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Los dreamers que peligran por Trump

Trabajar, ayudar y superarse son los objetivos que tienen en común los llamados dreamers, que ven amenazada la historia que han construido en Estados Unidos
martes, 14 de febrero de 2017
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CIUDAD DE MÉXICO, febrero 14 (EL UNIVERSAL).- Trabajar, ayudar y superarse son los objetivos que tienen en común los llamados dreamers, que ven amenazada la historia que han construido en Estados Unidos y a quienes el presidente Donald Trump amedrentó durante la campaña electoral con derogar el Programa de Acción Diferida (DACA), que ha permitido frenar la deportación de un millón 340 mil 305 jóvenes indocumentados.
Para este 2017, 510 mil 622 dreamers se enfrentan a la incertidumbre de renovar el DACA, que los ampara temporalmente de la deportación y les concede una autorización de empleo, beneficios que se actualizan cada dos años.
Este sector lo componen quienes llegaron antes de cumplir 16 años y son menores de 31.

Actualmente, un millón 622 mil 921 personas han aplicado para el programa impulsado por Barack Obama en 2012, de los que 282 mil 616, es decir 17%, no aprobaron.
Informes del Servicio de Migración y Ciudadanía, del Departamento de Seguridad Nacional de EU, reportan que en los cuatro años de operación del DACA —el más reciente es de septiembre de 2016—, 83% de los solicitantes fueron aceptados.

Un total de 752 mil 154 personas aplicaron por primera vez, siendo 56% del total, mientras que 588 mil, 44%, han renovado.
México es el país de origen de mayor cantidad de dreamers, con 81%.

Le siguen El Salvador, Guatemala, Honduras y Perú. Su presencia se concentra en California y Texas, donde suman 211 mil 477, 44% del total, es decir, casi la mitad.
EL UNIVERSAL conversó con seis dreamers, cuatro hombres y dos mujeres que cuentan su historia y externan su preocupación por la latente desaparición del programa de Acción Diferida.

- El embajador de estudiantes
Kevin Ortiz, de 26 años, estudia en la UFC y lleva la mitad de su vida habitando en territorio estadounidense
Por Isamar Escobar


CIUDAD DE MÉXICO, febrero 14 (EL UNIVERSAL).- “No crean que a los dreamers se nos olvida lo mexicano”, afirma Kevin Ortiz, jalisciense de 26 años que está por graduarse en Administración de Empresas, con especialidad en Finanzas en la Universidad de Florida Central (UFC).
Hace 13 años llegó a Estados Unidos luego de que junto con su madre y hermanos viajaron para reencontrarse con su padre, siete años después de que éste emigrara en busca de una vida mejor.

“Crecí en una casa muy pequeña con mucho amor, cultura y respeto, no se me olvida que soy mexicano. Cuando tenía 12 años, mi mamá decidió que era tiempo de reunir a la familia”, dice.
Kevin relata que lo agredían por tener rasgos diferentes: “Sí sucede que por el acento o el físico te hacen bullying, lo experimenté, es algo que pasa, simplemente por el color de piel”.

Sus padres, una ama de casa y un hombre con dos empleos, lo ven como el “orgullo de la familia”. Kevin y su familia no pierden la costumbre de comer de vez en cuando enchiladas de mole, su comida favorita, algo que los hace sentir cerca de la tierra que los vio nacer.
Respecto al veto migratorio que ha impulsado el presidente Trump, dice no tener miedo, pero sí estar preocupado: “Me encantaría quedarme unos años más para apoyar a mi comunidad y crecer profesionalmente”.

Asegura que el DACA le ha permitido cumplir sus sueños.

- El ingeniero que conoció a Obama
Justino Mora, de 27 años egresado de la UCLA, pide que ante Donald Trump “no nos demos por vencidos”
Por Jazmín Palma


CIUDAD DE MÉXICO, febrero 14 (EL UNIVERSAL).- Convivir con personalidades como Mark Zuckerberg y Barack Obama es una de las mejores experiencias que Justino Mora ha tenido gracias al DACA, beneficio que obtuvo al pertenecer a la primera generación de dreamers.
Al igual que Sor Juana Inés de la Cruz, es oriundo de San Miguel Nepantla, Estado de México.

