Condominio Horizontal

Por Priapo

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La fila

jueves, 29 de mayo de 2014
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EL UNIVERSAL

Últimamente pasan cosas raras en el Condominio Horizontal. Tal vez sea la primavera o tal vez que mucha gente ya está harta de que nunca puede tener lo que desea.

El deseo insatisfecho es el motor de la historia universal, así que no podemos sino tratar de remediarlo.
Hace poco tiempo, algunos individuos poco agraciados y con nula capacidad para las relaciones sociales hicieron su primer contacto con una mujer.

En años. Otros, cautivados por esta posibilidad, decidieron probar suerte e invadieron el Condominio. Estamos hablando de programadores, jugadores compulsivos de tetris, ingenieros de sistemas, contadores con nariz de plátano, cuarentones que leen comics de Batman y todavía viven con su mamá.

En fin, todos esos individuos a quienes la sociedad les ha dado el nombre de inadaptados y nunca se ha preocupado por su bienestar sexual.
El caso es que hace poco se suscitó un nuevo y sorprendente caso.

La bully Sandra Lamerones y el bulleado Edgar Ladines terminaron follando y sosteniendo una relación apasionada que iba de los pellizcos y los zapes a la más encendida pasión.

La invasión de todos esos hombres solteros y sin esperanza se multiplicó en cuestión de días.
Chalío, el viejo vigilante y encargado de la puerta sur, era el menos feliz.

Imagínese usted un fraccionamiento que se llena de filas de gente que quiere entrar porque está segura de que adentro podrán echar el polvo de su vida, gratis y sin necesidad siquiera de eso a lo que llaman “ligar”.


Pero Chalío es más listo de lo que todos pensamos y, al ver a esa fila de suplicantes, se le ocurrió un sistema para sacar algún dinerito de aquella situación.

Exponemos aquí uno de muchos caos.
Llega un hombre a las puertas del Condominio, con pinta de maestro de computación. Chalío le dice:
-Usté, ¿qué quiere?
-Bueno, pues yo, pues mire, una relación basada en el afecto y la confianza.


-¿Y no quiere también una chupadita?
-Bueno, si se puede.
-Ta bueno. Péreme aquí.
Entonces Chalío entra al Condominio y deambula un poco al azar.

Toca la primera puerta que le dicta su instinto, abre una señora de unos cincuenta años llamada Clarisa Guzmán, viuda, adicta a los salones de belleza, con una batita transparente que deja ver sus delicadas formas, un poco caídas, pero aún apetitosas.

Sostiene un Martini en una mano y un perro de raza pequeña en la otra.
—Ahí la buscan en la puerta —dice Chalío. La mujer pone cara de excitación pues llevan más de cinco años sin visitarla, ni siquiera para cobrarle el gas.


La mujer va hasta la puerta escoltada por Chalío. Ahí, el profesor de computación empieza a babear nada más de ver a esa mujer madura.

Y la mujer madura no babea al ver al profesor de computación, pero sabe que esa tarde podría tener uno o dos orgasmos sin salir de su casa y sin necesidad de hacer como que tiene ganas de platicar.


—Pásele con la señora.
Entonces señora y hombre desaparecen en la casa de ella. Si alguien quisiera ver por la ventana lo que ocurre adentro, vería que el hombre, que es bajito, tiene el rostro metido entre los senos de Clarisa Guzmán mientras que le busca las nalgas con las manos que de pronto parecen más unas tenazas de cangrejo.


Clarisa le baja los pantalones y se lleva, por supuesto, una sorpresa. La gente asume que los inadaptados la tienen pequeña. A menudo se equivocan.

Clarisa entonces se lleva el tremendo miembro a la boca y se ahoga un poco, pero pone los ojos en blanco porque está a punto de tener el primer orgasmo sin siquiera haber sido penetrada.


Qué maravilla, piensa, y entonces se sienta en el sillón, se baja los calzones y abre las piernas para mostrarle al profesor de computación que tiene lugar de sobra para guardarle ese miembro delicioso.

El hombre la penetra de un solo empellón y ella grita el nombre de todos los dioses de la mitología entre llantos de felicidad.
Luego se voltea, Juguetean en la conocida posición del perrito, ya completamente desnudos.

Los pezones de ella cuelgan y casi tocan la superficie sedosa del sillón antes de que él la sujete justo de ahí antes de darle las últimas estocadas con una fuerza pavorosa que les pone roja la piel y los hace aullar al mismo tiempo.


Cuando Clarisa se despide de su nuevo amante le pide que regrese cada tres días. Pueden follar todo el mes, todo el año, toda la vida.
Chalío, el empresario, espera con cara de satisfacción a la salida del condominio.

Sabe que el hombre le dará una generosa propina y que la fila es realmente larga. Sólo espera que los de adentro del Condominio tengan tantas ganas de follar como los de afuera.


EL UNIVERSAL/LMM

 

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