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Un filme artificial y otro azucarado

“Día de la independencia: contraataque” (2016), largometraje 17 para cine del otrora inventivo Roland Emmerich —ahora especialista en mega “churros”
jueves, 23 de junio de 2016
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CIUDAD DE MÉXICO, junio 23 (EL UNIVERSAL).- “Día de la independencia: contraataque” (2016), largometraje 17 para cine del otrora inventivo Roland Emmerich —ahora especialista en mega “churros” cada vez más reiterativos al hacer de la destrucción un espectáculo rutinario— retoma dos décadas después el argumento de invasión-resistencia, “Día de la independencia” (1996), con casi los mismos personajes.
La idea de Emmerich es ahora más sencilla.

Consiste en destruir otra vez ciertas partes del mundo, aumentar los (d)efectos especiales y ante la ausencia de personajes fundamentales, como el capitán Steven Hiller (Will Smith), presentar a sus hijos.

En este caso, Dylan Hiller (Jessie Usher). Como apunte al aficionado al cine, poner personajes nuevos encarnados por figuras más o menos reputadas: Catherine Marceaux es Charlotte Gainsbourg; la presidenta es Sela Ward.

O por actores jóvenes que confirman el relevo generacional: Maika Monroe interpretando a la hija del ex presidente Whitmore (Bill Pullman); o el ahora infaltable Liam Hemsworth como imán de taquilla.

Presencias manejadas sin mucho éxito ante la abrumadora cantidad de recursos visuales usados para crear un estridentísimo filme que literalmente se alimenta de puro apocalipsis de bolsillo.
Emmerich dirige con las muletillas que forjó en su pavorosa versión de “Godzilla” (1998), y que repitió hasta el hartazgo en “El día después de mañana” (2004), “10,000 a. C.” (2008), “2012” (2009) y “La caída de la Casa Blanca” (2013) —en este caso su temática fue superada por “Olimpo bajo fuego” (2013, Antoine Fuqua)—, así que intenta recuperar su última estilización medianamente interesante “Día de la independencia”, pero en lugar de optar por la contención o reinventar la cinta para una nueva generación, reitera los mismos lugares comunes de heroísmo barato, ciencia ultra light y una espectacularidad que a nadie impresiona al ser la versión dos mil 900 de lo mismo visto durante los últimos dos decenios.

Un filme sobre la independencia que depende al ciento por ciento del artificio más sobado.
“Yo antes de ti” (2016), debut en el largometraje para cine de la sensible directora teatral Thea Sharrock, basado en la ultra cursi novela homónima adaptada por la autora misma Jojo Moyes, forma parte de ese neorromanticismo a medio camino entre la retorcida exageración que puede mal interpretarse como perversión fetichista y la expresión sentimental convencional que a veces ha dado resultados medianos con filmes de amores disparejos como “Tal vez es para siempre” (2014, Christian Ditter), “El secreto de Adaline” (2015, Lee Toland Krieger) y “Si decido quedarme” (2014, R. J. Cutler).

También ha tenido ejemplos más exitosos como “Bajo el mismo cielo” (2014, Josh Boone). Esta película, de hecho, es muy parecida a “Yo antes de ti”.

Sus similitudes no son casuales. Forman parte de ese estilo “amar en situación extrema te vuelve sublime”.
Así es la historia de Will Traynor (Sam Clafin), hemipléjico sin mucho apego a la vida.

Pero cambia cuando conoce a la vivaz cuidadora improvisada, y siempre fracasando en diversos empleos, Louisa (Emilia Clarke). Con esta situación, Thea Sharrock plantea un romance a fuego lento que sólo sirve de vehículo estelar para su protagonista femenina, vista con todo tipo de planos obligando a que abrume en cada una de sus escenas, desde las confortablemente cómicas, hasta otras en las que está imprescindiblemente enamorada.
Un filme sobre la dependencia, de azucarado romanticismo, al que la directora trata por un breve instante de insuflarle un pálpito de sentimiento genuino y sacudirse así un poco su excesiva cursilería.

EL UNIVERSAL

 

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