Narra que llegó a California cuando tenía 11 años, junto con su madre y sus dos hermanos, con quienes huyó de la pobreza y violencia doméstica de su padre: “Mi mamá se dio cuenta que si queríamos una vida mejor teníamos que escapar.

Cruzamos por un túnel, caminamos por varias horas, no veíamos nada, pero lo que me impactó fue llegar acá, porque en México escuchaba que era la tierra de las personas libres y no es así.

Las minorías, básicamente quienes no son blancos y ricos, tiene menos oportunidades y derechos”, afirma.
Con tono de molestia, este joven de 27 años recuerda el “bullying” que sufrió junto con sus hermanos: “De ser los mejores estudiantes de nuestra escuela pasamos a no saber ni el idioma y nos afectó mucho.

Éramos ‘los mojados’ y pensaba que ellos no conocían las razones por las que venimos”. El enfado por esta discriminación fue su principal motivo para sobresalir en el colegio.
Sin embargo, cuando concluyó la preparatoria supo que sus planes de estudiar una carrera universitaria serían truncados por su estatus migratorio, puesto que no podía acceder a los apoyos gubernamentales.
Ahora, ante la amenaza de Donald Trump de abrogar el DACA, Justino dice a otros jóvenes: “No se den por vencidos, es nuestro turno de llevar la antorcha, no nos tenemos que dar por vencidos porque Trump está de presidente.

Nuestros padres han pasado por cosas más difíciles”.
Un día en la Casa Blanca. Justino es uno de los siete dreamers que tras obtener el DACA convivió con el entonces presidente Barack Obama, en 2013, para compartir su historia e intercambiar opiniones sobre la tan anhelada reforma migratoria.
De este encuentro, el graduado en Ciencias Políticas y Computación en la Universidad de California, en Los Ángeles (UCLA), contó que a Obama “le recordamos sobre su récord de deportaciones, que el DACA no era suficiente y que tenía que luchar por una reforma migratoria, y si eso fallaba, tenía que encontrar la manera de proteger no sólo a los soñadores sino a sus familias”.

Seis meses después, en una convocatoria para un hackathon conoció al creador de Facebook y con el apoyo de dos amigos creo la App, Push4reform, que ayuda a los usuarios a conocer a su congresista y contactarlo por correo electrónico, teléfono y redes sociales.

“En cuanto le presentamos la idea a Mark le gustó mucho porque es útil, son pocas las personas que conocen realmente a su representante”.
En diciembre, junto con sus dos hermanos volvió a México, gracias al permiso que el DACA concede.

Acepta que fue un proceso emocional muy difícil: “Regresé con mis hermanos, pero mi mamá, la que se sacrificó más que nosotros, no pudo hacerlo”.
En el viaje recordó su infancia, las tradiciones, las fiestas patrias, los antojitos mexicanos, platicó con la familia toda la noche y visitó dos de las zonas más turísticas del país: Xochimilco, en la Ciudad de México, y Teotihuacan, en el Estado de México.
Para Justino, el DACA representa una victoria de los inmigrantes y piensa que si se cancela, “quien queda mal es Trump, no la comunidad, porque este país dice que respeta los derechos humanos y al quitarlo señalaría que esto no es así”.

- La risa como catarsis migratoria
Julio Salgado y Jesús Íñiguez, a través de su arte en YouTube, se ríen de que “ser indocumentados puede ser vergonzoso”
Por Andrea Ahedo


CIUDAD DE MÉXICO, febrero 14 (EL UNIVERSAL).- Los mexicanos Julio Salgado y Jesús Íñiguez se conocieron mientras estudiaban en la Universidad de Long Beach, California, en 2007.

