La bienvenida a Plantex es con una cata de manzanas. No podría ser de otra forma en la productora frutícola más importante de Eslovaquia y una de las más grandes de Europa del Este.
Sobre la mesa, pequeñas rodajas de 13 variedades diferentes, desde la crujiente Golden Delicious y la aromática Evelina -favorita de la región-, hasta la exótica Baya Marisa, de atractiva pulpa roja.
Al ser la fruta más común y comercializada del mundo, su diversidad y variaciones de color, firmeza, textura, jugosidad y sabor suelen pasarse por alto.
Aquí no es así: todos los procesos, desde la siembra hasta la conservación, están enfocados en potencializar las características naturales de cada manzana.
Gracias a los convenios con centros de fitomejoramiento en Francia, Alemania, República Checa y Nueva Zelandia, estos ejemplares son más resistentes a las plagas, al cambio climático y requieren menos pesticidas -cuyo uso debe ajustarse a los estándares europeos.
Plantex produce, al año, alrededor de 4 mil toneladas de manzanas, principalmente, aunque en sus 144 hectáreas también cultivan peras, ciruelas, melocotones, albarcoques, cerezas y fresas.
Uno de sus programas insignia es la llamada "autocosecha": a través de su página y redes sociales avisan sobre las variedades disponibles para que la gente corte directamente de los árboles por un menor precio.
"Creemos que una estancia al aire libre, un paseo por el huerto recargará su energía y vendrán a tomar un bocado de salud", reza una de las invitaciones.
Es una venta ideal, pero inviable para grandes volúmenes.
Para esto último cuentan con cámaras de Oxígeno Ultrabajo (ULO, por sus siglas en inglés), cuya atmósfera controlada conserva por periodos hasta tres veces más largos la fruta, sin alterar sus propiedades.
Así garantizan producto todo el año.
"El mercado no tiene necesidades al mismo tiempo", explica L'ubomír Lovrant, director de Plantex y granjero desde hace 25 años.
Michal Nigut, gerente comercial de la firma, fundada en 1996, frecuentemente regresa a casa con algunas manzanas en los bolsillos de la chamarra o regadas por su vehículo.
"Mis hijos las toman y se las comen; para mí, esa es la mejor certificación de seguridad y confianza en lo que hacemos", asegura.