Condominio Horizontal

Por Priapo

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Hipnosis

jueves, 4 de septiembre de 2014
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—Con todo respeto, vengo a pedir la mano de su hija —había dicho Ifigenio cubriéndose los testículos con ambas manos. Estaba completamente desvestido, pero no nada más del cuerpo, le habían desnudado el alma cuando el padre de la mujer que amaba le había confesado que su hija estaba enferma; que padecía graves problemas de amnesia repentina.


Ifigenio acababa de comprometerse como pocos hombres lo hacían. Fue tanta la ternura y amor que el muchacho sintió por Evangelina cuando la vio ahí arrinconada con los ojos bien abiertos.


Los señores Méndez estaban impactados. Lo que estaba sucediendo era la mejor noticia de sus vidas. Ahora podrían descansar de la angustia que les provocaba pensar que su hija no encontraría jamás quien cuidara de ella.

Pero la madre de Evangelina no quería abusar de las decisiones del chamaco sólo porque lo habían agarrado infraganti en pelotas, con tamaña erección, escondido entre los sillones de la sala follando con su hija.


—Tampoco queremos que sacrifique su vida por nuestra hija —dijo la señora con un tono de indulgencia matriarcal que estaba poniendo de muy mal humor a su marido.

Odiaba que su mujer se hiciera del rogar siempre que alguien ofrecía hacer algo bueno por ellos. La interrumpió de golpe.
—Aceptamos —dijo el señor Méndez.

Luego pensó que quizás era sospechoso aceptar sin más preámbulo—… bueno…, este…, se ve que usted es una buena persona.


Apenas habían intercambiado unas cuantas palabras. Ifigenio concluyó que a lo mejor estar desnudo lo hacía parecer una buena persona.

Se relajó y dejó de cubrirse los genitales. La señora, curiosa, posó la mirada en la erección que hacía unos momentos estaba dentro de su hija.


El señor Méndez rompió el embeleso de su esposa.
—¡Llámale al doctor Perales!
Ella obedeció mientras su marido le explicaba a Ifigenio:
Nos han dicho que cura cualquier tipo de enfermedad.


Media hora después, el doctor Perales estaba sentado a la sala con un tipo completamente desnudo convencido de que así parecía mejor persona, una maniaca arrinconada con la mirada desorbitada y un matrimonio de 65 años dispuestos a hacer lo que fuera por curar a su hija.


—Así como garantizarles que le regrese la memoria de golpe, no puedo hacerlo; cada paciente es distinto —dijo el doctor Perales mirando de reojo a Evangelina que parecía un animalito recién salido de su jaula—, pero lo que sí les aseguró es que mi terapia funciona.


—No se preocupe, doctor, llevamos tratando este problema más de veinte años —dijo el señor Méndez apretando la mano de su mujer.


Ifigenio seguía atentamente la conversación.
—Entiendo —afirmó el doctor Perales con una amplia sonrisa como si viniera de cerrar un jugoso contrato—.

Lo que tienen que hacer ahora es recrear el momento en que su hija fue concebida.
Los señores Méndez voltearon a verse entre ellos acongojados; había pasado tanto tiempo de eso.


—¿Cómo hacemos? —preguntó la señora Méndez.
Sin explicar absolutamente nada, el doctor Perales sacó del bolsillo una mariposa mecánica que se puso a volar frente a los ojos de los señores.

De inmediato quedaron hipnotizados.
—Ustedes son jóvenes y se aman —dijo el doctor Perales con una voz profunda y solemne—.

Están dentro de un carro y se les acaba el tiempo del permiso que les dieron para salir esta noche.


Los señores Méndez no necesitaron escuchar más, empezaron a comerse a besos, él metió la mano dentro del escote de su mujer y comenzó a acariciarle los senos, después llevó la mano a la vagina y se puso a masturbarla.

Habían adoptado una posición sobre el sillón de la sala bastante incómoda, como si realmente estuvieran dentro de un auto. El señor Méndez se bajó los pantalones, levantó la falda de su mujer y la penetró con una fogosidad y un ímpetu que parecía que tuvieran veinte años.

Gemían con todos sus pulmones.
Evangelina se acercó muy impresionada, observó follar a sus padres, ahí, en medio de la sala.


—¿Qué le hicieron a mis papás? —reclamó— ¿Y tú, por qué estás desnudo? —le preguntó a su novio quien estaba extasiado viendo follar a sus futuros suegros.

Discretamente se había llevado la mano a la entrepierna.
El doctor Perales sonrió; la paciente estaba curada; reconocía a sus padres y a su novio.

Ahora nada más tendría que deshipnotizar a los señores que cada vez follaban con mayor pasión, pero de pronto, por la puerta entró una mujer enfurecida que se le fue a los golpes.


—¡Canalla! Hace dos años que te estoy buscando, rata. Me dijiste que estaba curada y por tu culpa ahora tengo dos demandas por intento de asesinato.




EL UNIVERSAL

 

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