Julio estudiaba Periodismo y Jesús Sociología. Ambos formaban parte de un grupo de apoyo a estudiantes ilegales. En éste, reforzaban los vínculos con los profesores para enseñarles o aprender juntos sobre cómo se podía apoyar a los jóvenes en su situación.
Unos años antes, Jesús se enteró que era indocumentado: “Siempre supe que había nacido en la Ciudad de México, pero no sabía que era indocumentado hasta la preparatoria, como por 1998, cuando deportaron a mi papá.

Ahí entendí que la situación sí era grave y que podía pasarme a mí”.
La calidad de vida que podía ofrecer el país vecino, incluyendo su sistema educativo, fue lo que convenció a su padre —pese a ser profesionista— de quedarse allí durante una visita que pretendía ser sólo turística: “Yo no me siento mal por ser indocumentado, sólo es mi situación, de todas maneras yo he tenido que superarme: ir a la escuela, sacar mis notas, tener un empleo”.
A sus 33 años, los recuerdos de olores, sabores y colores de México son nulos para Jesús, puesto que llegó a EU a los dos años: “No me acuerdo nada de México... yo nunca he vivido la experiencia de ser indocumentado como algo que tuviera que callar”.
En contraste, Julio no piensa de la misma manera sobre ser ilegal.

Para él, ser homosexual e indocumentado son dos realidades con las que ha tenido que lidiar. Entendió sobre su estatus legal cuando intentó realizar trámites como cualquier otro joven, como sacar la licencia de conducir: “Me decían ‘sabes qué, tú no puedes’.

Me decían que no mencionara que no tenía papeles”.
Sin terminar el sexto grado de primaria en Ensenada, Baja California, donde nació, Julio llegó a EU cuando tenía 11 años de la mano de sus padres y su hermana como turistas.

Fue una orden de los médicos lo que obligó a su familia a quedarse en aquél país. Su hermana, quien es cuatro años menor, enfermó de gravedad y su madre le donó un riñón.

Tras la operación, “los doctores le dijeron que no podíamos regresar a México, porque si regresábamos mi hermana podía morirse”.
Soñadores a la deriva.

Dreamers Adrift o “soñadores a la deriva” es el mote con el que Julio y Jesús nombraron a su colectivo artístico en octubre de 2010.

Desde ese año combinaron sus aptitudes para la narrativa visual y crearon videos con la intención principal de “reírnos de que a veces ser indocumentado puede ser vergonzoso”, tal como lo confiesa Julio.
En ese entonces, los estudiantes realizaban actos de desobediencia civil y una de sus frases era: “Si van a hablar de los indocumentados, nos deben ver a la cara, no podemos escondernos”.

En medio de esa oleada de protestas, Julio y Jesús notaron que los medios de comunicación mostraban a ese sector de la población “sin humanidad”.
Las primeras redes sociales en las que publicaron sus videos fueron YouTube y Facebook, gracias a ello y a sus círculos de amistad, otros jóvenes en la misma situación les compartieron sus experiencias con la intención de que los youtubers las trasladaran a sus productos audiovisuales.

Dreamers Adrift, que hasta ahora tiene casi un centenar de videos y se volvió un nicho para los jóvenes que desean mostrar su verdadero rostro y para organizaciones civiles como La Coalición de Jóvenes Inmigrantes y Estudiantes Asiáticos que Promueven los Derechos de los Inmigrantes a través de la Educación (ASPIRE, por sus siglas en inglés).
“El inmigrante bueno y malo”.

Julio y Jesús son parte de la primera generación de inmigrantes que obtuvieron el beneficio del DACA en 2012.
Ellos consideran que una de sus misiones como artistas es cambiar la percepción que un sector de la población tiene sobre los inmigrantes: “Para nosotros la lucha no para, porque no es justo que sólo unos cuantos se puedan beneficiar y otros están vulnerables.

Queremos cambiar el que nos clasifiquen en categorías del buen inmigrante o el mal inmigrante. El bueno es el que va a la universidad, el malo es el que no estudia, el que no habla inglés.

