REFLEXIÓN DOMINICAL

Antonio Fernández

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La Parábola del Hijo Pródigo

“Porque este hijo mío estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado” ( Lc 15, 24)
domingo, 28 de junio de 2020
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La misericordia de Dios Nuestro Señor es una de las perfecciones propias de su esencia, como su omnipotencia, sabiduría, amor de Padre amoroso y más atributos de su divinidad, que lo confirma en todo instante de la vida de las almas y del mundo.

Muestra de ese amor paternal nos lo a conocer el Evangelista cuando le dijeron sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar” Y el Señor los instruye: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo, ya tienen su paga”.

Así como obró sin detenerse en adoctrinar a sus discípulos lo extiende cada siglo hasta el nuestro, sin cesar vuelve una y otra vez a el alma la enseñanza de Jesucristo Nuestro Señor.

El Hijo de Dios catequiza a sus discípulos en el bien por excelencia que esparce como semilla en la tierra fértil que es el cristiano católico en su alma y corazón, quien correspondiendo agradecido al sublime atributo de su misericordia conoce el poder de Dios Padre que se recibe por quien recurre a Él en busca de su compasión y comprensión aun sin que el pecador lo pida, su misericordia debe ser entendida por todo ser humano que es un bien solo se puede recibir en vida y es el perdón de Dios Padre por los pecados que contra su mandamiento se comete, la salvación del alma es lamentable a que la bondad divina el ser humano no la reconozca, no le da el valor para hacerse merecedor de la obra redentora de Cristo Nuestro Señor, a cambio surgen las protestas convertidas en ofensas muestra de una negación pertinaz de un mundo materialista y pragmático que no reconoce y rechaza su misericordia.

El bien por excelencia que es la misericordia venida del cielo se desprecia dejando de lado al Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor, olvidando que en su agonía abogó ante Dios su Padre por el pecador: “Señor perdónales porque no saben lo que hacen”.

Dio a entender a los tiempos: “Padre Mío olvida sus trivialidades, son almas tuyas, creadas por ti y para ti, perdónalas, están ofuscadas porque han sido engañadas” En la palabra del Hijo a su amado Padre nada hay de desánimo, ni desaliento, busca su corazón Paternal suplicando a Dios el perdón por su pasión, crucifixión y muerte, en ella derramo pagando hasta la última gota de su preciosísima sangre los pecados cometidos, cometen y se continuará cometiendo al paso de los siglos, por ello en las almas es el conocimiento del amor de Dios Padre que profesa significa la salvación eterna del pecador.
La misericordia de Dios siempre tendrá en la existencia del ser humano un papel de importancia, importancia que lo conducirá a la salvación eterna del alma, porque viniendo de Él, a Él se volverá, realidad que debiera ser comprendida y entendida prevalecer en todas las almas.

San Lucas expone con clara delicadeza como todos los evangelistas la palabra de Jesucristo Nuestro Señor, siempre armónica exalta el alma, corazón y los sentidos, la parábola de la oveja descarriada y la dracma perdida ofrecen con símbolos graciosos hechos conocidos por el pueblo, confluye su pensamiento a una conclusión; La parábola del hijo pródigo.

Estas parábolas se les conoce de la misericordia, la última es una invitación a reflexionar teniendo en mente la familia y sus componentes, descubriremos sucesos que son conocidos, los que dividen, intrigan, envidias y rencores que distorsionan el orden familiar pudiendo inspirarse en la Sagrada Familia componer los problemas la propia familia y no complicarlos porque se pierde el respeto a los padres.

Pensando en el provecho de la parábola se ahonda en el comentario que sobre ella ilustra el Doctor de La Iglesia San Agustín.
Asiste una muchedumbre a escuchar del Señor sus enseñanzas e ilustra: “Un hombre tenía dos hijos” San Agustín analizando la parábola escribe: “El hombre que tuvo dos hijos es Dios que tuvo dos pueblos”.

Así como en muchas familias donde los hijos no valoran el esfuerzo y sacrificio de los padres por darles calidad de ser personas de orden, estudio, trabajo cuando se llega a la edad de los atractivos del mundo, creen tener la edad no de imitar a su padre, sino que con el esfuerzo de él disfrutar la vida, he ahí el problema que el Señor manifiesta; “ El menor de los cuales dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me ha de tocar.

Y les repartió su haber” El comparativo que nos descubre San Agustín es la realidad que viene de Dios a todo hijo; “La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio, y todo aquello que el Señor nos dio para que le conociésemos y alabásemos” ¿Acaso esos bienes entregados por Dios a cada alma son utilizados para conocer y alabarle? Se usan a lo contrario, negocios, disfrute de la vida, vicios, poder económico y cosas efímeras de la vida, al morir esos bienes los perdió el hijo en cosas mundanas.

