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Aunque a la corta parecen una solución rápida y eficaz, a la larga las sanciones corporales generan más perjuicios que beneficios para quienes los reciben.
A su vez, quienes los aplican, en general tienen poco que ganar y mucho que perder.
Los estudiosos Eric P. Slade y Lawrence S. Wissow de la Facultad de Salud Pública de la Universidad John Hopkins (EE.UU.) comprobaron que los niños que reciben azotes y golpes frecuentes de parte de sus padres antes de cumplir los dos años de edad, suelen tener problemas de conducta durante la etapa escolar.
Según la psicóloga y pedadoga española Montserrat Doménech, "la bofetada es contraproducente. Este tipo de reacción puede minar la relación entre hijos y padres, así que hay que evitarla a toda costa”.
"La bofetada no tiene ningún valor educativo, y en lugar de ayudar a resolver los conflictos, sólo sirve para que el adulto se desfogue. Dado que es un signo de impotencia, debilita la autoridad moral de los padres y la seguridad que los hijos buscan en ellos", añade Doménech, autora del libro “Padres y adolescentes: cuantas dudas”.
Según Doménech, contar hasta diez es un recurso clásico que suele funcionar y antes de “perder los papeles” la experta aconseja "cerrar los ojos y realizar unas cuantas respiraciones profundas para rebajar la tensión".
"Cuando los nervios están a flor de piel es muy difícil llegar a un acuerdo. Es mejor dejarlo porque es inútil y no hay que tomar ninguna determinación que pueda resultar contraproducente", señala la psicóloga y pedagoga, que sugiere hablar con el hijo o hija sobre el problema, después que pase la rabieta y se calmen los ánimos de ambos: adolescente y padres.
"En vez de insistir en lo que tiene prohibido, es mejor recordarle al adolescente lo que se les está permitiendo. Si un hijo no está estudiando para un examen, se le pueden recordar los beneficios de sacar una buena nota, por ejemplo que dispondrá de más tiempo libre", aconseja Doménech.