- Desde El Salvador a Washington
Marisela Tobar dejó su país para huir de la violencia; hoy busca ayudar a niños con capacidades diferentes
Por Karen Vázquez


CIUDAD DE MÉXICO, febrero 14 (EL UNIVERSAL).- A un año de terminar su carrera como educadora en la Trinity Washington University gracias al programa DACA, con el sueño de ser ciudadana estadounidense para votar por quien la represente y regresar algún día a El Salvador, su país natal, Marisela Tobar Enríquez es una de las llamadas dreamers.
La joven, oriunda de La Unión, cuenta cómo cambió su vida a los cinco años, cuando sus padres decidieron viajar a Estados Unidos buscando una mejor calidad de vida para ella y su hermano, además de otras oportunidades para su padre, quien es músico y trabajaba en grupos locales.
“En El Salvador empezaba la violencia entre las pandillas y se notaba en nuestro vecindario, mis padres tenían miedo que algo nos pasara.

En mi país es muy difícil la educación. Si no tienes dinero para ir a una buena escuela te quedas con una pública que en ese tiempo no eran las mejores, y no teníamos recursos para una privada”, cuenta la salvadoreña.
Su trayecto en busca del sueño americano fue a bordo de un avión, lo que le facilitó el ingreso a Estados Unidos: “Mi viaje no fue nada malo, antes habíamos venido un par de veces porque tenemos familia aquí y todos tenían visa, sacarla era más fácil antes de los atentados de 2001”.
Al ser tan pequeña no entendía lo que era ser inmigrante; sin embargo, su edad ayudó para que se adaptara y aprendiera el idioma de manera más rápida que el resto de su familia.
“No fue difícil entender el idioma, pero me costó mucho leer en inglés, en dos años estaba al nivel de cualquier estudiante.

No entendía mucho, me habían contado que nos íbamos a quedar aquí, pero pensé que regresaríamos en el verano. Estaba emocionada, pensé que la vida sería suave, que sería diferente.

Un día les pregunté a mis papás por qué no íbamos de vacaciones a El Salvador y me dijeron que no podíamos, me quedé con eso, como si estuviera en una caja, no podía hacer lo que quería”, comenta.
En 2012, luego de cinco meses de presentar documentación, contratar a un abogado para la gestión y pagar 425 dólares por cada uno, Marisela y su hermano obtuvieron el DACA.

Desde ese entonces “había planeado visitar El Salvador, pero hoy con Trump es muy difícil, todos me dicen que es mejor que no salga del país”.
La deportación es un tema que siempre está presente en la mente de Marisela, “hablamos del proceso, por si algo pasa.

Es muy difícil estar en esta situación de no saber qué pasará en el día. Estamos preocupados, pero no paralizados”.
Respecto a la situación que se vive por el veto migratorio promovido por el presidente Donald Trump, la joven estudiante comenta su tristeza por la división que se ha dado en el país y enfatiza la incertidumbre que tienen los dreamers al saber que su sueños podrían estancarse de un momento a otro con la nueva administración.
“Nos da mucha tristeza la división que ha causado con su lenguaje, con lo que dice, en la manera en que lo expresa y ahora con sus órdenes ejecutivas que ha dañado a muchas comunidades.

Nos da miedo que haya más violencia internacional. El DACA para mí fue un auxilio, porque no sabía cómo seguir adelante, como indocumentada no había manera, sentía que no había salida.

Fue abrirme la puerta a muchas cosas, poder identificarme sin miedo”.
Orgullosa de sus raíces, Marisela piensa que tiene el mismo valor que cualquier joven de Estados Unidos, puesto que contribuye a la sociedad y economía: “Somos como cualquier otro ciudadano joven que estudia, trabaja y crece”.

Mientras tanto, la salvadoreña sigue su vida normal.

- Mamá millennial y soñadora
Zury es oaxaqueña, estudió una carrera en línea y asegura que “si nos quitan el DACA nos cortan las alas.