A no dudar que el padre hablaría a fondo con el hijo; ¿Qué necesidad tienes de poner en peligro tu vida? Aquí tienes lo que ocupas para vivir, ser mejor, puedes realizar lo que desees, esa persistencia de aventura sin sentido te traerá consecuencias, pero como todo hijo envuelto en los sueños baladís de la vida con el esfuerzo de su padre, tiene en su mente dos ideas en las que lo tienen posesionados: felicidad, diversión y gozo; “Pocos días después, el menor, juntando todo lo que tenía , partió para un país lejano y allí disipó todo su dinero, viviendo perdidamente” San Agustín hace ver que la alucinación en ese hijo es muestra de la realidad disipadora en los jóvenes de esos tiempos que es la misma de hoy; “Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana.

Lejana, es decir, hasta olvidarse de su Creador” Y como todo principio tiene un fin, ilustra la parábola del Señor a padres e hijos: “ Cuando lo hubo gastado todo, sobrevino gran hambre en ese país, y comenzó experimentar necesidad” Como muchos padres y jóvenes sin sentido de la realidad del mundo y la facilidad con que mueven las cosas apoyados de “los bienes materiales” como si con ellos todo en la vida se soluciona, al caer en el pozo de la su propia ignominia ven que el mundo no es atractivo como fue cuando lo tuvieron ante ellos, ese atractivo falso no fue real ni verdadero fue por interés de arrebatarle sus bienes, logrado esto se volvió miserable.

El Obispo de Hipona invita a meditar esta realidad; “Disipó su herencia viviendo pródigamente; gasta no adquiriendo, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que le faltaba; es decir, consumiendo todo su ingenio en lascivias, en vanidades, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad llamó meretrices.

No es de extrañar que a este despilfarro siguiese el hambre. Reinaba el hambre en aquella región; no hambre de pan visible, sino hambre de la verdad invisible” Así obra la conciencia en la persona que ha obrado contrario al mandamiento divino, los hechos indebidos taladran alma, corazón, mente e intranquilizan la vida, se sabe consciente del mal causado así mismo y a los suyos, el temor lleva a más alto: ¡ofender a Dios su creador!
“Fue, pues, a ponerse a las órdenes de un hombre del país, el cual lo envío a sus tierras a apacentar los puercos” En este punto nos hace ver lo que los ojos del padre no ve, pues movido el joven por impulsos desesperados de salir por sí mismo del pozo en que ha caído, vende por decir su alma y su cuerpo al gusto y satisfacción de otro que le exige todo a cambio de una miseria; “Impelido por la necesidad, cayó en manos de cierto príncipe de aquella región.

En este príncipe ha de verse al diablo, príncipe de los demonios, en cuyo poder caen todos los curiosos, pues toda curiosidad ilícita no es otra cosa que una pestilente carencia de verdad”.

Lamentablemente así es. El joven se ha causado el problema que vive, esto nos enseña, los problemas que padecemos en la vida nacen de uno mismo, mentira culpar a otro de los males propios que se viven, eso es justificar los propios actos malos causados por negligencia, pero el hambre creó una desesperación interna en su cuerpo, lo cierto es que la causa está en ese joven que padece porque él se lo buscó, nadie lo empujó, de donde la parábola lleva a repasar lo perdido; “Y hubiera a la verdad, querido llenarse el estómago con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba” Es cuando la soledad encierra en un círculo vicioso al que cegado por la desesperación no ve la solución a su problemática, el orgullo de reconocer los males cometidos son impedimento para superar las crisis, San Agustín hace ver que la realidad del alma ante circunstancias críticas no es casual ni accidental, es porque él lo quiso; “Apartado de Dios por el hambre de su inteligencia, fue reducido a servidumbre y le tocó ponerse a cuidar cerdos; es decir, la servidumbre última e inmunda en que suelen gozarse los demonios.

No en vano permitió el Señor a los demonios entrar en la piara de puercos. Aquí se alimentaba de bellotas que no le saciaban. Las bellotas son, a nuestro parecer, las doctrinas mundanas, que alborotan, pero no nutren, alimento digno para puercos, pero no para hombres; es decir, con las que se gozan los demonios, e incapaces de justificar a los hombres”.
He aquí el bien del alma que la conciencia profundiza a meditar, reflexionar y cavilar el mal hecho, la ofensa a su padre y hermano, el agobio de tristeza en ambos y el disgusto que sin necesidad tienen para con él, la condición desdichada y desgraciada en que ha convertido su vida, esto y mucho más muestra la parábola; “Volviendo sobre sí mismo, se dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí, me muero de hambre! Me levantaré, iré a mí padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti.

Yo no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Hazme como uno de tus jornaleros” San Agustín habla de lo que ha todo el que se ha hecho mal así mismo y a los suyos, la luz de la fe es punto de partida al cambio total de vida; “Al fin se dio cuenta en qué estado se encontraba, qué había perdido a quién había ofendido y en manos de quién había caído.

