Diario Íntimo

Lulu Petite

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Segundo round

jueves, 19 de junio de 2014
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Querido diario:
Me encontré con él en el motel, justo antes de entrar a la habitación de un cliente que me había llamado para atenderlo.

Me vio de espaldas, pero igual me reconoció y se apuró a llamarme.
—Oye, Lulú, ¿verdad?
—Sí, respondí mientras volteaba, sorprendida tanto por la repentina pregunta, como porque me haya reconocido por la retaguardia.


—Qué gusto. No esperaba encontrarte por aquí. Tardé un par de segundos en reconocerlo, ya me había contratado hacía tiempo.

Divertido, limpio y amable. Si no hubiera llevado prisa habría tratado de platicar un poco con él, pero tenía a una persona esperando, así que sólo podía saludarlo cortésmente y seguir con mi camino.

Traté de recordar su nombre y, arriesgándome a atinarle, le respondí:
—Trabajo aquí a menudo Fernando, si vienes a este motel no es tan difícil encontrarme.


—¡Te acordaste de mí! Me dijo sonriendo con evidente alegría, yo sonreí también aliviada y agradecida con ese chispazo de memoria.

“Tienes razón —agregó— el que no viene aquí tan seguido como quisiera soy yo. Así que para mí es coincidencia estar aquí al mismo tiempo que tú y encontrarte en el pasillo.

Eso no me pasa diario”.
—Eso sí —dije con prisa— fue un gusto saludarte.
—Te ves muy linda, respondió haciendo caso omiso a mi despedida, como tratando de alargar la conversación.


—Gracias, eres muy amable. Debo irme me están esperando en esa habitación, dije terminante señalando el cuarto donde tenía el compromiso agendado, después pensé que podía estar siendo un poco indiscreta, ni modo.

No me gusta hacer esperar a mis clientes.
—¿Después tienes algo qué hacer?
—¿Después de qué?
—Después de atender al cliente con el que vas tan apurada.


—No, después de él no tengo nada en especial.
—Si te espero, ¿me puedes ver a mí también?
—Claro, con mucho gusto, pero tendrías que esperar una hora ¿Estás de acuerdo?
—Está bien, tengo la tarde libre.

Estoy en esa habitación, dijo señalando una puerta abierta, toca cuando te desocupes, estaré esperándote.
—Ok, nos vemos al rato, le dije sonriente, dedicándole una mirada de “te voy a tratar muy bien”.


La cita a la que llegué transcurrió de lo más normal. El cliente era un hombre muy caballeroso y de buen ánimo, con casi setenta años.

El cabello blanco y una coqueta barba estilo Freud. A la hora del amor insistió en darse placer a mano, mientras me veía desnuda, tocándome.


—A mi edad, mija, esto ya bastante. Dijo a modo de justificación. Tardó un poco y sudó mucho. Platicamos un rato y justo al cumplirse la hora, me di un regaderazo.

Nos despedimos con un beso cariñoso en la comisura de los labios.
De inmediato fui a la habitación de Fernando, apenas tuve que dar unos pasos para ir de una cita a la otra.


Cuando llegué, la puerta estaba abierta. Fernando me esperaba descalzo y sin camisa, oliendo a recién bañado.
Para estar iguales me quité el vestido y el sostén, dejándome sólo las bragas puestas.

Acomodé mi ropa en una silla y le sonreí con picardía.
—¡Caramba! estás en buena forma Lulú, me dijo desde la cama.


—Gracias, respondí antes de meterme al baño. Tú también.
Me di una segunda ducha y lavé mis dientes. Sé que bañarme de nuevo no es necesario si acababa de hacerlo en el cuarto vecino, pero cuando vengo de atender a otro cliente, da más tranquilidad al siguiente ver que me acabo de duchar.

Es un acto de cortesía además que de elemental higiene. En este oficio no debes ir a un segundo round, si no has borrado los vestigios del primero.


Me sequé en la bañera y salí completamente desnuda, oliendo fresco, para encontrarlo de pie a un lado de la cama, acariciando su brava erección.

Caminé hacia él y lo empujé hasta la pared, entonces me puse de rodillas para comenzar a chupársela. Gimió.
La tuve en mi boca varios minutos.

Él me miraba mordiéndose la uña del dedo medio y entrecerrando los ojos. Apretaba los dientes y tomaba aire haciendo un zumbido, como una efe pronunciada y pecaminosa, mientras hundía sus dedos en mi cabello, a la altura de la sien.


—Estás preciosa, me dijo Fernando al oído antes de darme la mano, ayudarme a ponerme de pie y llevarme a la cama. Se acostó sosteniendo su erección con la mano y me pidió que lo montara.

Con las manos en su pecho y en cuclillas comencé a moverme de arriba abajo hasta que Fernando ahogó un grito y se vino.
Después de unos segundos, me levanté, tomé unos kleenex y le ayudé a limpiarse.

Agarré el condón, le hice un nudo y, cuando busqué donde tirarlo, ¡zaz! Que me encuentro con que en el bote había ya, otro condón con un nudo similar y los vestigios de un romance previo.


—Corazón —le dije un poco molesta, pensando que si no cuidan eso, qué más no cuidarán— creo que en este cuarto no hicieron bien la limpieza, hay un condón usado en la basura.


Fernando se puso tan rojo que parecía semáforo. Me ganó la risa.
Resulta que cuando me vio llegar, iba saliendo de hacer travesuras con otra colega.

Después me platicó que todo bien, pero que cuando ya se iba me vio, se le antojó y decidió quedarse, así que cuando menos esa tarde no fui la única que estaba echándose un segundo round. Cosas del oficio.
Un beso
Lulú Petite

EL UNIVERSAL/MM.,

 

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