña que le narro.

No. Las redes sociales dan cuenta clara y contundente de cómo es una historia que se repite casi a diario en Victoria y en la mayor parte de las ciudades del Estado.
Algo está sucediendo y hay que corregirlo antes de que tengamos que estar lamentándonos de otra tragedia y buscando culpables, como sucedió con la muerte de un alumno de la Secundaria General Siete en la Capital del Estado, hace ya más de un año.
Resulta evidente que las autoridades escolares no están haciendo bien su tarea pero igual estamos fallando los padres de familia.

Queda claro que ni a unos ni a otros nos ha caído el veinte de que si aspiramos a construir una mejor sociedad debemos comenzar por formar mejor a las futuras generaciones.
Si seguimos descuidando a esos chamaquitos de 12 o 15 años, las consecuencias las veremos dentro de siete o 10 años cuando se conviertan en adultos y sigan practicando y fomentando esa violencia con la que hoy parecen disfrutar y divertirse.
De hecho, mucha de la realidad de inseguridad pública que hoy padecemos es consecuencia del descuido bajo el que hemos tenido a los niños y jóvenes.
Una evidencia de ello es que, de acuerdo con reportes oficiales, un alto porcentaje de quienes delinquen actualmente son adolescentes y jóvenes cuyas edades van desde los 16 a los 27 años en promedio.
Por eso la insistencia y la advertencia de que si queremos frenar la violencia delincuencial en las calles tenemos que centrar los esfuerzos en niños y jóvenes.

Dicho de otra forma: es necesario trabajar a largo plazo en ese sentido.
En lo inmediato se vale seguir usando las balas pero a la distancia lo único que funcionara será la transformación de las conciencias.
¿O no cree usted?

ASI ANDAN LAS COSAS.

roger_rogelio@hotmail.com

 

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