Jorge Alberto Pérez González

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Ya tengo Chip

domingo, 16 de agosto de 2015
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Tener la responsabilidad de educar hijos es difícil, sobre todo cuando los imberbes frisan los 15 años, a esa edad, ellos piensan que los padres somos un estorbo y que el mundo está ahí para recorrerlo, para dominarlo y someterlo, a veces no nos percatamos de que en esa etapa de crecimiento no cabemos los padres.
A pesar de que han pasado más de 15 años, aún tengo recuerdos claros de esa época tan difícil, créamelo caro lector, que nadie quiere volver a esa etapa.
Salvo cuando llega un perro a la casa, entonces sí, la labor de educación se convierte en una lucha de premio y castigo, para poder hacer entender un ente adorable, que lo único que le falta es saber hablar.
Antes de tener hijos, todos los interesados en la fabricación deberían tener un cachorro, este ejercicio de posgrado, se convierte en la mejor herramienta para poder cumplir exitosamente la misión de procrear.
No estoy dando ideas, pero sería bueno que más de uno lo intentara y después compartiera con todos nosotros en este espacio, las hermosas experiencias.
Si alguien ya lo ha vivido y experimentado, nos puede mandar su relato a optimusinformativo@gmail.com y con gusto la incluimos en la colaboración.
Después de muchos años volvió a vivir en casa un cachorro, las vivencias anteriores nos han permitido ser más pacientes, menos improvisados y mucho más cautelosos, pero sobre todo mas amorosos, ellos requieren de mucha atención y cuando vives sin niños es mucho mas fácil dedicarles el tiempo adecuado.
Sin duda lo mejor es platicar con ellos, su inteligencia perruna les permite entender tus angustias, compartir tus cuitas y devolverte las ganas de vivir.
Pero eso sí, no dejes una puerta abierta, porque su espíritu indagador lo llevará de inmediato a escudriñar rincones, a olfatear ropa vieja y desde luego a marcar su nuevo territorio, cosa que desde luego no es atribuible más que al instinto.
Lo verdaderamente peligroso es que la puerta abierta sea la salida a la calle, ahí si que hay que ser estrictos, pues la falta de precaución puede desencadenar una funesta tragedia o cuando menos una buena vapuleada propinada por el horrible perro del vecino.
Y aunque sabe que hace mal y pone mucha atención a los regaños, pareciera ser que su memoria es corta, pues en cuanto vuelve a ver la puerta abierta a la calle, toma paso acelerado como si fuera recién casado en viernes de parranda con amigos.
La última vez que me la hizo, me llevó a recapacitar en cuanto al necesario ejercicio que debo comenzar a practicar, pues en un lapso de 15 minutos de persecución, me dejó tan agotado como si hubiera corrido la maratón.


Debo de reconocer que el pequeño can se avergonzó cuando me vio todo sudado y pálido, pues cuando me dejé caer en el sillón, se quedó a mi lado escuchando toda la perorata sin dejar de ponerme atención.
Con toda la calma del mundo, ya que me vio tranquilo, salió de su ronco pecho una expresión que me hizo dudar: ¡Que te preocupa si yo YA TENGO CHIP!




 

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