Y volvió en sí, primero el retorno a sí mismo y luego al Padre. Habiendo retornado a sí mismo, se encontró miserable: Encontré la tribulación y el dolor e invoqué el nombre del Señor.

¡Cuántos mercenarios de mi padre, se dijo, tienen pan de sobra y yo perezco aquí de hambre! Se levantó y retornó. Había permanecido o bien en tierra, o bien con caídas continuas.

Y levantándose se volvió hacia su padre. Y cuando estaba todavía lejos, su padre lo vio, y se le enternecieron las entrañas, y corriendo a él, cayó sobre su cuello y lo cubrió de besos” No a reclamar su mal proceder sino a recibirlo amoroso.
Como todos los padres de familia cuando el hijo se va de casa o se retira a lugares lejanos, todos los días están atentos a quien llama a la puerta, la llegada de un auto, buscar por la ventana, y como este padre de la parábola vería desde su terraza el camino por donde llega la gente a sus tierras, así pasan días, meses y años esperando la llegada del hijo perdido.

El Obispo de Hipona hace surgir del corazón de todo padre que espera gozarse en el hijo que lo o le abandonó por sus errores la casa paterna; “Su padre lo ve de lejos y le sale al encuentro.

Su voz está en el salmo: Conociste de lejos mis pensamientos. ¿Cuáles? Los que tuvo en su interior: Diré a mi padre: pequé contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de llamarme hijo tuyo, hazme como uno de tus jornaleros”.

Doblega el orgullo, bueno; somete su arrogancia, bueno; domina su ego, bueno; reprime su altanería, bueno pero lo más importante vence la soberbia maligna, pero aun hay algo valioso que recibe del padre al escuchar su corazón, la misericordia del perdón.

Obra el padre en el hijo su bondadoso amor que quedo atrás y lejano, entiende el pesar, remordimiento y dolor aun antes de su llegada a casa del hijo, su padre lo ha perdonado, entiende su disposición de confesarle lo que tiene guardado; “Su hijo le dijo: Padre, pequé contra el cielo y contra ti.

Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus servidores: Pronto traed aquí la ropa, la primera, y vestidlo con ella; traed un anillo para su mano, y calzado para sus pies, y traed el novillo cebado, matadlo y comamos y haremos fiesta.

Porque este hijo mío estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado y comenzaron la fiesta”.
El padre de familia ha recuperado al hijo que estaba perdido, ahora habrá de atraer a su gozo al hijo que le ha sido leal, obedecido y contribuido a sus bienes, espera su llegada con ansiedad y contagiarlo de su gozo; “Mas sucedió que el hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver llegó cerca de la casa. Oyó música y coros. Llamó a uno de los criados le averiguó qué era todo aquello.

Él le dijo: Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha matado el novillo cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo” Cómo sería de ira y molestia cuando el criado le hizo saber, vino a su mente la actitud y arrogancia de su hermano de irse a gozar del mundo, dejando abatido a su padre e inconforme al hermano, saber como dilapido los bienes entregados, la vida lascivia que llevo, recibirlo con halagos de los que nunca él ha recibido de su padre, incomprensible a la mente humana; “Entonces se indignó y no quería entrar.

Su padre salió y lo llamó” Alguno de los criados llevaría la novedad al Padre que de inmediato salió a conciliar al hijo de sus confianzas y lo invita a pasar; “Pero él contesto a su padre: He aquí tantos años que te estoy sirviendo y jamás he transgredido mandato alguno tuyo; y a mí nunca me diste un cabrito para hacer fiesta con mis amigos.

Pero cuando tu hijo, éste que se ha comido toda su hacienda con meretrices, ha vuelto, le has matado el novillo cebado” En realidad el hijo leal hablo con realidad, se quejo con amargura del proceder del padre con el hijo dilapidador, pero el padre habla gozoso porque ha recuperado al hijo perdido y no quiere perder al leal, así que su corazón conmovió la nobleza y generosidad del hijo fiel y hablo de padre a hijo, lo que mucho se necesita hacer en estos tiempos, hablar no de cosas triviales del mundo, sino las de valor, de espiritualidad, de unirse padre e hijo en la frecuencia de sacramentos, no se hace por miedo, por temor al que dirán, por vergüenza ¿De qué? Ninguna hay para ello sino la comprensión y amor por el hijo prodigo que no solo es el que se va sino el que se queda, siempre será así.

Habla el padre: “El padre le dijo: Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero está bien hacer fiesta y regocijarse, porque este hermano tuyo había muerto, y ha revivido, se había perdido, y ha sido hallado”.

El padre buscó y encontró maravilla de nobleza en el hijo leal, el reconocimiento del perdón para su hermano suplicado por el padre y lo entendió el hijo leal. Cuanto nos da Jesucristo Nuestro Señor en está parábola, solo queda en el cristiano católico llevarlo a los hechos por amor a Dios.
hefelira@yahoo.com

 

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