Platicando con Martha Sáenz
Martha Sáenz
Hay quien amanece siempre cansado y quien parece estrenar baterías a diario.
La energía está muy vinculada a un buen estado de salud, pero también al entusiasmo que algo nos provoca. Yo puedo, por ejemplo, leer o escribir horas enteras y no lo siento; en cambio, mientras cocino, el tiempo se va a dormir la siesta y deja de avanzar.
Dos horas en la cocina me agotan; sé cocinar, pero no lo disfruto. Leer y escribir también me cansa, pero es un cansancio rico que de algún modo me da más energía.
La energía es limitada en todos. Niños o adultos, jóvenes o viejos, debemos dormir para reponerla. Y cuidar la salud, pero no sólo la física, sino también (y me atrevería a decir, sobre todo), la mental.
No encuentro mayor desperdicio de energía masiva que el chisme de todo tipo: el de vecinas, colegas, amigos o políticos de más alta alcurnia.
Escuchar chismes en vivo o por tele o radio, repetirlos, adornarlos, cultivarlos y hacerlos llegar al mayor número de personas posible es agotador y, sin embargo, hay millones de seres en el mundo dedicados a esa inútil, gozosa (para ellos) y, a veces, perversa tarea.
Rosario Castellanos tiene un poema en donde pregunta si alguien irá a sustituirla a la hora de morir y como sabe que nadie lo hará, no entiende por qué quieren vivir por ella, decirle cómo vivir o criticarla por lo vivido.
¡Y tiene toda la razón del mundo!
Haga un experimento. Anote, con precisión, en una libretita el tiempo dedicado todos los días a “echarse el chal” por teléfono o en persona y sume las horas al finalizar la semana.
Descubrirá, con horror, la cantidad de energía desperdiciada inútil y absurdamente al especular sobre la vida de los demás, en lugar de vivir la propia.
Hombres y mujeres, ¿eh? No sólo las mujeres.