Ma. Teresa Medina Marroquín
Orbe
La primera reflexión a partir de la asunción al poder de Claudia Sheinbaum Pardo, en calidad de Presidenta de la República, conlleva a una enorme pregunta:
¿Estamos 130 millones de mexicanas y mexicanos en la ruta correcta que nos llevará no a la tierra prometida, sino a un mundo donde encontremos un mínimo de bienestar, seguridad y felicidad?
¿Ese es el camino que de inmediato construirá la primera mujer presidenta de México, rompiendo una serie interminable de escenarios convulsos?
Escenarios sangrientos y aterradores que vienen repitiéndose desde el México de presidentes autoritarios, sin que hasta el momento se hayan dado las condiciones y los talentos políticos en individuos que han carecido del nivel de estadistas.
Vivimos en el país que cuando no son crisis apocalípticas, surgen también legiones de demonios que encarnados en la delincuencia organizada vuelven imposible que el pueblo viva civilizadamente.
Tan exagerado es el problema al que se enfrenta no el gobierno sino la gente, que en no pocas ocasiones se ha llegado a decir que la delincuencia organizada es más poderosa que el propio Estado mexicano.
Y fíjese que cuando se llega a pensar de semejante manera la respuesta es que no sólo los presidentes de la república han sido reprobados, sino que resulta inexplicable que aún no haya nacido un hombre capaz de gobernar con justicia.
¿O SE CUMPLE EL AFORISMO DE QUE “LOS PUEBLOS TIENEN LOS GOBIERNOS QUE SE MERECEN”?
¿Continuaremos buscando indefinidamente la felicidad, la seguridad y el bienestar que no se compran en los mercados o en las calles?
De ser así, ¿qué es lo que ha estado fallando para que estas metas justas y urgentes se alejen cada vez más de las familias mexicanas?
¿Acaso es el pueblo el culpable de que muy pocas cosas funcionen aún en medio de impresionantes y costosos escenarios democráticos?
¿Somos tan irresponsables que nos dejamos convencer por un individuo que dice ser la encarnación de dios, porque promete cosas tan fantásticas?
¿O acaso estamos atrapados, como lo dijo durante muchos años el ahora ex presidente López Obrador, por la mafia en el poder, que nos impide vencer tantas perversidades?
¿O acá también se cumple el aforismo de que “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”?
Y si todo esto siempre será así, con promesas, pactos y escenarios falsos, o incluso con un pueblo poco participativo, ¿qué nos resta por hacer?
NO TODO DEBE SER DECISIÓN DE DIPUTADOS, SENADORES, ALCALDES, GOBERNADORES Y DE LA PROPIA PRESIDENTA DE LA REPÚBLICA.
Evidentemente la respuesta para transformar a México en una nación pacífica y próspera no tiene que buscarse en los centros espiritistas, en el horóscopo, en las cartas, en líderes carismáticos o en gurús.
Las respuestas deben venir de una sociedad cada vez más involucrada en la toma de las grandes decisiones. No todo debe ser decisión de diputados, senadores, alcaldes, gobernadores y de la propia presidenta de la república.
El pueblo debe intervenir y dejar de pensar que desde la comodidad de un voto depositado en la urna y sentarse en el sofá de la casa a observar cómo se definen las cosas, es suficiente.
Ciertamente a la Señora Presidenta no se le entregó ayer una varita mágica para que inicie todos los cambios que ningún mandatario ha logrado realizar en toda la historia del México independiente.
Recordemos que para lograr un México feliz y próspero, todas y todos debemos participar.
¡Deseándole un día maravilloso!
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