EU es nuestra casa”
Por Daniela Díaz


CIUDAD DE MÉXICO, febrero 14 (EL UNIVERSAL).- Proveniente de Putla, Oaxaca, Zury González-Amaro es una joven madre que emigró a los 10 años.

“En 1993 entramos a Estados Unidos. Mi papá estaba en Nueva Jersey, trabajaba como jornalero. Recuerdo que cuando era niña tomamos el autobús de Putla al Estado de México y de ahí un avión a Tijuana.

El coyote nos cruzó de Tijuana a San Diego”, narra vía telefónica.
En el verano pasado se graduó en Administración de Negocios por el Mount Washington College.

Estudió la carrera en línea “porque tengo un hijo, Tristán, de cuatro años y es a quien le dedico todo mi tiempo porque requiere cuidados especiales.

Hubo una época en la que enfermó gravemente y los doctores no pudieron identificar el problema que tuvo. Tenía fiebres altas y corríamos al hospital; después dejó de caminar, tenía los pies hinchados y las rodillas.

Nos dijeron que conforme el niño creciera los síntomas desaparecerían, pero no supimos qué pasó”.
Zury, de 34 años, explica que eligió Administración porque la otra opción que había cuando aplicó para la beca de la organización The Dream US, que era Ingeniería en Computación, no le atraía.

“Fue una gran oportunidad porque cuando estaba en la preparatoria, los amigos hacían planes y yo sabía que no podría pagar una universidad, pero los maestros me alentaron”, relata.
Agrega que “fue difícil, una como mamá debe hacerse tiempo.

Empezaba mis clases a las 11 de la noche y terminaba a las tres de la mañana, porque era cuando mi hijo dormía y yo podía concentrarme, uno tiene que hacer sacrificios.

Muchas veces dije: ‘ya no lo hago’, pero no sólo era perder el dinero o la beca, sino también le fallaba a los donadores, a mi familia, a mi esposo y ellos me motivaron para seguir”.
De familia extensa, cuenta que “tengo varios tíos que son ciudadanos estadounidenses, gracias a la amnistía que otorgó Ronald Reagan.

Llevo 23 años sin ver a mis primos con los que crecí en México. Gracias a que uno de mis tíos le sacó la visa a mi abuela pudimos verla, y murió en 2012”.
Sobre cómo fue el proceso de adaptación a un país desconocido, esta mujer de origen oaxaqueño confiesa que “fue un shock porque era un lenguaje completamente diferente, no sabía inglés, el clima también fue muy diferente.

No tener a tus primos, a tu abuela que siempre estuvo ahí para ti, eso también fue un golpe duro”.
Ser beneficiaria de DACA “para mí fue poder respirar mejor.

Sabía que me la iban a dar porque estoy aquí desde niña. Para mí significa que puedo conseguir un buen trabajo, una licencia de conducir, pues antes mi esposo era el que me llevaba a todos lados porque era el único que podía manejar; logré ser un poco más independiente.

Eso fue un regalo para los dreamers”.
Ante la advertencia del presidente Donald Trump de desaparecer esta Acción Diferida, González-Amaro señala que de hacerlo “afectaría a todos los dreamers, porque perdiendo eso nos cortan las alas, no vamos a poder seguir estudiando, no vamos a ayudar al país a seguir adelante.

Nos afectaría a todos en todos los sentidos: financieramente, educativamente.
“Sé que soy de México, pero Estados Unidos es el país que conozco, es mi casa.

Pregúnteme algo de este país, le digo todo, es nuestra casa. Estamos aquí para sacar las cosas adelante. No somos malos, somos estudiantes, tratamos de progresar”, afirma.
Durante la charla fue inevitable hablar del muro fronterizo al que tanto se ha referido Trump y asegura que “no creo que sea una solución, ese muro no va a hacer nada porque cuando están dispuestos a cruzar la gente cruza. Creo que debe haber una mejor solución, el muro solo será una pérdida de dinero”. Tras casi una hora de conversación, esta joven mamá dreamer se despide, pues llegó la hora de ir al colegio por el pequeño Tristán.

El Universal

 

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